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miércoles, 18 de abril de 2018

Sobre las pasiones...


Algunas personas tienen miedo porque creen que es negativo que ser apasionado. De hecho, la pasión puede ser muy creativa o destructiva. Como lo dijo Rousseau: "Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan". Muchos hablan contra las pasiones, considerándolas la fuente de todo mal humano, pero se olvidan que también son la fuente de todo placer, y en mucho, de la felicidad.

¿Cómo definir la pasión constructiva? Es una gran energía creativa que da sentido y sensibilidad a lo que llevamos a cabo y que nos ayuda a alcanzar una meta con entusiasmo. Simboliza el fuego que nos impulsa a expresar nuestra verdadera naturaleza. Nos ayuda a vivir plena e intensamente nuestro momento presente.

Uno puede, al contrario, decir que la pasión es destructiva cuando es mal manejada. Se produce cuando una persona llega a ser tan obsesionada con el objeto de su pasión que nada más le importa  y se olvida de todo lo demás en su vida. Esto hace que muchos sufran, porque no permite el juicio ni el discernimiento hacia la meta.

¿Hay algo que anhelas de corazón en tu vida? ¿Una meta, un deseo que te apasiona? ¿O eres de los que no se atreven a expresar su pasión? Piensa en un deseo que hace WOW dentro de ti con sólo la idea de manifestarlo. Mientras más intenso es el WOW, más son las necesidades de realizar ese deseo. Porque "sin pasión, el hombre sólo es una fuerza latente que espera una posibilidad, como el pedernal el choque del hierro, para lanzar chispas de luz" (Amiel).

Para descubrir de que necesidades se trata, imagina la alegría de haber conseguido tu objetivo y mira cómo esto te ayudará a nivel de tu existencia. Si la respuesta tarda en llegar, comprueba cómo te sientes de llegar hasta allí. Sabrás cuáles son las necesidades de tu ser, tu espíritu estará satisfecho y esto te dará una buena motivación. Porque las pasiones son los "viajes" del corazón y en ultimas, solo las entiende, quien las experimenta
.

Ser apasionado requiere cierta dedicación, mucho trabajo, concentración y no tener miedo a fallar a menudo. Incluso, hay que hacer como don Quijote, que se inventaba pasiones para ejercitarse. Convertirse en una persona apasionada que sabe lo que quiere también puede generar emoción, alegría y un propósito en la vida, si se está listo para comprometerse con lo que es importante para uno. Si se desea ser apasionado, hay que saber lo que se quiere y trabajar duro por ello, incluso si eso significa hacer más de un sacrificio a lo largo del recorrido.

martes, 17 de abril de 2018

Cuando hacemos daño sin querer….


Hoy me he despertado con una carga sobre mi conciencia: ¿Será que sin quererlo estoy haciendo daño a quien más quiero por no decir ni hacer lo que se debe?

Nunca me ha gustado hacer daño a nadie, muchas veces he callado cosas y he aguantado situaciones diversas por no generar mal en el otro.

Pero a veces, por no decir o hacer algo creamos expectativas que hacen daño al otro; las personas hacemos daño sin darnos cuenta: una mirada, una palabra, un comentario inocente, un gesto no explícito, un amor no recíproco… todo está lleno de daño inocente.

Por eso, al igual que el trabajo de los médicos cuando han de informar sobre la muerte de un familiar en la mesa de operaciones o la ruptura necesaria por parte de tu pareja, hay que decirlo… Es inevitable.

A veces pienso en cuánto dolor estamos dispuestos a soportar o si podemos remediar en determinadas situaciones esas pequeñas maldades.

Creo que es mejor ocasionar un pequeño daño diciendo lo que hay que decir o haciendo lo que hay que hacer y no producir un mal mayor callando o no actuando. Pienso que es lo correcto. Y es lo que he hecho.

Sin embargo me siento mal. A nadie le agrada ver tristeza y dolor en ojos ajenos… Y menos a mi… Pero peor hubiera sido seguir generando expectativas sin esperanza.

Mientras tanto me pregunto… ¿Somos los seres humanos malos por naturaleza? ¿Nos damos cuenta del mal que ocasionamos? ¿Y podríamos detenerlo?

Claro que nos damos cuenta del daño que causamos, pero también nos damos cuenta del bien que podemos hacer si frenamos las cosas a tiempo, revirtiendo la mentira con la verdad, la maldad con la bondad.

¿Pararlo? No, no podemos
¿Mejorar? Sí, siempre podemos.

Si hacemos mal y no queríamos hacerlo, tengamos el coraje de reconocerlo, arrepentirnos y dar el paso más importante, DECIRLO. Pedir perdón.... ¿Quién puede negar el perdón a alguien que efectivamente se arrepiente?

Y… si te lo negaran, ya tu paso está dado... eso es lo importante. Con el tiempo, el otro, ya alejado del dolor, sabrá entender y perdonará.



¿Cómo encontrarle sentido a la vida?


La reflexión (el pensar por sí mismo) y la acción (las prácticas cotidianas) nos ayudan a reducir la brecha que normalmente existe entre el modo cómo vivimos y lo que en realidad desearíamos que fuera nuestra vida. Se trata de un proceso praxeológico (reflexión y acción inseparables) que, en tanto se va consolidando (experiencia), permitirá mayores logros; por eso es importante ver, poco a poco, en cada paso de la vida, qué cambios podemos realizar, y darles forma.


Lo que llamamos “el sentido de la vida” está en la base del modo como vivimos: es su fundamento, pero no se ve si no nos preguntamos reflexivamente por él; son los cimientos que sostienen y dan forma a la existencia, pero como cimientos no son visibles sin cierta “excavación”. Es importante saber que cuando nos preguntamos por el sentido de nuestra propia vida no buscamos una respuesta unívoca: lo que intentamos es entender el espíritu de nuestro tiempo y señalar lo que queremos que nos ocurra en ese contexto. Sin embargo, para aclarar lo que deseamos primero comprender ciertos condicionamientos culturales que subyacen bajo nuestras modos cotidianos de pensar, sentir, amar y vivir.
 
Los modos adquiridos 

Cotidianamente expresamos el sentido de una experiencia señalando su utilidad (¿para que me sirve?). Esta es la principal herencia de nuestra historia  familiar y social: nuestros padres y abuelos orientaron el sentido de sus vidas en la utilidad de sus actos y en el poder que lograban sobre las cosas y las personas. Así, aprendimos que somos personas si somos útiles y poderosos; no importa la calidad de nuestra vida, sino cuánto producimos y cuánto tenemos.

Esta es una cosmovisión utilitarista-productivista, que propone un modo de ser y estar en la vida, que aún prevalece en nosotros, pero que se gestó desde  un estado de cosas muy diferente al actual: el estado de necesidad y carencia en que se encontraba la humanidad a finales de la Edad Media, lo que generó la lógica del “progreso” y  forjó un modo de vivir que transformó lo existente hasta entonces. Hoy podemos cambiar el modo de ser y  vivir basado en este paradigma, porque ya no sintoniza totalmente con nuestro mundo.  

No olvidemos que nuestra lógica espontánea (el “sentido común” que guía nuestras decisiones) todavía se basa en esta cosmovisión productivista. Pero hoy los sentimientos y deseos de muchos de nosotros ya no se alinean con ese modo de sentir y querer, aunque todavía actuemos desde el. Este desfase ocasiona una sensación de pérdida de sentido: ésta es la causa fundamental de la crisis de valores, costumbres e instituciones en que nos hallamos. El sentido productivista está enraizado y da forma a nuestras acciones cotidianas. Si de verdad queremos cambiar, tendremos que resignificar el sentido  que orienta nuestro modo de ser y de actuar.

Un cambio de principio

Somos parte del mundo y nuestros modos de vivir cambian con él. Desde hace cinco décadas el mundo cambia radicalmente, quienes vivimos hoy debemos sintonizarnos con el nuevo estado de cosas. Pero, ¿por dónde iniciar esto? Lo que daba sentido, y que heredamos de los siglos anteriores, era el deber y eso señalaba siempre al resultado utilitario de lo vivido, y no al disfrute de cada experiencia vivida; hoy el enlace con la fuente de sentido está en el deseo; la pregunta ya no es “cómo se debe vivir”, sino “cómo quiero vivir”.

Asumir que somos seres que desean y aprobar eso que palpita en nuestros deseos nos permitirá conectar con nuevos horizontes de sentido. Generará en nosotros actitudes y propuestas más amistosas con los otros y con el mundo, más interesadas en la alegría y el goce de vivir, dando lugar a un nuevo modo de convivencia en el que nos relacionaremos con los otros desde la alianza, la inclusión y el amor, y no desde la competencia, el uso (y abuso) y la exclusión. 

Necesitamos aprender a hallar sentido en la alegría de vivir cada experiencia; así aparecerán en nosotros nuevas formas de sentir y valorar la vida cotidiana y el tiempo presente; surgirá una sensualidad con mayor valor del aquí y ahora y no tan pendiente del resultado, más interesada en la alianza que en el dominio sobre las personas y cosas. Se trata de un modo de ser y vivir que implica limitar la fuerza del registro utilitario productivista concebido a partir de la carencia y la miseria, y nos permita acceder a los potenciales de  bienestar que ofrece la actual situación.


Algunas cuestiones claves

Para orientarnos en esta búsqueda debemos prestar atención a nuestros  deseos: ¿Qué deseamos vivir, y cómo? Obvio la pura espontaneidad no nos bastará para reorientar las prácticas: debemos pensar nuevos caminos, desempolvar la imaginación y la intuición para diseñar estrategias y acciones novedosas.

Debemos aprender a no sobrevalorar lo establecido como verdadero por la educación que hemos recibido. Eso implica repensar el sentido a partir del cual  percibimos ciertos modos de vivir como buenos (y los repetimos aunque no nos hagan felices) y otros como malos (sin examinar si realmente son dañinos para nuestra vida o para la de los demás).

Necesitamos  tomar contacto con lo que deseamos vivir, que casi siempre está atrapado por los prejuicios del mundo viejo. Conviene que nos autoricemos a pensar y validar proyectos y conductas que hasta ahora no nos hemos atrevido a imaginar y desear, o que descartamos por incorrectas o imposibles apenas afloran a nuestra mente. ¿Y si fueran mejores opciones, practicables y posibles?

Es importante invitar a quienes nos rodean (entorno familiar, laboral y social) a compartir esta búsqueda de sentido y a encontrar juntos nuevas formas de relacionarnos. Debemos aprender a vincularnos con ellos en tanto aliados que se potencian mutuamente, y no como jueces que dictaminan la “buena conducta” establecida.


Más cerca de las experiencias

Al activar en nosotros la capacidad de conectarnos con nuestros deseos estaremos potenciando el cambio. Pero  al comienzo estaremos reconociendo sólo “el aroma del deseo”, lo más genérico de él, el rumbo que vamos a seguir. Luego habrá que “encarnar” el espíritu que late en nuestros deseos. Para ello vamos a necesitar imágenes más concretas, y  tendremos plantear la pregunta en cada ámbito de la vida: preguntarnos sobre cómo queremos vivir el amor, el trabajo, las amistades, la relación con nuestra familia, el vínculo con el dinero, etc. Y luego sí: habrá que inventar y diseñar estrategias, proyectos, acciones y actitudes que vayan haciendo realidad lo nuevo, siempre teniendo en cuenta nuestras posibilidades.  El reto es grande y nos va a pedir tiempo y atención, imaginación y aprendizaje. Pero el sentimiento de realización y bienestar que encontraremos a cada paso nos ayudaran a esmerarnos cada vez más y nos darán fuerzas para encontrar un nuevo sentido para nuestras vidas y actuar desde él.



Algunas cosas que he aprendido…. de tantos con quienes he compartido.



Alguna vez aprendí que somos animales y algo más, y que nuestros dramas suelen tener una de dos causas: desconocer que somos animales o no lograr comprender que somos algo más. ¿Y saben? Ese “algo más” es simplemente que también somos ángeles…. Y eso me lo enseñó un ángel terrenal, que para muchos no tenía nada de ángel….pero que para mí lo fue. 

La vida me ha enseñado que vivir consiste en hacer aquello que elegimos hacer; por eso “Soy el motivo de casi todo lo que me sucede”… Una manera más poética de decir que soy el único responsable de lo que soy, de lo que me ha pasado, de lo que me espera… y lógico, de lo que he ocasionado en los demás.

Compartiendo con uno u otro, con muchos y muchas, he comprendido que no puedo evitar que aparezcan los problemas, pues interactuar lleva implícita la “problematicidad” de la vida; pero nada me obliga a convivir con ellos – con los problemas – para siempre. Otra gran enseñanza de alguien para quien me convertí en un problema.

Los años me han enseñado que no tengo ninguna posibilidad de hacer que el tiempo retroceda; pero muchos de aquellos con quienes he tenido alguna relación me mostraron que tengo todas las posibilidades de aprovecharlo, de vivir el presente…. Obviamente, dejando atrás el pasado – y todas sus secuelas – y no quedándome en soñar con lo que aún no ha llegado.

Otra cosa que he aprendido es que mi corazón es libre; más aún, que está condenado a ser libre.  Pero que hay que tener mucho valor para hacerle caso: esa fue la enseñanza de quien siendo bastante racional, fue siempre – por lo menos conmigo – puro corazón. 

En mis recorridos por tantos ciclos y lugares he conocido muchas personas que, ante un problema, son especialistas en encontrarle una solución; de ellos aprendí que todo puede solucionarse, incluso lo que parece insolucionable. Pero también he conocido muchos que estando ante una solución, le buscan un problema; de ellos, no he querido aprender nada.

Alguien, que siempre me ha parecido que no es de este mundo, me mostró que a muchos nos tiene atrapados alguna “máscara” difícil de quitar… y que eso es lo que nos lleva a buscar ansiosamente quien nos ayude a quitarla…. Pero lo que realmente me enseñó fue que para dejar mi máscara, yo necesitaba silencio, conocimiento, voluntad y osadía. Que sólo podía salir de ella, cuando hubiera entrado en esos “estados”, cuando hubiera aprendido lo que es necesario aprender. Así…. que a tener paciencia.

Y en mi trasegar con tantas personas he comprendido que no hay mucho que una persona pueda hacer por otra, excepto ayudarla a ayudarse a sí misma. ¿No creen que eso ya sea mucho?
Pero el mayor aprendizaje de todos los que he tenido es que todas las personas que conozco son mejores que yo en algo. Y siempre ha sido en ese “algo” donde he aprendido de ellas.


Al amar no me queda más remedio que ser ese “creyente…aunque”, es decir, sin comprender.


Acabo de terminar de leer un pequeño libro, que según los críticos “ha provocado una conmoción en Francia”, donde se han vendido 150.000 ejemplares en diez días. Se trata del testamento espiritual del Abbe Pierre, un hombre libre, sacerdote francés de 93 años, fundador del movimiento Emaús de ayuda a los sin techo, quien se ha caracterizado por cantarle las verdades a gobernantes y papas. El librito se titula “Dios mío…. ¿por qué?” y en él, el autor plantea preguntas, convicciones e interrogantes con absoluta libertad de espíritu y una sinceridad conmovedora.

En este librito encontré unas cuantas ideas que comparto totalmente, y que quiero compartir con ustedes. Ellas son, entre otras:

  1. La finalidad de la vida humana es aprender a amar.  
  2. Amar consiste en que cuando el otro es feliz, entonces yo también soy feliz. Y cuando el otro sufre, entonces yo también lo paso mal.
  3. Es fundamental distinguir entre la felicidad y el amor, porque amar no excluye el sufrimiento.
  4. Hay que asumir la vida tal como es, y si no conseguimos impedir el sufrimiento, entonces más vale aceptarlo con amor antes que rebelarse o rechazarlo cerrándose en uno mismo.
  5. Como el sufrimiento hace parte de la condición humana, la clave está en cómo lo afrontamos: para el budismo, hay que hacer lo necesario para no sufrir más; entonces la finalidad de la vida se convierte en una ascesis y una ética exigente que pretende suprimir la causa principal de todo sufrimiento: el deseo. En cambio, para el cristiano el camino es otro: no se trata de eliminar el sufrimiento hasta suprimir todo deseo, sino de reaccionar frente a él mediante el compartir y la ofrenda. El sufrimiento siempre es un mal, y jamás debe buscarse; pero este mal, si llega, puede ayudarnos a ser más humanos, a compartir con los demás. 
  6. El deseo, en si mismo, no es un obstáculo para el crecimiento humano y espiritual. Lo que hay que hacer es aprender a orientar los deseos. Y sobre todo, cuando del deseo sexual se trata, que es uno de los instintos más intensos de la vida: si se vive de cualquier forma puede causar desastres; pero bien encauzado, es decir, vivido en una relación y un compartir auténticos, es muy positivo. Para quedar completamente satisfecho, el deseo sexual ha de expresarse en una relación amorosa, tierna, confiada.
  7. No hay que negar el pecado, pero se ha insistido excesivamente en el pecado como acto; no obstante, es mucho más significativa la intención con que se realiza y, sobre todo, la repetición intencionada del pecado (es decir, el hábito), El acto aislado no es de la misma naturaleza que la repetición de un acto que sabemos es negativo para nosotros o para los demás, y a pesar de ello, nos acostumbramos a realizarlo. Esto es necesario advertirlo para “desculpabilizar” a quienes cometen una trasgresión bajo los efectos de un dolor, de un error de juicio o de una pulsión, pero que después hacen todo lo posible para que no ocurra nuevamente.
  8. En sentido estricto podemos entonces hablar de “vicio”: así como la virtud nace de la repetición de una buena acción (se es virtuoso al realizar actos positivos), el vicio nace de la repetición de un acto reprobable. Y el verdadero pecado es el vicio, es decir, la persistencia en un comportamiento destructivo para nosotros mismos o para los demás.
  9. Entonces, en últimas, todo reside en la libertad de conciencia que poseemos como humanos que somos, y que es la condición misma del amor. Somos libres para elegir amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, o para destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Y somos libres también y, en últimas, para creer o no creer en el Amor Misericordioso que es Dios, quien nunca nos fuerza a amarlo, pero que siempre nos manifiesta su amor. Así, toda la grandeza del ser humano radica en poder amar a Dios en la fe, sin tocarlo, sin verlo, sin conocerlo directamente. Y en ese acto de amor, su libertad es completa.

¿Placer de envejecer?


En la noche de esta vida,
seremos juzgados sobre el amor
(Juan de la Cruz)

Envejecer parece una prueba: el cuerpo protesta, las fuerzas se van. Pero el envejecimiento también es positivo. Todo comienza cuando no puedes leer sin gafas. Luego, con las escaleras que ya no logras subir rápidamente. Pequeñas cosas que comienzas a olvidar; acciones que prefieres ya no realizar porque te agotan físicamente. Optar por quedarse en casa en vez de salir a un programa nocturno cualquiera. Y aparece este joven reflexivo y amable (¿un estudiante de filosofía?) que se levanta para dejarte su lugar en el transmilenio. Y los hijos mayores, soberbios y emocionados, que te anuncian el nacimiento de su hija, lo que significa que una línea se ha cruzado: ahora eres abuelo. Por no hablar de las otras mil pequeñas cosas que se acumulan y señalan que "uno envejece".

Sin embargo, envejecer no es una novedad. Comienza desde que naces. Después del tiempo de aprendizaje de la niñez, del entusiasmo de la adolescencia, de la plenitud de la edad adulta, viene el momento de la caída lenta y progresiva. "No hay nada mejor que llegar a viejo para no morir joven", dice la sabiduría popular. Sin embargo, hoy la sociedad está tan volcada en el culto de la juventud y obsesionado con los valores que se le atribuyen, que envejecer ya no aparece como un beneficio. Entonces, ¿cómo domar estos años? 

Envejecer puede manifestarse de diferentes maneras. Puede comenzar más temprano o más tarde, e incluso se deja presentir mientras que el aumento del poder de la edad adulta todavía no ha alcanzado su nivel más alto. Pero siempre es la misma cosa. Dinamismo, energía, brillo, fuerza, optimismo, el gusto por el riesgo y emprender algo nuevo ya no son lo mismo. La silueta cambia. Toda una cartografía de la edad se inscribe sobre la frente, las sienes, las mejillas, la barbilla. Ciertas actividades comienzan a desaparecer de la agenda. Los proyectos largamente acariciados son finalmente abandonados. El círculo de relaciones se reduce, los amigos se alejan. A veces, los más cercanos se van, dejando sólo recuerdos. Sentirse viejo, dijo Nicolle Carre, está menos ligado al número de años que a la pérdida de fuerza y el sentido de disminuir la relación con el mundo. "Envejecer se declina en términos de escasez".

Y luego están las miserias, grandes o pequeñas. El oído se hace menos fino. El sueño se hace esperar. La osteoartritis endurece las articulaciones. El cuerpo protesta. Y, ataques más graves, que hacen que los "yo no puedo" se conviertan en "No puedo más". La memoria, las fuerzas, la respiración, todo se va. Es la experiencia de la debilidad. A lo cual hay que añadir a veces la prueba de la soledad o la humillación de la dependencia. Es el tiempo de la pobreza suprema, así se tenga dinero o posesiones.

Pero si bien los cuerpos y caras reflejan el peso de la edad,  también pueden contar la riqueza de la experiencia, y el placer de la vida y la felicidad de vivir. Nuestras sociedades modernas insisten demasiado en las disminuciones, sin embargo, otras culturas hacen hincapié en la riqueza y la fertilidad de la edad. Subrayan las ventajas de la edad, sobre todo estas tres:
  1. La memoria de lo vivido, la historia, valiosa y recuperable antes de que se pierda en el olvido,
  2. El cumplimiento de sueños y metas a lo largo de la vida,
  3. La sabiduría acumulada y transferible a los más jóvenes.

"El anciano es el testimonio de lo que merece ser guardado en la memoria de las generaciones", dijo Jacques Loew. "Cuando un anciano muere, una biblioteca desaparece," señala un proverbio africano. Garante de la continuidad, portador de una historia que sigue, la persona de edad inspira respeto. Una vez más, la escritura insiste: "Honra a tu padre ya tu madre, como lo pide Yahvé tu Dios, para que tus días se prolonguen y que seas feliz en la tierra que el Señor te da" (Dt 5 , 16).

¿El cumplimiento? A la hora de rendir cuentas, una vez establecidos los tesoros y fracasos de toda la vida, la persona que envejece puede continuar su viaje con una doble mirada: Aquella de la decepción, pesar, tristeza y culpabilidad ("yo podría haber tenido, yo debería haber hecho"). O por el contrario, aquella del agradecimiento y admiración por lo que se logró, y lo que aún le espera por vivir. Tal maravilla lleva a la alegría y la acción de gracias. "Bendice al Señor, alma mía. Él sacia de bienes tus años y como un águila se renueva tu juventud "(103.6), dice el salmista.

Y última ventaja de la edad: la sabiduría. Citando el libro del Eclesiástico. "No ignores el discurso de los ancianos, porque ellos mismos han sido la escuela de tus padres" (8,9). Sin embargo, precisa inmediatamente que esta sabiduría no se da sin condiciones.

Este camino de la sabiduría y el amor, significa que la persona cuyas fuerzas van desapareciendo pero, sigue abierta y atenta a los demás, escucha la llamada a vivir en este lugar más allá de todas las fuerzas sensibles; allí donde se origina toda la fuerza, donde no se sabe nada, donde sólo se sabe vivir... esa persona, puede ser el signo de lo que el ser humano es en su profundidad y esencia  

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Enseñar la pasión por aprender


Estas ideas se inspiran en una re-lectura del capítulo “No hay docencia sin discencia” de la obra de Paulo Freire Pedagogía de la Autonomía, pensada como una herramienta para la formación de maestros críticos y reflexivos. Su planteamiento fundamental es que la praxis educativa requiere de saberes no abstractos y generales, sino saberes situados desde los temas, problemas y situaciones concretas que los maestros vivimos cotidianamente. Por eso es un libro construido desde el diálogo y para el diálogo entre maestros, pues conduce a que nuestro quehacer educativo sea la fuente y el destino de esta producción praxeológica de saberes.

Me impacta que todos los temas de los tres capítulos del libro se refieran a lo que “exige” el acto de “enseñar”, presentados como condiciones que posibilitan o no la enseñanza, y que existen “antes” de que la enseñanza se haga práctica. No son resultados de la enseñanza. No son aplicación de teorías o métodos de enseñanza. Al contrario: son requisitos indispensables para que se pueda enseñar algo a alguien. Y, por eso (y esto me parece lo fundamental de la enseñanza de Freire) no son una “receta” aplicable formal o mecánicamente. Son criterios, perspectivas, opciones, posiciones, convicciones, que dan sentido al enseñar, como “un momento fundamental del aprender”.

Y lo valioso es que este planteamiento freireano es radicalmente opuesto a lo que la mayoría de los maestros quieren: buscar y encontrar herramientas, técnicas y didácticas, con pasos claros, orientaciones listas para aplicar. Quieren algo “listo para calentar en el microondas y servir” y no algo que implique el esfuerzo creativo de “inspirarse para cocinar”.

Por eso, pese a que Freire tiene frases precisas, claras y contundentes (que usamos con frecuencia), no encontramos en ellas ninguna “receta”, sino todo lo contrario: afirmaciones, cuestiones, preguntas e inspiraciones que lo que hacen es problematizar nuestras prácticas y exigirnos, en un proceso praxeológico, construir  una nueva práctica educativa.


Por eso, estos “saberes necesarios para la práctica educativa” no son un rosario de técnicas u normas didácticas para aplicar, sino unos principios ético-políticos, epistemológicos y filosóficos que nos conducen a mirar con otros ojos y situados desde otro lugar, nuestra propia práctica educativa, llevándonos a buscar en las raíces de su sentido y a renovarla crítica y creativamente. Y siempre como un modo, tal vez el mejor, de formarnos como maestros: hombres y mujeres que nos formamos desde nuestras propias prácticas como sujetos capaces de generar y organizar procesos de construcción de saberes, o sea de enseñar, porque desarrollamos nuestras propias capacidades de aprender y somos capaces de trasmitir esa pasión a los demás.

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