Uno de los diálogos de Platón que más me impacta y seduce,
por su tono dramático y al mismo tiempo su carácter lúdico, de humor
intelectual, es el Lisis (Sobre la amistad). En él Sócrates despliega
plenamente su capacidad de seducción filosófica.
¿Cuál es el escenario dramático? Dos jóvenes efebos, Ctesipo
e Hipótales, amigables y despreocupados, son invitados por Sócrates para que lo
pongan al tanto de cuáles son sus intereses en el gimnasio. Hipótales queda
“fuera de base”, y se ruboriza ante la pasión que lo envuelve. Esto le da a
Sócrates la oportunidad de presentarse a sí mismo como un experto en cuestiones
de amor. Ctesipo sale al paso de su compañero y comunica a Sócrates el
enamoramiento de Hipótales por Lisis, y de cómo aquél se desvela en arrebatos
de inspiración poética. Sócrates aprovecha para dar la primera lección: que no
conviene elogiar a la persona que se quiere seducir, pues: “el que entiende de
amores no ensalza al amado hasta que lo consigue”. Así pues, para conseguir
“ser grato a los ojos del amado”, Sócrates planeará una nueva estrategia para
atraer la atención del joven Lisis. Y le aconseja a Hipótales ocultarse,
mientras atrae a Lisis.
Cuando Sócrates queda a solas con Lisis, comienza un primer
diálogo con el niño, que versará sobre su actual situación de subordinación,
como hijo menor. Sócrates y Lisis acuerdan que la razón de que sus padres obren
así es la consecuencia de su falta de capacidad y entendimiento, por su corta
edad e inexperiencia. Cuando Lisis admite que poseer un saber práctico y útil es
la condición, tanto de su libertad de movimiento como del aprecio de sus padres
para con él, Sócrates amplía el horizonte de esta situación a niveles de mayor
abstracción, para reafirmar su tesis fundamental de que la utilidad es el
motivo más sustantivo para ser querido, induciendo al niño para que admita que
la utilidad de su sapiencia será valorada también luego por los demás. Y concluye
que para ser amigo de alguien y para que alguien sea amigo nuestro es necesario
ser útil. Esta tesis central no será refutada como idea fuerza y atravesará
todo el sentido del diálogo.
En este comienzo del diálogo se recalca la función educativa
y de perfeccionamiento moral del amor y, a la vez, enseña (sobre todo a
Hipótales que sigue de cerca la conversación) que al ser amado no se deben
dirigir elogios, de modo que su orgullo lo envanezca, sino, por el contrario,
se deben usar palabras que rebajen sus pretensiones de suficiencia, lo que debe
dar como resultado un ansia natural de mejoramiento. Y con más razón si el
amado es un joven cuya falta de experiencia se educa por medio del amor filial,
según los cánones tradicionales.
En un segundo momento, ahora con Menexeno. compañero discutidor
de Lisis, lo que hará Sócrates es justamente erosionar la evidencia de lo
recíproco en la amistad mediante la dislocación del sujeto amigo, desde su rol
activo, como amante, hacia el rol pasivo del otro sujeto como amado. La
pregunta desencadenante es: Si un hombre ama a otro, ¿quién es el amigo, el que
ama o el que es amado? Y el dialogo avanza al estilo socrático, desmontando
poco a poco todas las respuestas que Menexeno va dando. Al retirarse este
último, Sócrates vuelve ahora a la indagación con el pequeño Lisis. Sócrates
sugiere a Lisis revisar las opiniones de los poetas. Y continuando el va y
viene del diálogo socrático van concluyendo que son los opuestos y no los
semejantes los sujetos más idóneos para tener relaciones de amistad basadas
ahora en la complementación de una necesidad. Pero esta tesis de la atracción
de los contrarios luego será refutada. Y Sócrates avanza con una nueva
intención, consistente en introducir un tercer género, el neutral o intermedio,
que sería lo amigo de lo bueno.
El logro inmediato de esta parte del drama es que el
verdadero sujeto de la amistad es el ser humano, instalado entre los dioses y
las bestias, entre lo perfecto y lo imperfecto. No obstante, y para llenar de
contenido el sentido último de la amistad, hay que avanzar hacia la pregunta
por el sentido último de la amistad en conexión íntima con la sabiduría
existencial que Sócrates busca. Ahora Sócrates propone un cambio de punto de
vista. Si alguien ama, o es amigo, debe ser por alguna causa y buscando algún
fin. ¿Y será esto, con miras a lo cual un sujeto es amigo o amante de su amado,
también algo deseado?
En términos sencillos se plantea que, en este proceso del
deseo, no todo es apreciado por sí mismo, sino que algunas cosas lo son por
otras que vendrán después; y como no se puede desear en forma indefinida, tiene
que haber algo que es querido como fin último: este es el primer amigo u objeto
último del amor en la cadena del deseo. Este esquema muestra un escenario
teórico en donde se distinguen con claridad los medios y los fines. Si ese
objeto superior existe, implica que todos los amigos queridos sólo son como
fantasmas con respecto a lo verdaderamente querido, pues esto es esa cosa
última, que no es deseada sino por sí misma. Sócrates identifica este primer
amigo con el bienestar o felicidad, que en la perspectiva inmanente del diálogo
equivaldría a aquello de mayor utilidad, cuestión que no se ha refutado hasta
ahora en el diálogo.
Ahora bien, ¿si lo que amamos como fin último es el
bien-útil?, la respuesta definitiva debe apuntar a la conveniencia como
criterio decisivo. Pero ¿útil para qué, o mejor dicho, para quién? En este
punto me parece que hay dos opciones posibles de adoptar, la primera es:
a.
El autoamor: no amamos el bien por sí, sino
porque lo necesitamos nosotros mismos. Cada uno de nosotros es el verdadero y
primario amigo, y siempre sería así, sin importar cuál fuera el bien querido. Se
entiende que debido a que nos amamos a nosotros mismos, también queremos el
bien (en cuanto útil), pues éste es el remedio contra el mal que impide que
disfrutemos lo que somos.
b.
El amor a los otros: Para ello debemos recordar
el planteamiento inicial del diálogo con Lisis: el joven será querido por todos
en la medida en que su buena educación lo transforme en alguien provechoso
crecientemente; si Lisis llegara a tener un saber útil para los demás, es
decir, para sus padres, sus vecinos, sus conciudadanos, lo estimarían como un
ser amable, como un sujeto provechoso en este esquema progresivo de una
sociedad que se beneficiará con su sabiduría práctica. Ser útil para los demás
es la posible salida al matiz egocéntrico del amor a sí mismo, que siendo
verosímil resulta incompleto y narcisista.
Caigo ahora en el último giro de este dialogo, en donde se
esboza una teoría general del deseo a partir de una nueva estrategia de
refutación. Puesto que antes se dijo que el sujeto humano, que no es ni bueno
ni malo, ama lo bueno por causa de lo malo, la falacia reside en que si el mal
–ya sea del cuerpo o del alma– no existe más, entonces el bien ya no sería de
ninguna utilidad; y aparece así que el bien ya no sería querido por sí mismo
sino como una condición instrumental para conseguir otra cosa. Entonces resulta
que la causa de que algo sea querido es el deseo, y –agrega Sócrates– uno desea
aquello que le falta. Luego resulta que el amor, la amistad y el deseo apuntan siempre a lo más propio y familiar, es
decir, a lo que le pertenece a uno por naturaleza: lo que es connatural. Si
Lisis y Menexeno son amigos, entonces lo son porque de algún modo son afines y
se pertenecen el uno al otro, y nadie desea o ama a otro a menos que sea
parecido a su amado. Se concluye que el verdadero y no fingido amante deberá
ganarse el afecto de su amado.
La teoría de la seducción socrática consiste entonces en una
inducción del amado para reducir su autoestima y así crearle la necesidad de
una relación de maestro y discípulo. Ser amado equivale a ser necesario y eso
implica estar inserto en un mundo, donde la función provechosa es un fenómeno
dialéctico entre individuo y sociedad. Es la satisfacción amplia de sentirse
parte de un todo, en donde se construye una forma de utilitarismo práctico y
recíproco, eso sí, mediatizado por una educación de inspiración socrática, en
la medida y proporción que le compete a cada miembro de la comunidad.