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martes, 17 de abril de 2018

Al amar no me queda más remedio que ser ese “creyente…aunque”, es decir, sin comprender.


Acabo de terminar de leer un pequeño libro, que según los críticos “ha provocado una conmoción en Francia”, donde se han vendido 150.000 ejemplares en diez días. Se trata del testamento espiritual del Abbe Pierre, un hombre libre, sacerdote francés de 93 años, fundador del movimiento Emaús de ayuda a los sin techo, quien se ha caracterizado por cantarle las verdades a gobernantes y papas. El librito se titula “Dios mío…. ¿por qué?” y en él, el autor plantea preguntas, convicciones e interrogantes con absoluta libertad de espíritu y una sinceridad conmovedora.

En este librito encontré unas cuantas ideas que comparto totalmente, y que quiero compartir con ustedes. Ellas son, entre otras:

  1. La finalidad de la vida humana es aprender a amar.  
  2. Amar consiste en que cuando el otro es feliz, entonces yo también soy feliz. Y cuando el otro sufre, entonces yo también lo paso mal.
  3. Es fundamental distinguir entre la felicidad y el amor, porque amar no excluye el sufrimiento.
  4. Hay que asumir la vida tal como es, y si no conseguimos impedir el sufrimiento, entonces más vale aceptarlo con amor antes que rebelarse o rechazarlo cerrándose en uno mismo.
  5. Como el sufrimiento hace parte de la condición humana, la clave está en cómo lo afrontamos: para el budismo, hay que hacer lo necesario para no sufrir más; entonces la finalidad de la vida se convierte en una ascesis y una ética exigente que pretende suprimir la causa principal de todo sufrimiento: el deseo. En cambio, para el cristiano el camino es otro: no se trata de eliminar el sufrimiento hasta suprimir todo deseo, sino de reaccionar frente a él mediante el compartir y la ofrenda. El sufrimiento siempre es un mal, y jamás debe buscarse; pero este mal, si llega, puede ayudarnos a ser más humanos, a compartir con los demás. 
  6. El deseo, en si mismo, no es un obstáculo para el crecimiento humano y espiritual. Lo que hay que hacer es aprender a orientar los deseos. Y sobre todo, cuando del deseo sexual se trata, que es uno de los instintos más intensos de la vida: si se vive de cualquier forma puede causar desastres; pero bien encauzado, es decir, vivido en una relación y un compartir auténticos, es muy positivo. Para quedar completamente satisfecho, el deseo sexual ha de expresarse en una relación amorosa, tierna, confiada.
  7. No hay que negar el pecado, pero se ha insistido excesivamente en el pecado como acto; no obstante, es mucho más significativa la intención con que se realiza y, sobre todo, la repetición intencionada del pecado (es decir, el hábito), El acto aislado no es de la misma naturaleza que la repetición de un acto que sabemos es negativo para nosotros o para los demás, y a pesar de ello, nos acostumbramos a realizarlo. Esto es necesario advertirlo para “desculpabilizar” a quienes cometen una trasgresión bajo los efectos de un dolor, de un error de juicio o de una pulsión, pero que después hacen todo lo posible para que no ocurra nuevamente.
  8. En sentido estricto podemos entonces hablar de “vicio”: así como la virtud nace de la repetición de una buena acción (se es virtuoso al realizar actos positivos), el vicio nace de la repetición de un acto reprobable. Y el verdadero pecado es el vicio, es decir, la persistencia en un comportamiento destructivo para nosotros mismos o para los demás.
  9. Entonces, en últimas, todo reside en la libertad de conciencia que poseemos como humanos que somos, y que es la condición misma del amor. Somos libres para elegir amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, o para destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Y somos libres también y, en últimas, para creer o no creer en el Amor Misericordioso que es Dios, quien nunca nos fuerza a amarlo, pero que siempre nos manifiesta su amor. Así, toda la grandeza del ser humano radica en poder amar a Dios en la fe, sin tocarlo, sin verlo, sin conocerlo directamente. Y en ese acto de amor, su libertad es completa.

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