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miércoles, 5 de septiembre de 2018

A propósito de... hoy quiero hablar de espiritualidad




Hoy quiero reflexionar sobre un tema que me apasiona, aunque muchos no lo crean: la espiritualidad.

Todo ser humano anda en busca de espiritualidad. La mayoría buscamos y experimentamos la espiritualidad a través de una religión, si bien ésta no es la única forma de hacerlo. Algunos lo hacen durante toda su vida, otros sólo en momentos concretos. En ocasiones porque debemos enfrentar miedos o situaciones límites de la existencia, y necesitamos respuestas; en otros casos, por el deseo de saber si efectivamente hay algo más allá de lo perceptible. Pero, en cualquier caso, es muy difícil precisar qué es espiritualidad. La respuesta varía según las personas y las culturas de las que proceden. Posiblemente el único punto en común sea la búsqueda de un sentido a la existencia y la sed de saber.

Desdichadamente, mi experiencia y conocimientos en este campo son bastante limitados. Creo que la espiritualidad es algo muy personal. Para mí una doctrina moralista y represora, como aquella en la que a veces convertimos nuestra experiencia religiosa, no satisface mi necesidad espiritual; para mí, la espiritualidad está ligada a la belleza, a los sentidos, al placer, a la libertad, al sexo y la sensualidad, a la tierra, a lo más profundo de cada uno, a la generosidad, a la bondad, a la compasión, al amor, a la vida… en una palabra, a la realización y a la felicidad, personal y comunitaria. Existen miles de detalles en la vida y en la naturaleza que me indican que hay un ser superior y que parte de ese ser habita en nosotros y en todas las cosas: el aire, una hoja, una flor, la tierra mojada, una mano amiga, una sonrisa, una abrazo fuerte, una oración, una mascota, un amanecer, un bebé... Miles de cosas pequeñas, sencillas y simples que me hacen seguir creyendo.

Creo que el primer paso para hallar nuestro camino espiritual es liberarnos de la carga que suponen las religiones, los cánones, las imposiciones sociales, los reglamentos y normas, etc. Un individuo puede pasar toda su vida obedeciendo las enseñanzas y las creencias de una sociedad o de una religión sin encontrar jamás el camino apropiado para él mismo; el camino que le haga feliz y le permita realizarse. Por supuesto que hay ventajas en hacer parte de unas creencias comunes, pero somos seres en constante formación y evolución; por eso hay que dejar siempre las puertas abiertas para profundizar, para investigar, para aprender, para cambiar.

La verdad y las respuestas están en nosotros mismos. Según como nos enfrentemos a nosotros mismos nos enfrentaremos al mundo que nos rodea. Ello significa, entonces, poder disolver las rígidas y mecánicas estructuras impuestas por nuestro consciente. Nadie puede decirnos qué camino tomar. Lamentablemente, las sociedades y las religiones se basan más en el conformismo, la seguridad y el orden social que en la búsqueda de la verdad. Por eso, cada uno debe buscar y elegir lo que necesita y es bueno para él mismo. Y la única manera de hacerlo es desnudando el alma: enfrentarnos íntimamente incluso a la desesperación, a la soledad, a la ansiedad. Es así como llegamos al descubrimiento de quiénes somos realmente, a nuestro auténtico ser; sin otras implicaciones. Es una aventura y una opción personal. Hay que aceptar que las respuestas a todas nuestras preguntas están dentro de nosotros mismos. Si nos aceptamos, las respuestas vendrán solas. Aparecerán simples y mágicas.

Desde mi punto de vista, la espiritualidad es silenciosa dado que toda palabra es débil e imperfecta; por eso, deberíamos aprender a elevarnos en una adoración sin palabras. Una adoración basada en los sentidos, sentimientos, percepciones e instintos. Uno puede conectarse con lo divino de muchas maneras: actuando, meditando, cantando y bailando, gozando con el sexo, abrazando, acariciando, admirando la belleza natural, siendo generosos, sonriendo, amando desinteresadamente, etc.

Por eso, en últimas, creo que espiritualidad es reconocer que el mundo que percibimos es una mera ilusión; que el fin último de la vida es despertar nuestro auténtico ser, nuestras potencialidades; que este existir está profundamente conectado con toda la creación; que tenemos que disfrutar del don de la vida con plenitud; que la vida y la naturaleza son nuestra verdadera escuela; que somos buscadores permanentes de la verdad; que creemos en el amor incondicional. Ser espiritual es vivir en la belleza, en el equilibrio y en el goce, es ver con el corazón, es compasión, es convertir en sagrados todos nuestros actos y vivir en plenitud reconociendo que cada uno es su máxima autoridad.

martes, 24 de julio de 2018

Ser un seductor...




Definirme como seductor es simple, aunque sea tautológicamente: Seduzco, atraigo o provoco fascinación, cautivo el ánimo… eso hace seductor a un hombre. Cézanne dijo que “La cosa más seductora del arte era la personalidad del propio artista”.

Con mis largos años de ejercicio de ese oficio necesario, pero imposible, que es el ser maestro lo he comprobado: el aprendizaje es seductor cuando el aprendiz capta la pasión del maestro por lo que le enseña (descubre que el maestro vive o intenta vivir lo que enseña; que vibra con lo que sabe y quiere trasmitir; que no está hablando de algo que él no haya experimentado antes; que puede ser un modelo de vida). Si el maestro no siente y expresa esa pasión, solo esta trasmitiendo información… y eso no seduce; es mas atrayente googlear y obtener la información que se desea.

Igualmente con muchos años de experiencia en liderar un proceso determinado, un equipo de trabajo, un programa académico, una facultad universitaria… y pensando siempre que no tenía habilidades para la gestión (por considerarme ante todo un académico), descubrí sin embargo que la clave estaba en empoderar, después de enseñarles el oficio, a quienes debía liderar; y empoderarlos de verdad, de tal modo que creyeran en sus potencialidades y solo recurrieran a mí cuando realmente ya no supieran que hacer, o la responsabilidad superara sus capacidades de ejercer poder. Y descubrí que ese “descubrimiento” me había convertido de verdad en un líder seductor.

Y si paso al campo de las relaciones humanas (amistad, complicidad, amor de pareja entre otras) pudo constatar lo mismo: sólo seduce quien es auténtico, quien se presenta tal como es, quien no oculta sus errores ni teme expresarlos, quien manifiesta toda su pasión, pero, sobre todo, quien de verdad hace sentir al otro como un rey, un príncipe o un ángel, como alguien especial…. Porque logró conocerlo tal cual es (e incluso mucho más de lo que ese otro pudo y quiso expresar de sí mismo), porque logró impulsarlo en todas sus potencialidades y valorarlo pese a sus debilidades, y, sobre todo, porque lo hizo sentir importante y necesario, y nunca coartó su libertad personal. Eso si seduce.

Seducir, lo sabemos, es presentarse como un alguien deseable para el otro. No necesariamente que uno ya sea lo que él desea sino porque uno se convertirá en lo que va a desear como fruto del proceso de seducción: alguien que lo hará entrar en el juego del deseo. Ahora bien, si la tentación es realista (porque sabemos que vamos a “caer” en ella aunque no queramos), la seducción no lo es: en ella no hay lugar para esa seriedad “racional” de quien sabe a qué atenerse sobre sí mismo y los demás, o de quien está “congelado” en su certeza de poseer ya la verdad y vivir correctamente.

Y es esa ambigüedad la que genera la seducción (“¿eres serio, o te estás burlando de mí?”, “¿Podré confiar en alguien como tú?”). En un proceso de seducción siempre están presentes: la puesta en escena, el doble o triple sentido, el artificio, la apariencia, incluso la misma mentira; pero esas “herramientas” no necesariamente tienen que ser negativas o maquiavélicas, todo depende de la intencionalidad con que se ponen a funcionar.

Y por eso es que todo lo que he escrito hasta aquí demuestra que lo que seduce no puede ser nunca lo que de antemano se desea. Nos imaginamos desear lo que nos está seduciendo, pero esto es falso: lo que nos está seduciendo hace de nosotros sujetos deseosos… y la cuestión de lo que verdaderamente deseamos queda abierta a lo desconocido, que nos hace reconocer que lo que nos sedujo fue la promesa. Ser seducido, es experimentar que uno no es realmente uno mismo sino hasta encontrar algo inesperado. Sin esto, se trata de otra cosa: nos gusta, nos tienta, pero no nos seduce.

A quien llegamos a querer de verdad (en esa multiplicidad de niveles y géneros de amor posibles para los humanos, tantos como la escala de grises existente entre el negro y el blanco), es a quien no habríamos deseado por nosotros mismos; porque nunca, por nosotros mismos, hubiéramos sido sujetos por ese deseo. Fue necesario el encuentro mágico y casual, intempestivo. Porque ser seducido, es ser desviado de una ruta que ya era una forma de desear, pero comprensible, común, compartible. Cuando se es seducido, nada de eso vale: ya no sólo el objeto es completamente injustificable ("Pero, en fin, ¿qué es lo que me atrae de esa persona? ¿qué veo en ella?"), sino incluso lo que el estar seducidos nos impulsa a hacer (que corresponde a un deseo que nunca habríamos sospechado que teníamos) nos es estrictamente incomprensible. ¿Qué podría ser más absurdo en efecto de que dejar todo, familia, posesiones, responsabilidades sociales, para seguir a una persona que no conocíamos hace una hora?  ¡La seducción está, sin embargo, en que lo hacemos! Y es que se actúa con la perfecta lucidez de no reconocerse a sí mismo (¡si me hubieran dicho, hace solamente dos días, que yo me actuaría así!), de no entender lo que se hizo, o condenarlo, y que eso sin embargo, no nos importe (¡sé que estoy haciendo la mayor estupidez de mi vida, pero no importa!).

En su Diario de un seductor, Kierkegaard expresa con destreza y pasión: “Toda relación amorosa tiene que vivirse de tal forma que resulte más tarde fácil para nosotros conservar un recuerdo que encierre toda la belleza”. Inquietante…pero realista: el amor se vive en el presente, plenamente, como si ese instante fuera una eternidad, sin lamentar el pasado ni soñar con un amor eterno que dure para siempre. Sólo así el recuerdo será siempre bello. Y luego Kierkegaard añade: “¡Como si el temor no hiciera interesante el amor!”. Ahí está el poder de la seducción: pese a todas las razones y temores… te aventuras y todo se vuelve interesante. Y remata con esta contundente verdad: “Para un hombre todo habrá acabado cuando se haya hecho tan viejo que ya no pueda aprender nada de un joven”. ¿Qué podría seducir más a un joven que las canas de la experiencia y la libertad de los años vividos? Y, ¿qué puede seducir mas a una persona madura que la irreverencia y locura juvenil?

La cuestión fundamental en la seducción es que el sujeto está dividido, se ha convertido en otro diferente a sí mismo, y sobre todo que él lo ignora. Y es a partir de esta ignorancia que la seducción aparece como un desvío y como un sometimiento: de quien me seduce yo me convierto literalmente en su sujeto, en el sentido de que quedo bajo su responsabilidad. (Tal vez solo la sujeción permite convertirse en sujeto en el sentido de responsable, si la responsabilidad necesaria requiere en su estructura que uno sea siempre responsable ante el otro).

Pero este sometimiento al seductor, que define la seducción, es en sí mismo ambiguo, susceptible de una doble comprensión cuya unidad podría constituir nuestra noción de seducción. Basta con contemplar algunos ejemplos. Una mirada cruzada en la calle, una figura esbelta vista en la multitud, una idea que surge de la pluma, una publicidad poco convencional, son realidades atractivas. Una mirada mordaz, una proposición lucrativa, el discurso de un demagogo, son realidades seductoras. Otras cosas pueden ser a la vez atractivas y seductoras como la mayoría de las actividades intelectuales (el estudio, la política, el arte) y, por supuesto, la filosofía que es atractiva cuando te abre a la alegría de pensar y a la felicidad de descubrir, pero que es seductora cuando se convierte en doctrina proveedora de certezas materiales o metodológicas para quien sólo tiene una vida de discípulo o imitador. Acabamos de decirlo: nada seduce si no es en esa ambigüedad donde ahora descubrimos que la seducción ocupa, paradójicamente, el primer lugar. Y seguramente ser seducido, es ante todo, siempre y primero, dejarse seducir por la seducción misma: la seducción es un concepto atractivo y uno se siente atraído por la idea de ser seducido - donde prima por supuesto el carácter representativo o, más precisamente, ficcional, de todo lo que conforma el vasto campo de la seducción.

Y en eso ficcional de la seducción hay mucho de locura, de irreverencia, de aventura, de complejidad. Unas frases tomadas de películas inolvidables me permiten culminar esa idea:

a.      “¿Te gustaría tener un encuentro sexual tan intenso que pudiera cambiar tus ideas políticas?”: John Cusack, en The Sure Thing (1985).
b.      “Tú me haces querer ser un mejor hombre”:Jack Nicholson en As Good As It Gets (1997)
c.      ¿Ese cañón dispara o es mi corazón que late con fuerza?”: Ingrid Bergman en Casablanca (1942).
d.      “Te quiero a ti. Quiero todo de ti. Tu y yo. Todos los días”: Ryan Gosling en The Notebook (2004).
e.      “Yo no muerdo, tú sabes…a menos que me lo pidan”: Audrey Hepburn en Charade (1963).

¿Seductoras? No hay duda. ¿Ingeniosas? Claro que sí. ¿Irreverentes? A mas no poder. ¿Locas y aventureras? Solo habría que pronunciarlas para comprobarlo. Porque en ellas están varias de las características del auténtico seductor. Un seductor seduce por ser quien es.



jueves, 21 de junio de 2018

Un día más, un año más…



Un día más, un año más…
365 días de múltiples experiencias,
y un año más de caminar, dando pasos a veces inseguros,
en este mundo donde existimos juntos,
llevando sentimientos, emociones y vivencias
a diestra y siniestra, a unos y otros.

Un año más de vida, siempre aprendiendo,
buscando cada instante ser más humano, profundamente humano,
reconociendo errores, aunque casi siempre cueste entenderlos,
y valorando experiencias en todo aquello que parece y no es...
creyendo pese a todo, trascendiendo lo que parece simplemente inmanente.

Un año más de vida… y sigo caminando 
en ese andar pleno de tropiezos, pero también de momentos llanos y plenos,
que en verdad hacen crecer sin envejecer...
un año más en la cotidianidad siempre amando, amando todo siempre...
porque simplemente me siento amado.

Un año más para superar todo aquello que en la vida he encontrado, 
que me ha sido dado sin merecerlo,
sabiendo que aquí estoy de nuevo caminando y, ante todo, amando,
porque cada día siento más unido mi corazón a mis pensamientos,
mis emociones con mi corporalidad, mis sentimientos con mis cercanos,
mi existencia con aquello que me supera y me trasciende...
viviendo así un año más en medio de tantos caminos que se cruzan.

Y un año más en el que rindo mi amor y mi cariño
a todos los que han permitido con su cercanía,
que yo, hoy en este nuevo año de mi vida, siga aquí,
y pueda agradecer desde lo más profundo de mi corazón,
en el que llevo presente, cada instante, cada sentir y cada vivencia,
y donde tengo que agradecer por todo y a todos...

lunes, 14 de mayo de 2018

Presente, pasado y futuro

Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarlo ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro; eso si, sin llegar a depender inútilmente de esos sueños que aún no se han realizado.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia a nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar sensatamente con los amores futuros. 

Momentos…
Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,
escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras,
viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.
Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida;
y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.
Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…
Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.



sábado, 5 de mayo de 2018

¿Qué es una vida realizada?

Como es claro, me gusta la filosofía… y por sobre todo, me gusta la idea de un pensamiento ampliado (a mi modo de ver el mayor aporte del pensamiento actual y del humanismo contemporáneo). Esta idea no es otra cosa que una nueva filosofía que comprende: una teoría que da a la autoreflexión el lugar que se merece, así como una ética abierta al universo globalizado al que hoy tenemos que enfrentarnos, y una doctrina post-nietzscheana del sentido de la existencia y de eso que llamamos “salvación”. Con este nuevo planteamiento del pensamiento ampliado podemos pensar de otro modo, superando el escepticismo y el dogmatismo, y la realidad enigmática del pluralismo filosófico (que, por lo general, produce o escepticismo o dogmatismo).

Podemos ser escépticos porque desde el principio las distintas filosofías se han disputado entre sí, sin llegar a un acuerdo sobre lo que es la verdad. Pero es que esa pluralidad irreducible es la mayor prueba de que la filosofía no es una ciencia exacta, de que en ella reina una gran confusión, y, en el fondo, una incapacidad de dar con la verdad. Y dado que existen muchas formas diversas de ver el mundo y no es posible llegar a un acuerdo, el escéptico tiene que admitir que ninguna de ellas puede pretender seriamente haber hallado una respuesta más verdadera que las otras. Luego, para él, la filosofía es inútil.

O podemos ser dogmáticos: cuando pensamos que existen muchas formas de ver el mundo, pero la mía, o al menos la que defendemos, es evidentemente superior y, por eso, más verdadera que las demás que, en últimas, no son sino una larga cadena de errores.

En cambio, la noción de pensamiento ampliado nos sugiere otra vía: descartando tanto el pluralismo como la renuncia a las propias convicciones, somos invitados a descubrir lo que pueda haber de justo y valioso en cada visión del mundo, sea para llegar a comprenderla, sea para, en el mejor de los casos, integrar elementos de ellas en la propia visión del mundo. Se trata de dejar de presuponer a priori la mala fe del contrario e intentar entendernos, hasta llegar a comprender que siempre hay algo del otro y de lo que él piensa, que puede seducirnos y convencernos. Así ampliamos nuestro horizonte y dejamos de tener un pensamiento y una cultura parroquial, local y circunscrita a lo folklórico de nuestro entorno; para abrirnos a lo universal, a lo que es válido para toda la humanidad. Así dejamos lo particular (concreto) y lo universal (abstracto) y los fundimos en lo singular, que es lo que nos hace únicos e irrepetibles, y por ende, felices y realizados.

viernes, 27 de abril de 2018

Presente, pasado y futuro


Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarle ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia con nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar con los amores futuros.




Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras, viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.

Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida; y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.

Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…

Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.  Pero eso si... los seguiré aprovechando hasta que pueda para ser feliz... y para seducir a otros a serlo... esa mirada lo expresa plenamente.

miércoles, 18 de abril de 2018

Sobre las pasiones...


Algunas personas tienen miedo porque creen que es negativo que ser apasionado. De hecho, la pasión puede ser muy creativa o destructiva. Como lo dijo Rousseau: "Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan". Muchos hablan contra las pasiones, considerándolas la fuente de todo mal humano, pero se olvidan que también son la fuente de todo placer, y en mucho, de la felicidad.

¿Cómo definir la pasión constructiva? Es una gran energía creativa que da sentido y sensibilidad a lo que llevamos a cabo y que nos ayuda a alcanzar una meta con entusiasmo. Simboliza el fuego que nos impulsa a expresar nuestra verdadera naturaleza. Nos ayuda a vivir plena e intensamente nuestro momento presente.

Uno puede, al contrario, decir que la pasión es destructiva cuando es mal manejada. Se produce cuando una persona llega a ser tan obsesionada con el objeto de su pasión que nada más le importa  y se olvida de todo lo demás en su vida. Esto hace que muchos sufran, porque no permite el juicio ni el discernimiento hacia la meta.

¿Hay algo que anhelas de corazón en tu vida? ¿Una meta, un deseo que te apasiona? ¿O eres de los que no se atreven a expresar su pasión? Piensa en un deseo que hace WOW dentro de ti con sólo la idea de manifestarlo. Mientras más intenso es el WOW, más son las necesidades de realizar ese deseo. Porque "sin pasión, el hombre sólo es una fuerza latente que espera una posibilidad, como el pedernal el choque del hierro, para lanzar chispas de luz" (Amiel).

Para descubrir de que necesidades se trata, imagina la alegría de haber conseguido tu objetivo y mira cómo esto te ayudará a nivel de tu existencia. Si la respuesta tarda en llegar, comprueba cómo te sientes de llegar hasta allí. Sabrás cuáles son las necesidades de tu ser, tu espíritu estará satisfecho y esto te dará una buena motivación. Porque las pasiones son los "viajes" del corazón y en ultimas, solo las entiende, quien las experimenta
.

Ser apasionado requiere cierta dedicación, mucho trabajo, concentración y no tener miedo a fallar a menudo. Incluso, hay que hacer como don Quijote, que se inventaba pasiones para ejercitarse. Convertirse en una persona apasionada que sabe lo que quiere también puede generar emoción, alegría y un propósito en la vida, si se está listo para comprometerse con lo que es importante para uno. Si se desea ser apasionado, hay que saber lo que se quiere y trabajar duro por ello, incluso si eso significa hacer más de un sacrificio a lo largo del recorrido.

martes, 17 de abril de 2018

¿Cómo encontrarle sentido a la vida?


La reflexión (el pensar por sí mismo) y la acción (las prácticas cotidianas) nos ayudan a reducir la brecha que normalmente existe entre el modo cómo vivimos y lo que en realidad desearíamos que fuera nuestra vida. Se trata de un proceso praxeológico (reflexión y acción inseparables) que, en tanto se va consolidando (experiencia), permitirá mayores logros; por eso es importante ver, poco a poco, en cada paso de la vida, qué cambios podemos realizar, y darles forma.


Lo que llamamos “el sentido de la vida” está en la base del modo como vivimos: es su fundamento, pero no se ve si no nos preguntamos reflexivamente por él; son los cimientos que sostienen y dan forma a la existencia, pero como cimientos no son visibles sin cierta “excavación”. Es importante saber que cuando nos preguntamos por el sentido de nuestra propia vida no buscamos una respuesta unívoca: lo que intentamos es entender el espíritu de nuestro tiempo y señalar lo que queremos que nos ocurra en ese contexto. Sin embargo, para aclarar lo que deseamos primero comprender ciertos condicionamientos culturales que subyacen bajo nuestras modos cotidianos de pensar, sentir, amar y vivir.
 
Los modos adquiridos 

Cotidianamente expresamos el sentido de una experiencia señalando su utilidad (¿para que me sirve?). Esta es la principal herencia de nuestra historia  familiar y social: nuestros padres y abuelos orientaron el sentido de sus vidas en la utilidad de sus actos y en el poder que lograban sobre las cosas y las personas. Así, aprendimos que somos personas si somos útiles y poderosos; no importa la calidad de nuestra vida, sino cuánto producimos y cuánto tenemos.

Esta es una cosmovisión utilitarista-productivista, que propone un modo de ser y estar en la vida, que aún prevalece en nosotros, pero que se gestó desde  un estado de cosas muy diferente al actual: el estado de necesidad y carencia en que se encontraba la humanidad a finales de la Edad Media, lo que generó la lógica del “progreso” y  forjó un modo de vivir que transformó lo existente hasta entonces. Hoy podemos cambiar el modo de ser y  vivir basado en este paradigma, porque ya no sintoniza totalmente con nuestro mundo.  

No olvidemos que nuestra lógica espontánea (el “sentido común” que guía nuestras decisiones) todavía se basa en esta cosmovisión productivista. Pero hoy los sentimientos y deseos de muchos de nosotros ya no se alinean con ese modo de sentir y querer, aunque todavía actuemos desde el. Este desfase ocasiona una sensación de pérdida de sentido: ésta es la causa fundamental de la crisis de valores, costumbres e instituciones en que nos hallamos. El sentido productivista está enraizado y da forma a nuestras acciones cotidianas. Si de verdad queremos cambiar, tendremos que resignificar el sentido  que orienta nuestro modo de ser y de actuar.

Un cambio de principio

Somos parte del mundo y nuestros modos de vivir cambian con él. Desde hace cinco décadas el mundo cambia radicalmente, quienes vivimos hoy debemos sintonizarnos con el nuevo estado de cosas. Pero, ¿por dónde iniciar esto? Lo que daba sentido, y que heredamos de los siglos anteriores, era el deber y eso señalaba siempre al resultado utilitario de lo vivido, y no al disfrute de cada experiencia vivida; hoy el enlace con la fuente de sentido está en el deseo; la pregunta ya no es “cómo se debe vivir”, sino “cómo quiero vivir”.

Asumir que somos seres que desean y aprobar eso que palpita en nuestros deseos nos permitirá conectar con nuevos horizontes de sentido. Generará en nosotros actitudes y propuestas más amistosas con los otros y con el mundo, más interesadas en la alegría y el goce de vivir, dando lugar a un nuevo modo de convivencia en el que nos relacionaremos con los otros desde la alianza, la inclusión y el amor, y no desde la competencia, el uso (y abuso) y la exclusión. 

Necesitamos aprender a hallar sentido en la alegría de vivir cada experiencia; así aparecerán en nosotros nuevas formas de sentir y valorar la vida cotidiana y el tiempo presente; surgirá una sensualidad con mayor valor del aquí y ahora y no tan pendiente del resultado, más interesada en la alianza que en el dominio sobre las personas y cosas. Se trata de un modo de ser y vivir que implica limitar la fuerza del registro utilitario productivista concebido a partir de la carencia y la miseria, y nos permita acceder a los potenciales de  bienestar que ofrece la actual situación.


Algunas cuestiones claves

Para orientarnos en esta búsqueda debemos prestar atención a nuestros  deseos: ¿Qué deseamos vivir, y cómo? Obvio la pura espontaneidad no nos bastará para reorientar las prácticas: debemos pensar nuevos caminos, desempolvar la imaginación y la intuición para diseñar estrategias y acciones novedosas.

Debemos aprender a no sobrevalorar lo establecido como verdadero por la educación que hemos recibido. Eso implica repensar el sentido a partir del cual  percibimos ciertos modos de vivir como buenos (y los repetimos aunque no nos hagan felices) y otros como malos (sin examinar si realmente son dañinos para nuestra vida o para la de los demás).

Necesitamos  tomar contacto con lo que deseamos vivir, que casi siempre está atrapado por los prejuicios del mundo viejo. Conviene que nos autoricemos a pensar y validar proyectos y conductas que hasta ahora no nos hemos atrevido a imaginar y desear, o que descartamos por incorrectas o imposibles apenas afloran a nuestra mente. ¿Y si fueran mejores opciones, practicables y posibles?

Es importante invitar a quienes nos rodean (entorno familiar, laboral y social) a compartir esta búsqueda de sentido y a encontrar juntos nuevas formas de relacionarnos. Debemos aprender a vincularnos con ellos en tanto aliados que se potencian mutuamente, y no como jueces que dictaminan la “buena conducta” establecida.


Más cerca de las experiencias

Al activar en nosotros la capacidad de conectarnos con nuestros deseos estaremos potenciando el cambio. Pero  al comienzo estaremos reconociendo sólo “el aroma del deseo”, lo más genérico de él, el rumbo que vamos a seguir. Luego habrá que “encarnar” el espíritu que late en nuestros deseos. Para ello vamos a necesitar imágenes más concretas, y  tendremos plantear la pregunta en cada ámbito de la vida: preguntarnos sobre cómo queremos vivir el amor, el trabajo, las amistades, la relación con nuestra familia, el vínculo con el dinero, etc. Y luego sí: habrá que inventar y diseñar estrategias, proyectos, acciones y actitudes que vayan haciendo realidad lo nuevo, siempre teniendo en cuenta nuestras posibilidades.  El reto es grande y nos va a pedir tiempo y atención, imaginación y aprendizaje. Pero el sentimiento de realización y bienestar que encontraremos a cada paso nos ayudaran a esmerarnos cada vez más y nos darán fuerzas para encontrar un nuevo sentido para nuestras vidas y actuar desde él.



Algunas cosas que he aprendido…. de tantos con quienes he compartido.



Alguna vez aprendí que somos animales y algo más, y que nuestros dramas suelen tener una de dos causas: desconocer que somos animales o no lograr comprender que somos algo más. ¿Y saben? Ese “algo más” es simplemente que también somos ángeles…. Y eso me lo enseñó un ángel terrenal, que para muchos no tenía nada de ángel….pero que para mí lo fue. 

La vida me ha enseñado que vivir consiste en hacer aquello que elegimos hacer; por eso “Soy el motivo de casi todo lo que me sucede”… Una manera más poética de decir que soy el único responsable de lo que soy, de lo que me ha pasado, de lo que me espera… y lógico, de lo que he ocasionado en los demás.

Compartiendo con uno u otro, con muchos y muchas, he comprendido que no puedo evitar que aparezcan los problemas, pues interactuar lleva implícita la “problematicidad” de la vida; pero nada me obliga a convivir con ellos – con los problemas – para siempre. Otra gran enseñanza de alguien para quien me convertí en un problema.

Los años me han enseñado que no tengo ninguna posibilidad de hacer que el tiempo retroceda; pero muchos de aquellos con quienes he tenido alguna relación me mostraron que tengo todas las posibilidades de aprovecharlo, de vivir el presente…. Obviamente, dejando atrás el pasado – y todas sus secuelas – y no quedándome en soñar con lo que aún no ha llegado.

Otra cosa que he aprendido es que mi corazón es libre; más aún, que está condenado a ser libre.  Pero que hay que tener mucho valor para hacerle caso: esa fue la enseñanza de quien siendo bastante racional, fue siempre – por lo menos conmigo – puro corazón. 

En mis recorridos por tantos ciclos y lugares he conocido muchas personas que, ante un problema, son especialistas en encontrarle una solución; de ellos aprendí que todo puede solucionarse, incluso lo que parece insolucionable. Pero también he conocido muchos que estando ante una solución, le buscan un problema; de ellos, no he querido aprender nada.

Alguien, que siempre me ha parecido que no es de este mundo, me mostró que a muchos nos tiene atrapados alguna “máscara” difícil de quitar… y que eso es lo que nos lleva a buscar ansiosamente quien nos ayude a quitarla…. Pero lo que realmente me enseñó fue que para dejar mi máscara, yo necesitaba silencio, conocimiento, voluntad y osadía. Que sólo podía salir de ella, cuando hubiera entrado en esos “estados”, cuando hubiera aprendido lo que es necesario aprender. Así…. que a tener paciencia.

Y en mi trasegar con tantas personas he comprendido que no hay mucho que una persona pueda hacer por otra, excepto ayudarla a ayudarse a sí misma. ¿No creen que eso ya sea mucho?
Pero el mayor aprendizaje de todos los que he tenido es que todas las personas que conozco son mejores que yo en algo. Y siempre ha sido en ese “algo” donde he aprendido de ellas.


Al amar no me queda más remedio que ser ese “creyente…aunque”, es decir, sin comprender.


Acabo de terminar de leer un pequeño libro, que según los críticos “ha provocado una conmoción en Francia”, donde se han vendido 150.000 ejemplares en diez días. Se trata del testamento espiritual del Abbe Pierre, un hombre libre, sacerdote francés de 93 años, fundador del movimiento Emaús de ayuda a los sin techo, quien se ha caracterizado por cantarle las verdades a gobernantes y papas. El librito se titula “Dios mío…. ¿por qué?” y en él, el autor plantea preguntas, convicciones e interrogantes con absoluta libertad de espíritu y una sinceridad conmovedora.

En este librito encontré unas cuantas ideas que comparto totalmente, y que quiero compartir con ustedes. Ellas son, entre otras:

  1. La finalidad de la vida humana es aprender a amar.  
  2. Amar consiste en que cuando el otro es feliz, entonces yo también soy feliz. Y cuando el otro sufre, entonces yo también lo paso mal.
  3. Es fundamental distinguir entre la felicidad y el amor, porque amar no excluye el sufrimiento.
  4. Hay que asumir la vida tal como es, y si no conseguimos impedir el sufrimiento, entonces más vale aceptarlo con amor antes que rebelarse o rechazarlo cerrándose en uno mismo.
  5. Como el sufrimiento hace parte de la condición humana, la clave está en cómo lo afrontamos: para el budismo, hay que hacer lo necesario para no sufrir más; entonces la finalidad de la vida se convierte en una ascesis y una ética exigente que pretende suprimir la causa principal de todo sufrimiento: el deseo. En cambio, para el cristiano el camino es otro: no se trata de eliminar el sufrimiento hasta suprimir todo deseo, sino de reaccionar frente a él mediante el compartir y la ofrenda. El sufrimiento siempre es un mal, y jamás debe buscarse; pero este mal, si llega, puede ayudarnos a ser más humanos, a compartir con los demás. 
  6. El deseo, en si mismo, no es un obstáculo para el crecimiento humano y espiritual. Lo que hay que hacer es aprender a orientar los deseos. Y sobre todo, cuando del deseo sexual se trata, que es uno de los instintos más intensos de la vida: si se vive de cualquier forma puede causar desastres; pero bien encauzado, es decir, vivido en una relación y un compartir auténticos, es muy positivo. Para quedar completamente satisfecho, el deseo sexual ha de expresarse en una relación amorosa, tierna, confiada.
  7. No hay que negar el pecado, pero se ha insistido excesivamente en el pecado como acto; no obstante, es mucho más significativa la intención con que se realiza y, sobre todo, la repetición intencionada del pecado (es decir, el hábito), El acto aislado no es de la misma naturaleza que la repetición de un acto que sabemos es negativo para nosotros o para los demás, y a pesar de ello, nos acostumbramos a realizarlo. Esto es necesario advertirlo para “desculpabilizar” a quienes cometen una trasgresión bajo los efectos de un dolor, de un error de juicio o de una pulsión, pero que después hacen todo lo posible para que no ocurra nuevamente.
  8. En sentido estricto podemos entonces hablar de “vicio”: así como la virtud nace de la repetición de una buena acción (se es virtuoso al realizar actos positivos), el vicio nace de la repetición de un acto reprobable. Y el verdadero pecado es el vicio, es decir, la persistencia en un comportamiento destructivo para nosotros mismos o para los demás.
  9. Entonces, en últimas, todo reside en la libertad de conciencia que poseemos como humanos que somos, y que es la condición misma del amor. Somos libres para elegir amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, o para destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Y somos libres también y, en últimas, para creer o no creer en el Amor Misericordioso que es Dios, quien nunca nos fuerza a amarlo, pero que siempre nos manifiesta su amor. Así, toda la grandeza del ser humano radica en poder amar a Dios en la fe, sin tocarlo, sin verlo, sin conocerlo directamente. Y en ese acto de amor, su libertad es completa.

¿Placer de envejecer?


En la noche de esta vida,
seremos juzgados sobre el amor
(Juan de la Cruz)

Envejecer parece una prueba: el cuerpo protesta, las fuerzas se van. Pero el envejecimiento también es positivo. Todo comienza cuando no puedes leer sin gafas. Luego, con las escaleras que ya no logras subir rápidamente. Pequeñas cosas que comienzas a olvidar; acciones que prefieres ya no realizar porque te agotan físicamente. Optar por quedarse en casa en vez de salir a un programa nocturno cualquiera. Y aparece este joven reflexivo y amable (¿un estudiante de filosofía?) que se levanta para dejarte su lugar en el transmilenio. Y los hijos mayores, soberbios y emocionados, que te anuncian el nacimiento de su hija, lo que significa que una línea se ha cruzado: ahora eres abuelo. Por no hablar de las otras mil pequeñas cosas que se acumulan y señalan que "uno envejece".

Sin embargo, envejecer no es una novedad. Comienza desde que naces. Después del tiempo de aprendizaje de la niñez, del entusiasmo de la adolescencia, de la plenitud de la edad adulta, viene el momento de la caída lenta y progresiva. "No hay nada mejor que llegar a viejo para no morir joven", dice la sabiduría popular. Sin embargo, hoy la sociedad está tan volcada en el culto de la juventud y obsesionado con los valores que se le atribuyen, que envejecer ya no aparece como un beneficio. Entonces, ¿cómo domar estos años? 

Envejecer puede manifestarse de diferentes maneras. Puede comenzar más temprano o más tarde, e incluso se deja presentir mientras que el aumento del poder de la edad adulta todavía no ha alcanzado su nivel más alto. Pero siempre es la misma cosa. Dinamismo, energía, brillo, fuerza, optimismo, el gusto por el riesgo y emprender algo nuevo ya no son lo mismo. La silueta cambia. Toda una cartografía de la edad se inscribe sobre la frente, las sienes, las mejillas, la barbilla. Ciertas actividades comienzan a desaparecer de la agenda. Los proyectos largamente acariciados son finalmente abandonados. El círculo de relaciones se reduce, los amigos se alejan. A veces, los más cercanos se van, dejando sólo recuerdos. Sentirse viejo, dijo Nicolle Carre, está menos ligado al número de años que a la pérdida de fuerza y el sentido de disminuir la relación con el mundo. "Envejecer se declina en términos de escasez".

Y luego están las miserias, grandes o pequeñas. El oído se hace menos fino. El sueño se hace esperar. La osteoartritis endurece las articulaciones. El cuerpo protesta. Y, ataques más graves, que hacen que los "yo no puedo" se conviertan en "No puedo más". La memoria, las fuerzas, la respiración, todo se va. Es la experiencia de la debilidad. A lo cual hay que añadir a veces la prueba de la soledad o la humillación de la dependencia. Es el tiempo de la pobreza suprema, así se tenga dinero o posesiones.

Pero si bien los cuerpos y caras reflejan el peso de la edad,  también pueden contar la riqueza de la experiencia, y el placer de la vida y la felicidad de vivir. Nuestras sociedades modernas insisten demasiado en las disminuciones, sin embargo, otras culturas hacen hincapié en la riqueza y la fertilidad de la edad. Subrayan las ventajas de la edad, sobre todo estas tres:
  1. La memoria de lo vivido, la historia, valiosa y recuperable antes de que se pierda en el olvido,
  2. El cumplimiento de sueños y metas a lo largo de la vida,
  3. La sabiduría acumulada y transferible a los más jóvenes.

"El anciano es el testimonio de lo que merece ser guardado en la memoria de las generaciones", dijo Jacques Loew. "Cuando un anciano muere, una biblioteca desaparece," señala un proverbio africano. Garante de la continuidad, portador de una historia que sigue, la persona de edad inspira respeto. Una vez más, la escritura insiste: "Honra a tu padre ya tu madre, como lo pide Yahvé tu Dios, para que tus días se prolonguen y que seas feliz en la tierra que el Señor te da" (Dt 5 , 16).

¿El cumplimiento? A la hora de rendir cuentas, una vez establecidos los tesoros y fracasos de toda la vida, la persona que envejece puede continuar su viaje con una doble mirada: Aquella de la decepción, pesar, tristeza y culpabilidad ("yo podría haber tenido, yo debería haber hecho"). O por el contrario, aquella del agradecimiento y admiración por lo que se logró, y lo que aún le espera por vivir. Tal maravilla lleva a la alegría y la acción de gracias. "Bendice al Señor, alma mía. Él sacia de bienes tus años y como un águila se renueva tu juventud "(103.6), dice el salmista.

Y última ventaja de la edad: la sabiduría. Citando el libro del Eclesiástico. "No ignores el discurso de los ancianos, porque ellos mismos han sido la escuela de tus padres" (8,9). Sin embargo, precisa inmediatamente que esta sabiduría no se da sin condiciones.

Este camino de la sabiduría y el amor, significa que la persona cuyas fuerzas van desapareciendo pero, sigue abierta y atenta a los demás, escucha la llamada a vivir en este lugar más allá de todas las fuerzas sensibles; allí donde se origina toda la fuerza, donde no se sabe nada, donde sólo se sabe vivir... esa persona, puede ser el signo de lo que el ser humano es en su profundidad y esencia  

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