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viernes, 14 de febrero de 2025

La gente que me fascina


                                    

 Ante todo, me fascina la gente que vibra por las personas y las cosas

Que no hay que empujarla para que actúe

Sino que tiene claro lo que hay que hacer…. Y lo hace rápidamente.

 

Me fascina la gente que entiende y acepta las consecuencias de sus actos

Que no deja las cosas al azar.

Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma,

Pero que tiene muy claro que somos humanos y nos podemos equivocar

Y está dispuesta a entender y perdonar los errores.

 

Me fascina la gente que conoce el valor de la alegría…

Y la ejerce con su sonrisa y su satisfacción y la promueve entre los otros…

La gente que incluso ante las dificultades mantiene la esperanza e irradia complacencia.

 

Me fascina la gente sincera y franca,

Capaz de oponerse con argumentos tranquilos y razonados a las decisiones de los demás.

Me gusta la gente de criterio, que no traga entero…. Pero que no alardea.

La gente que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó…

Y que al asumir sus errores, se esfuerza realmente por no cometerlos de nuevo.

 

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente…

La gente que no teme decir

lo que piensa…

La gente que es capaz de expresarme su amor, pero también de cuestionarme mis errores.

A estos los llamo amigos.

 

Me fascina la gente fiel y constante, que no desfallece cuando se trata de lograr sus ideales.

Me gusta la gente de garra… que ve los obstáculos como retos.

Me gusta la gente que trabaja por resultados, con claridad, y no por cumplir.

Me fascina la gente que no se cansa de aprender… que no cree que ya lo sabe todo.

Me gusta la gente inquieta y perseverante… que siempre está en búsqueda.

Con gente así me gusta trabajar y darlo todo….así no obtenga ninguna remuneración…

Ya que con haber tenido gente así a mi lado me doy por retribuido.

 

Pero sobre todo

Me fascina la gente capaz de amar…siempre.

Me gusta la gente sin miedos ni prejuicios ante los diferentes

Me gusta la gente capaz de darse, de entregarse incondicionalmente

Me fascina la gente capaz de ser…simplemente humanos.




 

¿Infidelidad o pérdida de la confianza?

 


El verdadero problema de una relación no es la infidelidad sino la pérdida de la confianza

Ambas palabras provienen de la palabra fe, que a su vez deriva del vocablo latino fĭdes, que significa: fe, confianza, crédito, buena fe, palabra dada. El campo semántico de la palabra fidelidad contiene especialmente el tema de la confianza, la fe y la palabra empeñada, por eso se alude a la infidelidad cuando existe una ruptura, ausencia o falta de confianza o fe.

Por lo general la mayoría de las personas considera infiel a quien, siendo consciente de sus actos, transgrede el compromiso de exclusividad sexual con su pareja. Así la infidelidad se considera algo intrínsecamente negativo, pues cuando se ejerce ataca mucho más a un ideal que a una norma social determinada. Hay muchas personas que piensan que si no hubo sexo no fue infidelidad, para ellos los besos no cuentan; otras creen que tan sólo basta con pensar en serlo o fantasear con otra persona para que haya infidelidad. Y algunas otras personas que, por ejemplo, se permiten seducir gente constantemente, llegando a entablar largas charlas, no lo consideran una infidelidad; u otros que piensan que tener relaciones sexuales sin comprometerse afectivamente no es infidelidad. Eso explica creencias como “Mientras no me involucre afectivamente… todo bien”, “El sexo es sexo y la pareja es otra cosa”, “Él/ella también lo haría”.  En cualquier relación siempre hay cosas permitidas y cosas prohibidas. Los problemas en las parejas suelen surgir cuando las reglas del juego no están claras, o cuando alguno las rompe o las infringe.

El problema en el fondo es ver que piensan de eso sus parejas, porque el tema fundamental para hablar de infidelidad es la ruptura del contrato que se había establecido, que suele ser tácito en la mayoría de los casos, y en el cual ambos miembros de la pareja acuerdan mantener un vínculo de exclusividad sexual y afectiva; por lo tanto, si el acuerdo era otro, si estaba permitido cierto tipo de contactos con otros; si se sabe y se dice… es posible que la confianza no se deteriore. Tal vez lo atractivo de la infidelidad es precisamente su condición de ser algo prohibido; por eso es algo deseado: se desea lo que no se tiene y que se supone que el otro/a se lo puede proporcionar. Además no podemos olvidar que el ser humano es por naturaleza trasgresor. Y tal vez por eso, se tiende a mantenerlo en secreto, lesionando la confianza en la pareja. Pero en el fondo, la transgresión de la infidelidad podría ser perdonada, si no ha comprometido ni compromete la confianza existente entre la pareja, así haya roto un supuesto o real contrato.  Por eso, insisto en que el problema real no es la infidelidad como tal sino la confianza existente y su posible pérdida.

Ahora bien, para la psicología social y la sociología, la confianza es una hipótesis – yo diría, una apuesta, en el sentido pascaliano-  que se realiza sobre la conducta futura del otro. Se trata de una creencia que estima que esa persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación. Por eso,  la confianza puede reforzarse o debilitarse según las acciones de la otra persona. La confianza se va construyendo o se va destruyendo. La confianza supone una suspensión, al menos temporal, de la incertidumbre respecto a las acciones del otro; mientras confiamos, aceptamos, no dudamos, no celamos. Cuando se confía en el otro, uno cree que puede predecir sus acciones y comportamientos; por eso la confianza es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que dicho futuro depende de la acción del otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo. La confianza, por lo tanto, simplifica la relación (y en el fondo todas las relaciones sociales).

La confianza es la que más sale perjudicada después de que una infidelidad es descubierta, la persona engañada tendrá dificultades en volver a creer, en confiar nuevamente pues no se cumplió con lo que se había pactado o convenido. Desde la sospecha hasta la certeza, poco a poco se va destruyendo la confianza de los integrantes de la pareja en la que se basó la relación. Y cuando se pierde la confianza, casi siempre es por agotamiento emocional, y como lo dice Baltasar Gracián, por descuido: “La confianza es madre del descuido”. Por algún motivo se descubre algo oculto y la duda entra en la relación, ya no se cree… se vive en la incertidumbre. Y como la confianza es como un cristal, si se rompe, por más que se vuelva a pegar nunca va a quedar igual.

Pero, claro que la confianza se adquiere con el tiempo y la experiencia. Francis Bacon, hace hincapié en uno de los rasgos que define la confianza: el tiempo transcurrido. Dice así: «La edad parece ser la mejor aliada en cuatro cosas; madera vieja es la mejor para quemar, el vino viejo es el mejor para beber, los viejos amigos para confiar y los viejos autores para leer»

La pérdida de la confianza termina con cualquier relación: el hijo que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a emborracharse, la pareja que sigue coqueteando con otros o el amigo que suele dejarnos siempre plantados. Todas esta conductas terminarán, tarde o temprano y dependiendo de nuestra propia tolerancia y paciencia hacia la irresponsabilidad, con la relación.

 

Amores prohibidos


              “Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad” (Marguerite Yourcenar)

Todos en algún momento de nuestra vida, nos hemos enamorado o sentido amor hacia otra persona: esa especie de fascinación que hace que quedemos "conectados", con necesidad de interactuar y de conocernos más. Es la experiencia de sentir mariposas en el estómago, de tener el pulso acelerado y hasta palpitaciones en el corazón; los científicos afirman que una serie de cambios bioquímicos se generan en nuestro organismo cuando eso ocurre.

 Ahora bien, cuando ese amor es complicado (por la razón que sea) sentimos una fascinación aún mayor. Eso corresponde a lo que generalmente se llama “amores prohibidos”, es decir, aquellos que no pueden ser públicos porque podrían causar dolor a un tercero o simplemente porque la "sociedad" no los ve bien. Es que nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas. ¿Por qué algunos piensan que el amor proh
ibido es el más bonito de todos?.

Los amores prohibidos siempre han existido; generados por circunstancias que no permiten que los enamorados estén juntos: alta diferencia de edades, vínculos o diferencias familiares, consanguinidad, mismo sexo, personas con otras parejas, etc. El ejemplo clásico de esto en la literatura es el de Romeo y Julieta que dieron su vida el uno por el otro.  O el de Oscar Wilde que lo llevo a la cárcel durante la época victoriana. Y eso sin mencionar las múltiples letras de canciones que tratan ese tema. Así como estos se han dado muchos casos; algo que nos permite pensar que cuando existe este amor es inevitable que crezca, aunque las circunstancias sean adversas. Porque el saberlo amor prohibido genera en los amantes ese toque de emoción, de cosa oculta, robada, arriesgada, que hace que la adrenalina fluya al vivir cada encuentro como una aventura peligrosa, y lleva a hacer muchas locuras. Y es que no hay nada más tentador que lo que se considera prohibido. Por el simple hecho de que te lo prohíben… los seres humanos somos así: mientras más nos dicen que no, más anhelamos lo prohibido.

Pero, el amor prohibido es también un amor encadenado, ya que el amor requiere de libertad de expresión para poder desarrollar los sentimientos y proclamar con acciones y palabras lo que se siente. El amor prohibido tiene el sabor del deseo imposible de una felicidad perfecta, que debe permanecer oculta en la intimidad. Es un amor sin rostro, es un amor escondido, es un amor sin destino, es un amor clandestino. Y eso duele en el fondo, si bien un amor prohibido no se olvida porque es para siempre: nace cuando no debe, lo sientes cuando no puedes, pero perdura aunque no quieres. Amor prohibido es el que siempre queda en nuestro corazón: un amor bello, casi divino, casi celestial, pero, oculto y prohibido. Amor que desafía a la vida por no tener destino. Amor que retarda el presente y consume el futuro, porque solo vive porque ama.

Y es que “siempre hay un poco de locura en el amor. Más también siempre hay un poco de razón en la locura” (Friedrich Nietzsche). Y para los amantes prohibidos su amor desesperado podrá ser un delito ante la sociedad... pero nunca un pecado. Y es que, como lo dijo Saint-Exupery “el amor es lo único que crece cuando se reparte”. Y sin duda la razón nos puede decir que es mejor un amor prudente; pero la realidad es que es preferible amar dementemente a carecer de todo amor.



jueves, 30 de mayo de 2019

¿Y del deseo como amor qué?


Cuando decimos amor casi que automáticamente lo asociamos con romance, pero el concepto es mucho más complicado (tanto como idea que como sentimiento)[1]. El amor habla muchos lenguajes y la historia nos enseña que no ha sido siempre el mismo: los hábitos, la cultura, las tradiciones e instituciones, el devenir del tiempo, lo han matizado haciendo que asuma muchos rostros. Es un concepto abstracto (su opuesto sería odio o rencor), usado para enmarcar un sentimiento, un ideal, una ley natural, la condición ideal de ciertas cosas e, incluso, al lado de la felicidad, la mayor experiencia sensitiva que se pueda experimentar. ¿Por qué hay tantas ideas sobre el amor? ¿A qué se debe la existencia de tantos prejuicios y tabúes? ¿De dónde viene la idea moderna del amor como pasión trágica? ¿Por qué muchas canciones “románticas” son tremendistas y hasta crudas?

Aunque existen muchas concepciones y definiciones sobre el amor, incluso contradictorias o aún en desarrollo, pienso que en nuestra civilización occidental podemos sintetizarlas en dos núcleos semánticos: la noción de Eros (procedente del pensamiento clásico grecolatino), humana demasiado humana, bella, extática y estética, y la noción de Ágape (desde nuestra matriz judeocristiana), divina demasiado divina, perfecta, compasiva y ética. Desde el pensamiento grecolatino el amor (los afectos del alma que, desde el impulso hacia los cuerpos bellos, llegaba hasta la esfera de la sabiduría y lo divino) es similar (análogo) al deseo que quiere completar su satisfacción, pero cuyo proceso existencial es altamente agotador por la dinámica de búsqueda permanente que supone. Y desde la concepción judeocristiana el amor (ágape) se refiere más bien al ámbito de la gracia divina, siendo su modelo la plenitud y perfección del amor inmerecido de Dios hacia las creaturas, que se otorga sin condiciones a quien incluso lo rechaza, culminando con el patetismo iconográfico de la crucifixión del hijo de Dios, sangrando por su insensato amor a la humanidad.

Es imprescindible aclarar algo: la noción de amor no se puede aplicar de forma exacta y unívoca a otras culturas, quiero decir que, si bien “amor” puede implicar aquí y ahora relaciones sentimentales o sexuales, no necesariamente hallamos un solo vocablo análogo en otras culturas, por ejemplo, los mismos griegos antiguos separaban entre eros, filia, aphrodisia, epithemia (amor pasional, filial, sexual, deseante); hoy cómodamente abarcamos todo eso y mucho más bajo una sola palabra: amor. Igualmente, la historia nos muestra con sus hechos las dificultades del concepto: los cristianos antiguos rápidamente separaron el ágape de la cupiditas, polos del deseo entre los cuales se estableció una tensión tal que se dieron escenas tan dramáticas como las escritas por San Agustín en su libro VIII de las Confesiones o como el caso de Orígenes, quien optó por castrarse para no vivir más con sus pulsiones concupiscentes[2]. Así la tradición cristiana pronto propuso un “amor puro” (a través de pensadores como Clemente, Madame Guyon o Fenelon) tan perfecto que originó el quietismo heterodoxo (el estado de perfección solo podía lograrse inhabilitando la voluntad) y el desprecio jansenista al amor a los demás ya que cualquier apego a quien no fuese Dios suponía desatender al único que lo merecía: “Él hace que desees, Él es lo que deseas. Él mismo consuma el deseo”, dirá Bernardo de Claraval (2018: 7, 21). Casi como un efecto especular: mi deseo se satisface en él, pues él ha satisfecho el suyo creándome a su imagen. Tenemos dos Narcisos contemplándose y satisfaciéndose el uno al otro. Pero el más genial aporte de esta especularidad del amor cristiano es como reasume, sublimándolo, el deseo humano (ávido, anhelante, total, caótico, imposible): éste puede ser guiado por la voluntad y la razón, hasta convertirlo en un “deseo puro”, que es ya equivalente al amor. Puro, para el místico Bernardo, significa aquí “colmado por la fusión con el amado”, estado de beatitud si se consideramos que Dios libera el deseo y, al mismo tiempo, le da un objeto a la medida de su desmesura: un objeto infinito. Cada uno es como este “infinito”, ego affectus est, porque Dios también es Amor.

Pero el amor cristiano es mucho más complejo que lo dicho, pues también asimila el eros grecolatino, como lo muestra cierta corriente mística, amalgamada con la erótica (Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Johanes Tauler, Angela de Foligno, entre otros) que expresaba la experiencia espiritual en lenguajes apasionados: dolor, sufrimiento, congoja, éxtasis, languidez, deleites, gozos divinos, entre muchos más[3].

Desde la baja Edad Media con el modelo del amor cortesano, surge una nueva forma de entenderlo, que origina nuestro actual ideal romántico; desde ahí los filósofos comienzan a sesgar su reflexión sobre el amor en lo pasional, tal como veremos que sucede en Descartes o en Hobbes (con sus esfuerzos por situar el amor en el marco de una antropología psicológica), o en pensadores como Rousseau o Schopenhauer (llegan a un enfoque casi irracional de la pasión amorosa, como trampa de la naturaleza para lograr sus propios fines).

La actual concepción del amor, aparentemente secular y profana, posee sin embargo una estructura simbólica (recuerdo que las mejores expresiones del pensamiento dualista y simbólico se dan en el seno de las creencias religiosas) que trasluce las ancestrales luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Basta recordar el último capítulo de la telenovela de moda, la cartelera cinematográfica o una canción de música popular para entender que aún quedan restos del amor cortesano medieval: los amantes solo satisfacen su unión a costa de sacrificios, la muerte, la enfermedad, la decadencia moral, el engaño y la calumnia, y un sin fin de dificultades que hacen que los amantes siempre están frente a la tentación de abandonarlo todo, como repitiendo la historia de Pedro Abelardo y su discípula Eloísa, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Laura y Petrarca[4]. El “amor verdadero” siempre es amor pasional.

En fin, no hay una “esencia del amor” a respetar, nada hay en él que no venga condicionado por la relatividad y la historicidad, lo que llamamos “amor” está atravesado por los albures del lenguaje y sus múltiples simbolismos. O sea que el amor tiene su propia narrativa histórica, y que dicha fabulación vive en nuestra existencia, siempre nostálgica de una otredad que suele adornarse, cristalizarse, con múltiples virtudes. De la mano del imaginario socialmente aceptado nos encaminamos en la búsqueda del patético “príncipe o princesa azul”, o del supuesto “amor eterno”, o incluso, siendo más simples, de la pretensión ilusa de inmutabilidad de los afectos o ecuanimidad de la alegría. Por eso se hace necesario transformar nuestros prejuicios sobre el amor, no sólo por dietética mental, sino para vivir mejor nuestras experiencias afectivas, pasionales y amorosas en el vasto campo de los símbolos y lenguajes del deseo y el amor. Y el epicureísmo puede ayudar en ello.




[1] Por ejemplo, aunque no se insista mucho en ello, en latín hay dos términos:  el vocablo “amare” que es el “amor adhesivo” y diligere, que viene a ser el “amor reflexivo”. Cuando usaban amare, se referían al amor en el cual uno se “adhiere al otro”, se apega, quiere ser “uno solo” (como “amor pasional”), mientras que cuando se referían al amor diligere, entendían que se busca un amor diligente, atento, responsable, reflexivo, porque la dilección (Diligere) pretende un amor eterno y puro.
[2] Pese a este maniqueísmo, Agustín llego a su famoso dictum: “Ama y haz lo que quieras”.
[3] De hecho, es significativo que la primera encíclica del papa Benedicto XVI (Deus caritas est del 2005) esté dedicada al tema del amor de Dios, y en ella se atestigua una reivindicación del eros al interior del ágape. La encíclica hace una reflexión sobre los conceptos de eros (amor sexual), agape (amor incondicional), logos (la palabra), y su relación con las enseñanzas de Jesucristo:  cuanto más se encuentran eros y agape, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor ser realiza la verdadera esencia de éste.
[4] Este imaginario amoroso, que parece muy secular sigue siendo tan profundamente religioso como los antiguos mitos hierogámicos, donde el amante estaba condenado a una serie de pasiones trágicas (pensemos en la relación Tammuz-Innana, o Isis-Osiris).

lunes, 30 de julio de 2018

La amistad como seducción




Uno de los diálogos de Platón que más me impacta y seduce, por su tono dramático y al mismo tiempo su carácter lúdico, de humor intelectual, es el Lisis (Sobre la amistad). En él Sócrates despliega plenamente su capacidad de seducción filosófica.

¿Cuál es el escenario dramático? Dos jóvenes efebos, Ctesipo e Hipótales, amigables y despreocupados, son invitados por Sócrates para que lo pongan al tanto de cuáles son sus intereses en el gimnasio. Hipótales queda “fuera de base”, y se ruboriza ante la pasión que lo envuelve. Esto le da a Sócrates la oportunidad de presentarse a sí mismo como un experto en cuestiones de amor. Ctesipo sale al paso de su compañero y comunica a Sócrates el enamoramiento de Hipótales por Lisis, y de cómo aquél se desvela en arrebatos de inspiración poética. Sócrates aprovecha para dar la primera lección: que no conviene elogiar a la persona que se quiere seducir, pues: “el que entiende de amores no ensalza al amado hasta que lo consigue”. Así pues, para conseguir “ser grato a los ojos del amado”, Sócrates planeará una nueva estrategia para atraer la atención del joven Lisis. Y le aconseja a Hipótales ocultarse, mientras atrae a Lisis.

Cuando Sócrates queda a solas con Lisis, comienza un primer diálogo con el niño, que versará sobre su actual situación de subordinación, como hijo menor. Sócrates y Lisis acuerdan que la razón de que sus padres obren así es la consecuencia de su falta de capacidad y entendimiento, por su corta edad e inexperiencia. Cuando Lisis admite que poseer un saber práctico y útil es la condición, tanto de su libertad de movimiento como del aprecio de sus padres para con él, Sócrates amplía el horizonte de esta situación a niveles de mayor abstracción, para reafirmar su tesis fundamental de que la utilidad es el motivo más sustantivo para ser querido, induciendo al niño para que admita que la utilidad de su sapiencia será valorada también luego por los demás. Y concluye que para ser amigo de alguien y para que alguien sea amigo nuestro es necesario ser útil. Esta tesis central no será refutada como idea fuerza y atravesará todo el sentido del diálogo.

En este comienzo del diálogo se recalca la función educativa y de perfeccionamiento moral del amor y, a la vez, enseña (sobre todo a Hipótales que sigue de cerca la conversación) que al ser amado no se deben dirigir elogios, de modo que su orgullo lo envanezca, sino, por el contrario, se deben usar palabras que rebajen sus pretensiones de suficiencia, lo que debe dar como resultado un ansia natural de mejoramiento. Y con más razón si el amado es un joven cuya falta de experiencia se educa por medio del amor filial, según los cánones tradicionales.

En un segundo momento, ahora con Menexeno. compañero discutidor de Lisis, lo que hará Sócrates es justamente erosionar la evidencia de lo recíproco en la amistad mediante la dislocación del sujeto amigo, desde su rol activo, como amante, hacia el rol pasivo del otro sujeto como amado. La pregunta desencadenante es: Si un hombre ama a otro, ¿quién es el amigo, el que ama o el que es amado? Y el dialogo avanza al estilo socrático, desmontando poco a poco todas las respuestas que Menexeno va dando. Al retirarse este último, Sócrates vuelve ahora a la indagación con el pequeño Lisis. Sócrates sugiere a Lisis revisar las opiniones de los poetas. Y continuando el va y viene del diálogo socrático van concluyendo que son los opuestos y no los semejantes los sujetos más idóneos para tener relaciones de amistad basadas ahora en la complementación de una necesidad. Pero esta tesis de la atracción de los contrarios luego será refutada. Y Sócrates avanza con una nueva intención, consistente en introducir un tercer género, el neutral o intermedio, que sería lo amigo de lo bueno.

El logro inmediato de esta parte del drama es que el verdadero sujeto de la amistad es el ser humano, instalado entre los dioses y las bestias, entre lo perfecto y lo imperfecto. No obstante, y para llenar de contenido el sentido último de la amistad, hay que avanzar hacia la pregunta por el sentido último de la amistad en conexión íntima con la sabiduría existencial que Sócrates busca. Ahora Sócrates propone un cambio de punto de vista. Si alguien ama, o es amigo, debe ser por alguna causa y buscando algún fin. ¿Y será esto, con miras a lo cual un sujeto es amigo o amante de su amado, también algo deseado?

En términos sencillos se plantea que, en este proceso del deseo, no todo es apreciado por sí mismo, sino que algunas cosas lo son por otras que vendrán después; y como no se puede desear en forma indefinida, tiene que haber algo que es querido como fin último: este es el primer amigo u objeto último del amor en la cadena del deseo. Este esquema muestra un escenario teórico en donde se distinguen con claridad los medios y los fines. Si ese objeto superior existe, implica que todos los amigos queridos sólo son como fantasmas con respecto a lo verdaderamente querido, pues esto es esa cosa última, que no es deseada sino por sí misma. Sócrates identifica este primer amigo con el bienestar o felicidad, que en la perspectiva inmanente del diálogo equivaldría a aquello de mayor utilidad, cuestión que no se ha refutado hasta ahora en el diálogo.

Ahora bien, ¿si lo que amamos como fin último es el bien-útil?, la respuesta definitiva debe apuntar a la conveniencia como criterio decisivo. Pero ¿útil para qué, o mejor dicho, para quién? En este punto me parece que hay dos opciones posibles de adoptar, la primera es:

a.      El autoamor: no amamos el bien por sí, sino porque lo necesitamos nosotros mismos. Cada uno de nosotros es el verdadero y primario amigo, y siempre sería así, sin importar cuál fuera el bien querido. Se entiende que debido a que nos amamos a nosotros mismos, también queremos el bien (en cuanto útil), pues éste es el remedio contra el mal que impide que disfrutemos lo que somos.

b.      El amor a los otros: Para ello debemos recordar el planteamiento inicial del diálogo con Lisis: el joven será querido por todos en la medida en que su buena educación lo transforme en alguien provechoso crecientemente; si Lisis llegara a tener un saber útil para los demás, es decir, para sus padres, sus vecinos, sus conciudadanos, lo estimarían como un ser amable, como un sujeto provechoso en este esquema progresivo de una sociedad que se beneficiará con su sabiduría práctica. Ser útil para los demás es la posible salida al matiz egocéntrico del amor a sí mismo, que siendo verosímil resulta incompleto y narcisista.

Caigo ahora en el último giro de este dialogo, en donde se esboza una teoría general del deseo a partir de una nueva estrategia de refutación. Puesto que antes se dijo que el sujeto humano, que no es ni bueno ni malo, ama lo bueno por causa de lo malo, la falacia reside en que si el mal –ya sea del cuerpo o del alma– no existe más, entonces el bien ya no sería de ninguna utilidad; y aparece así que el bien ya no sería querido por sí mismo sino como una condición instrumental para conseguir otra cosa. Entonces resulta que la causa de que algo sea querido es el deseo, y –agrega Sócrates– uno desea aquello que le falta. Luego resulta que el amor, la amistad y el deseo  apuntan siempre a lo más propio y familiar, es decir, a lo que le pertenece a uno por naturaleza: lo que es connatural. Si Lisis y Menexeno son amigos, entonces lo son porque de algún modo son afines y se pertenecen el uno al otro, y nadie desea o ama a otro a menos que sea parecido a su amado. Se concluye que el verdadero y no fingido amante deberá ganarse el afecto de su amado.

La teoría de la seducción socrática consiste entonces en una inducción del amado para reducir su autoestima y así crearle la necesidad de una relación de maestro y discípulo. Ser amado equivale a ser necesario y eso implica estar inserto en un mundo, donde la función provechosa es un fenómeno dialéctico entre individuo y sociedad. Es la satisfacción amplia de sentirse parte de un todo, en donde se construye una forma de utilitarismo práctico y recíproco, eso sí, mediatizado por una educación de inspiración socrática, en la medida y proporción que le compete a cada miembro de la comunidad.


jueves, 21 de junio de 2018

Un día más, un año más…



Un día más, un año más…
365 días de múltiples experiencias,
y un año más de caminar, dando pasos a veces inseguros,
en este mundo donde existimos juntos,
llevando sentimientos, emociones y vivencias
a diestra y siniestra, a unos y otros.

Un año más de vida, siempre aprendiendo,
buscando cada instante ser más humano, profundamente humano,
reconociendo errores, aunque casi siempre cueste entenderlos,
y valorando experiencias en todo aquello que parece y no es...
creyendo pese a todo, trascendiendo lo que parece simplemente inmanente.

Un año más de vida… y sigo caminando 
en ese andar pleno de tropiezos, pero también de momentos llanos y plenos,
que en verdad hacen crecer sin envejecer...
un año más en la cotidianidad siempre amando, amando todo siempre...
porque simplemente me siento amado.

Un año más para superar todo aquello que en la vida he encontrado, 
que me ha sido dado sin merecerlo,
sabiendo que aquí estoy de nuevo caminando y, ante todo, amando,
porque cada día siento más unido mi corazón a mis pensamientos,
mis emociones con mi corporalidad, mis sentimientos con mis cercanos,
mi existencia con aquello que me supera y me trasciende...
viviendo así un año más en medio de tantos caminos que se cruzan.

Y un año más en el que rindo mi amor y mi cariño
a todos los que han permitido con su cercanía,
que yo, hoy en este nuevo año de mi vida, siga aquí,
y pueda agradecer desde lo más profundo de mi corazón,
en el que llevo presente, cada instante, cada sentir y cada vivencia,
y donde tengo que agradecer por todo y a todos...

martes, 8 de mayo de 2018

Amar… Amor… ¿por qué (es… eres) tan complicado?



Sé que soy el único al que has amado; sólo que yo he recorrido más, porque antes
ya había amado; pero… ¿por qué no crees que hoy solo te amo a ti? … aunque los
recuerdos del pasado permanezcan. Y espero que, a pesar de esa diferencia, logres
comprenderme.

Sé que soy el único que hace latir tu corazón. ¿Y no comprendes que tú haces latir el
mío? Pero me desconcierto por algunas actitudes tuyas. Pero, poco a poco, voy aprendiendo
a esperar… silencioso… tu respuesta. Porque sé que estás viviendo algo que es
nuevo para ti… Y que eso no es fácil.

Sé que soy la única razón por la cual te levantas cada día. Sé cuánto me amas, lo he
experimentado muchas veces, tantas como las que siento que no me crees que de
verdad te amo.

Sé que sin mí no sientes seguridad de vivir. Y por eso no entiendo lo difícil que te es
aceptar mi apoyo y mi protección.

Solamente me gustaría que creyeras que yo siento igual, aunque soy diferente a ti.
Solamente me gustaría que no me vieras como algo irreal.
Solamente anhelaría que me dejaras hacer mi proceso para dejar el pasado atrás y
creyeras que lo estoy haciendo por ti.
Solamente desearía que te apoyaras en mí.
Solamente sé que te amo y no quiero perderte, aunque a veces me siento perdido contigo.
A veces no sé cómo tratarte.

Y me extraña que en ocasiones pienses que te dejo en tu soledad…. Cuando no he
dejado de ofrecerte mi apoyo y siento que tú te estás escondiendo de mí.
Y te he dicho y creo que te he mostrado que realmente no quiero llevarte por los
caminos que ya he pisado en el pasado.

Quiero construir algo nuevo contigo…. Pero sabes... a veces no sé cómo hacerlo y me
da miedo que me sienta de pronto cansado y no sepa qué más hacer.
Solamente deseo de corazón amarte, solo eso… amarte y solo estar junto a ti.


viernes, 27 de abril de 2018

Presente, pasado y futuro


Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarle ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia con nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar con los amores futuros.




Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras, viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.

Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida; y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.

Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…

Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.  Pero eso si... los seguiré aprovechando hasta que pueda para ser feliz... y para seducir a otros a serlo... esa mirada lo expresa plenamente.

martes, 24 de abril de 2018

¿Qué es de verdad amar?


Nos enamoramos cuando conocemos a alguien y surge una atracción tan fuerte por esa persona  que dejamos caer, para él o ella, las barreras que mantenemos frente a los demás. Comenzamos a compartir con esa persona nuestros sentimientos y pensamientos más íntimos y tenemos la sensación de que, por fin, hicimos una conexión verdadera con alguien. Este sentimiento nos llena de placer; incluso la química corporal cambia. Nos sentimos felices y andamos todo el día de buen humor y como atontados. Es normal que cuando estamos enamorados nos parezca que nuestra pareja es perfecta: la persona más maravillosa del mundo. Y por ahí comienza la diferencia entre enamoramiento y amor.

Empezamos realmente a amar cuando dejamos de estar enamorados. ¿Extraño, no? Pero así es. El amor implica conocer a la otra persona, requiere tiempo, supone reconocer los defectos del ser amado, ver lo positivo y lo negativo de la relación. Esto no quiere decir que enamorarse no sea bueno; al contrario es maravilloso. Sin embargo, es solo el comienzo de algo mucho más sublime. Lamentablemente muchas personas no alcanzan a vivir esta experiencia extraordinaria del amor, pues son adictas a estar enamoradas: terminan sus relaciones cuando la magia de haber conocido alguien nuevo desaparece; cuando empiezan a descubrir defectos en la otra persona y a darse cuenta que no es tan perfecta como pensaban.

Y es que el verdadero amor no es ciego. Cuando amamos a alguien vemos sus defectos, pero los aceptamos; vemos sus fallas, pero lo ayudamos a superarlas. Al mismo tiempo esa persona ve tus propios defectos y los entiende. El amor verdadero se fundamenta en la realidad, no en el sueño de encontrar o no a tu príncipe azul o a tu princesa encantada.

Encontré a una persona maravillosa, de acuerdo, pero no es perfecta ni yo tampoco. Encontré mi alma gemela, pero también los gemelos discuten y también tienen diferencias. Amar es poner en una balanza lo bueno y lo malo de esa persona, y después amarla. El amor es una decisión consciente y responsable.

A veces he oído hablar sobre personas que dicen que se enamoraron de alguien y que no pudieron evitarlo. ¿Es que acaso es una cuestión de suerte? ¿Acaso amamos por arte de magia? ¿O es que se supone que alguien más tiene poder sobre nosotros? De ningún modo. Puedo sentir una gran admiración por alguien, puedo desear tener una relación con alguien, puedo desear encuentros sexuales con alguien, puedo estar muy agradecido por lo que alguien ha hecho por mí, pero...no lo amo. El amor brota de la convivencia, del acompañar y el comunicar, de dar y recibir, de intereses mutuos, de sueños compartidos. Yo no puedo amar a alguien que no me ama, o que no se interesa en mí. El amor verdadero es recíproco. Recibes tanto como das.

En síntesis:

Enamorarse no es lo mismo que amar.
Yo decido a quién amar.
No puedo amar a quien no me ama.

El amor se basa en la realidad.
El amor no es ciego.
Si bien el amor se basa en lo real, también es cierto que puedo alcanzar mis sueños.
Por eso hay que buscar la forma de encontrar el amor en la persona de mis sueños.

Hoy sé que se empieza a amar cuando se deja de estar enamorado.
Porque he aprendido que el amor llega cuando conozco profundamente al ser amado,
y eso implica vivir juntos experiencias agradables y dolorosas.
Implica reconocer y aceptar los defectos del ser amado, así como los propios;
ver lo positivo y lo negativo de esa relación vivida en el tiempo.
Implica perdonar y olvidar… Implica ser incondicional.
E implica aceptar que el amor puede acabarse.


martes, 17 de abril de 2018

Cuando hacemos daño sin querer….


Hoy me he despertado con una carga sobre mi conciencia: ¿Será que sin quererlo estoy haciendo daño a quien más quiero por no decir ni hacer lo que se debe?

Nunca me ha gustado hacer daño a nadie, muchas veces he callado cosas y he aguantado situaciones diversas por no generar mal en el otro.

Pero a veces, por no decir o hacer algo creamos expectativas que hacen daño al otro; las personas hacemos daño sin darnos cuenta: una mirada, una palabra, un comentario inocente, un gesto no explícito, un amor no recíproco… todo está lleno de daño inocente.

Por eso, al igual que el trabajo de los médicos cuando han de informar sobre la muerte de un familiar en la mesa de operaciones o la ruptura necesaria por parte de tu pareja, hay que decirlo… Es inevitable.

A veces pienso en cuánto dolor estamos dispuestos a soportar o si podemos remediar en determinadas situaciones esas pequeñas maldades.

Creo que es mejor ocasionar un pequeño daño diciendo lo que hay que decir o haciendo lo que hay que hacer y no producir un mal mayor callando o no actuando. Pienso que es lo correcto. Y es lo que he hecho.

Sin embargo me siento mal. A nadie le agrada ver tristeza y dolor en ojos ajenos… Y menos a mi… Pero peor hubiera sido seguir generando expectativas sin esperanza.

Mientras tanto me pregunto… ¿Somos los seres humanos malos por naturaleza? ¿Nos damos cuenta del mal que ocasionamos? ¿Y podríamos detenerlo?

Claro que nos damos cuenta del daño que causamos, pero también nos damos cuenta del bien que podemos hacer si frenamos las cosas a tiempo, revirtiendo la mentira con la verdad, la maldad con la bondad.

¿Pararlo? No, no podemos
¿Mejorar? Sí, siempre podemos.

Si hacemos mal y no queríamos hacerlo, tengamos el coraje de reconocerlo, arrepentirnos y dar el paso más importante, DECIRLO. Pedir perdón.... ¿Quién puede negar el perdón a alguien que efectivamente se arrepiente?

Y… si te lo negaran, ya tu paso está dado... eso es lo importante. Con el tiempo, el otro, ya alejado del dolor, sabrá entender y perdonará.



¿Cómo encontrarle sentido a la vida?


La reflexión (el pensar por sí mismo) y la acción (las prácticas cotidianas) nos ayudan a reducir la brecha que normalmente existe entre el modo cómo vivimos y lo que en realidad desearíamos que fuera nuestra vida. Se trata de un proceso praxeológico (reflexión y acción inseparables) que, en tanto se va consolidando (experiencia), permitirá mayores logros; por eso es importante ver, poco a poco, en cada paso de la vida, qué cambios podemos realizar, y darles forma.


Lo que llamamos “el sentido de la vida” está en la base del modo como vivimos: es su fundamento, pero no se ve si no nos preguntamos reflexivamente por él; son los cimientos que sostienen y dan forma a la existencia, pero como cimientos no son visibles sin cierta “excavación”. Es importante saber que cuando nos preguntamos por el sentido de nuestra propia vida no buscamos una respuesta unívoca: lo que intentamos es entender el espíritu de nuestro tiempo y señalar lo que queremos que nos ocurra en ese contexto. Sin embargo, para aclarar lo que deseamos primero comprender ciertos condicionamientos culturales que subyacen bajo nuestras modos cotidianos de pensar, sentir, amar y vivir.
 
Los modos adquiridos 

Cotidianamente expresamos el sentido de una experiencia señalando su utilidad (¿para que me sirve?). Esta es la principal herencia de nuestra historia  familiar y social: nuestros padres y abuelos orientaron el sentido de sus vidas en la utilidad de sus actos y en el poder que lograban sobre las cosas y las personas. Así, aprendimos que somos personas si somos útiles y poderosos; no importa la calidad de nuestra vida, sino cuánto producimos y cuánto tenemos.

Esta es una cosmovisión utilitarista-productivista, que propone un modo de ser y estar en la vida, que aún prevalece en nosotros, pero que se gestó desde  un estado de cosas muy diferente al actual: el estado de necesidad y carencia en que se encontraba la humanidad a finales de la Edad Media, lo que generó la lógica del “progreso” y  forjó un modo de vivir que transformó lo existente hasta entonces. Hoy podemos cambiar el modo de ser y  vivir basado en este paradigma, porque ya no sintoniza totalmente con nuestro mundo.  

No olvidemos que nuestra lógica espontánea (el “sentido común” que guía nuestras decisiones) todavía se basa en esta cosmovisión productivista. Pero hoy los sentimientos y deseos de muchos de nosotros ya no se alinean con ese modo de sentir y querer, aunque todavía actuemos desde el. Este desfase ocasiona una sensación de pérdida de sentido: ésta es la causa fundamental de la crisis de valores, costumbres e instituciones en que nos hallamos. El sentido productivista está enraizado y da forma a nuestras acciones cotidianas. Si de verdad queremos cambiar, tendremos que resignificar el sentido  que orienta nuestro modo de ser y de actuar.

Un cambio de principio

Somos parte del mundo y nuestros modos de vivir cambian con él. Desde hace cinco décadas el mundo cambia radicalmente, quienes vivimos hoy debemos sintonizarnos con el nuevo estado de cosas. Pero, ¿por dónde iniciar esto? Lo que daba sentido, y que heredamos de los siglos anteriores, era el deber y eso señalaba siempre al resultado utilitario de lo vivido, y no al disfrute de cada experiencia vivida; hoy el enlace con la fuente de sentido está en el deseo; la pregunta ya no es “cómo se debe vivir”, sino “cómo quiero vivir”.

Asumir que somos seres que desean y aprobar eso que palpita en nuestros deseos nos permitirá conectar con nuevos horizontes de sentido. Generará en nosotros actitudes y propuestas más amistosas con los otros y con el mundo, más interesadas en la alegría y el goce de vivir, dando lugar a un nuevo modo de convivencia en el que nos relacionaremos con los otros desde la alianza, la inclusión y el amor, y no desde la competencia, el uso (y abuso) y la exclusión. 

Necesitamos aprender a hallar sentido en la alegría de vivir cada experiencia; así aparecerán en nosotros nuevas formas de sentir y valorar la vida cotidiana y el tiempo presente; surgirá una sensualidad con mayor valor del aquí y ahora y no tan pendiente del resultado, más interesada en la alianza que en el dominio sobre las personas y cosas. Se trata de un modo de ser y vivir que implica limitar la fuerza del registro utilitario productivista concebido a partir de la carencia y la miseria, y nos permita acceder a los potenciales de  bienestar que ofrece la actual situación.


Algunas cuestiones claves

Para orientarnos en esta búsqueda debemos prestar atención a nuestros  deseos: ¿Qué deseamos vivir, y cómo? Obvio la pura espontaneidad no nos bastará para reorientar las prácticas: debemos pensar nuevos caminos, desempolvar la imaginación y la intuición para diseñar estrategias y acciones novedosas.

Debemos aprender a no sobrevalorar lo establecido como verdadero por la educación que hemos recibido. Eso implica repensar el sentido a partir del cual  percibimos ciertos modos de vivir como buenos (y los repetimos aunque no nos hagan felices) y otros como malos (sin examinar si realmente son dañinos para nuestra vida o para la de los demás).

Necesitamos  tomar contacto con lo que deseamos vivir, que casi siempre está atrapado por los prejuicios del mundo viejo. Conviene que nos autoricemos a pensar y validar proyectos y conductas que hasta ahora no nos hemos atrevido a imaginar y desear, o que descartamos por incorrectas o imposibles apenas afloran a nuestra mente. ¿Y si fueran mejores opciones, practicables y posibles?

Es importante invitar a quienes nos rodean (entorno familiar, laboral y social) a compartir esta búsqueda de sentido y a encontrar juntos nuevas formas de relacionarnos. Debemos aprender a vincularnos con ellos en tanto aliados que se potencian mutuamente, y no como jueces que dictaminan la “buena conducta” establecida.


Más cerca de las experiencias

Al activar en nosotros la capacidad de conectarnos con nuestros deseos estaremos potenciando el cambio. Pero  al comienzo estaremos reconociendo sólo “el aroma del deseo”, lo más genérico de él, el rumbo que vamos a seguir. Luego habrá que “encarnar” el espíritu que late en nuestros deseos. Para ello vamos a necesitar imágenes más concretas, y  tendremos plantear la pregunta en cada ámbito de la vida: preguntarnos sobre cómo queremos vivir el amor, el trabajo, las amistades, la relación con nuestra familia, el vínculo con el dinero, etc. Y luego sí: habrá que inventar y diseñar estrategias, proyectos, acciones y actitudes que vayan haciendo realidad lo nuevo, siempre teniendo en cuenta nuestras posibilidades.  El reto es grande y nos va a pedir tiempo y atención, imaginación y aprendizaje. Pero el sentimiento de realización y bienestar que encontraremos a cada paso nos ayudaran a esmerarnos cada vez más y nos darán fuerzas para encontrar un nuevo sentido para nuestras vidas y actuar desde él.



Algunas cosas que he aprendido…. de tantos con quienes he compartido.



Alguna vez aprendí que somos animales y algo más, y que nuestros dramas suelen tener una de dos causas: desconocer que somos animales o no lograr comprender que somos algo más. ¿Y saben? Ese “algo más” es simplemente que también somos ángeles…. Y eso me lo enseñó un ángel terrenal, que para muchos no tenía nada de ángel….pero que para mí lo fue. 

La vida me ha enseñado que vivir consiste en hacer aquello que elegimos hacer; por eso “Soy el motivo de casi todo lo que me sucede”… Una manera más poética de decir que soy el único responsable de lo que soy, de lo que me ha pasado, de lo que me espera… y lógico, de lo que he ocasionado en los demás.

Compartiendo con uno u otro, con muchos y muchas, he comprendido que no puedo evitar que aparezcan los problemas, pues interactuar lleva implícita la “problematicidad” de la vida; pero nada me obliga a convivir con ellos – con los problemas – para siempre. Otra gran enseñanza de alguien para quien me convertí en un problema.

Los años me han enseñado que no tengo ninguna posibilidad de hacer que el tiempo retroceda; pero muchos de aquellos con quienes he tenido alguna relación me mostraron que tengo todas las posibilidades de aprovecharlo, de vivir el presente…. Obviamente, dejando atrás el pasado – y todas sus secuelas – y no quedándome en soñar con lo que aún no ha llegado.

Otra cosa que he aprendido es que mi corazón es libre; más aún, que está condenado a ser libre.  Pero que hay que tener mucho valor para hacerle caso: esa fue la enseñanza de quien siendo bastante racional, fue siempre – por lo menos conmigo – puro corazón. 

En mis recorridos por tantos ciclos y lugares he conocido muchas personas que, ante un problema, son especialistas en encontrarle una solución; de ellos aprendí que todo puede solucionarse, incluso lo que parece insolucionable. Pero también he conocido muchos que estando ante una solución, le buscan un problema; de ellos, no he querido aprender nada.

Alguien, que siempre me ha parecido que no es de este mundo, me mostró que a muchos nos tiene atrapados alguna “máscara” difícil de quitar… y que eso es lo que nos lleva a buscar ansiosamente quien nos ayude a quitarla…. Pero lo que realmente me enseñó fue que para dejar mi máscara, yo necesitaba silencio, conocimiento, voluntad y osadía. Que sólo podía salir de ella, cuando hubiera entrado en esos “estados”, cuando hubiera aprendido lo que es necesario aprender. Así…. que a tener paciencia.

Y en mi trasegar con tantas personas he comprendido que no hay mucho que una persona pueda hacer por otra, excepto ayudarla a ayudarse a sí misma. ¿No creen que eso ya sea mucho?
Pero el mayor aprendizaje de todos los que he tenido es que todas las personas que conozco son mejores que yo en algo. Y siempre ha sido en ese “algo” donde he aprendido de ellas.


Estrada destacada

A pesar de todo...di sí a la felicidad.

  Recuerdo una estrofa común en ciertas canciones (con algunas variaciones): “ A pesar de todo; a pesar de todo, yo me enamoré ”, "A pe...

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