Hoy quiero reflexionar sobre un tema que me apasiona, aunque muchos no lo
crean: la espiritualidad.
Todo ser humano anda en busca de espiritualidad. La mayoría buscamos y
experimentamos la espiritualidad a través de una religión, si bien ésta no es
la única forma de hacerlo. Algunos lo hacen durante toda su vida, otros sólo en
momentos concretos. En ocasiones porque debemos enfrentar miedos o situaciones
límites de la existencia, y necesitamos respuestas; en otros casos, por el
deseo de saber si efectivamente hay algo más allá de lo perceptible. Pero, en cualquier
caso, es muy difícil precisar qué es espiritualidad. La respuesta varía según
las personas y las culturas de las que proceden. Posiblemente el único punto en
común sea la búsqueda de un sentido a la existencia y la sed de saber.
Desdichadamente, mi experiencia y conocimientos en este campo son bastante
limitados. Creo que la espiritualidad es algo muy personal. Para mí una
doctrina moralista y represora, como aquella en la que a veces convertimos
nuestra experiencia religiosa, no satisface mi necesidad espiritual; para mí,
la espiritualidad está ligada a la belleza, a los sentidos, al placer, a la
libertad, al sexo y la sensualidad, a la tierra, a lo más profundo de cada uno,
a la generosidad, a la bondad, a la compasión, al amor, a la vida… en una
palabra, a la realización y a la felicidad, personal y comunitaria. Existen
miles de detalles en la vida y en la naturaleza que me indican que hay un ser
superior y que parte de ese ser habita en nosotros y en todas las cosas: el
aire, una hoja, una flor, la tierra mojada, una mano amiga, una sonrisa, una
abrazo fuerte, una oración, una mascota, un amanecer, un bebé... Miles de cosas
pequeñas, sencillas y simples que me hacen seguir creyendo.
Creo que el primer paso para hallar nuestro camino espiritual es
liberarnos de la carga que suponen las religiones, los cánones, las
imposiciones sociales, los reglamentos y normas, etc. Un individuo puede pasar
toda su vida obedeciendo las enseñanzas y las creencias de una sociedad o de
una religión sin encontrar jamás el camino apropiado para él mismo; el camino que
le haga feliz y le permita realizarse. Por supuesto que hay ventajas en hacer
parte de unas creencias comunes, pero somos seres en constante formación y
evolución; por eso hay que dejar siempre las puertas abiertas para profundizar,
para investigar, para aprender, para cambiar.
La verdad y las respuestas están en nosotros mismos. Según como nos
enfrentemos a nosotros mismos nos enfrentaremos al mundo que nos rodea. Ello
significa, entonces, poder disolver las rígidas y mecánicas estructuras
impuestas por nuestro consciente. Nadie puede decirnos qué camino tomar.
Lamentablemente, las sociedades y las religiones se basan más en el
conformismo, la seguridad y el orden social que en la búsqueda de la verdad.
Por eso, cada uno debe buscar y elegir lo que necesita y es bueno para él
mismo. Y la única manera de hacerlo es desnudando el alma: enfrentarnos
íntimamente incluso a la desesperación, a la soledad, a la ansiedad. Es así como
llegamos al descubrimiento de quiénes somos realmente, a nuestro auténtico ser;
sin otras implicaciones. Es una aventura y una opción personal. Hay que aceptar
que las respuestas a todas nuestras preguntas están dentro de nosotros mismos.
Si nos aceptamos, las respuestas vendrán solas. Aparecerán simples y mágicas.
Desde mi punto de vista, la espiritualidad es silenciosa dado que toda
palabra es débil e imperfecta; por eso, deberíamos aprender a elevarnos en una
adoración sin palabras. Una adoración basada en los sentidos, sentimientos,
percepciones e instintos. Uno puede conectarse con lo divino de muchas maneras:
actuando, meditando, cantando y bailando, gozando con el sexo, abrazando,
acariciando, admirando la belleza natural, siendo generosos, sonriendo, amando
desinteresadamente, etc.
Por eso, en últimas, creo que espiritualidad es reconocer que el mundo
que percibimos es una mera ilusión; que el fin último de la vida es despertar
nuestro auténtico ser, nuestras potencialidades; que este existir está
profundamente conectado con toda la creación; que tenemos que disfrutar del don
de la vida con plenitud; que la vida y la naturaleza son nuestra verdadera
escuela; que somos buscadores permanentes de la verdad; que creemos en el amor
incondicional. Ser espiritual es vivir en la belleza, en el equilibrio y en el
goce, es ver con el corazón, es compasión, es convertir en sagrados todos
nuestros actos y vivir en plenitud reconociendo que cada uno es su máxima
autoridad.