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domingo, 6 de abril de 2025

A pesar de todo...di sí a la felicidad.

 


Recuerdo una estrofa común en ciertas canciones (con algunas variaciones):

A pesar de todo; a pesar de todo, yo me enamoré”, "A pesar de todo(s)..te amo"

Y ese recuerdo me lleva a decir algo más fuerte: “A pesar de todo, aprendí a ser feliz”…

 “A pesar de todo”….que frase tan complicada; ¡cuánto cabe en ella!

Pero se complica más, cuando alguien se pregunta: ¿Por qué no soy feliz?

Hay personas que nunca se sienten realizadas; todo les fastidia.

Van por este mundo hermoso como aquel niño que persigue el horizonte:

a pesar de todos sus esfuerzos, el horizonte parece irónicamente alejarse.

Para estas personas, la felicidad siempre se encuentra más allá de donde ellos están.

Para ellos la realidad y la felicidad son algo condicional:

“Cuando encuentre a la persona adecuada, entonces me comprometere y seré feliz”

O, en el peor de los casos: “Cuando me separe de mi actual pareja, entonces seré feliz”

O, "cuando deje este trabajo", o “cuando tenga dinero entonces….”

 Pero no, la vida no funciona así….y mucho menos la vida feliz.

Y eso por algo muy sencillo: La felicidad no consiste en hallar a la persona adecuada, sino en ser tú la persona adecuada; no consiste en tener el trabajo adecuado, sino en ser feliz haciendo lo que haces; no consiste en encontrar lo que te hace feliz, sino en aprender a llevar felicidad a los demás.

 Y ahora si adquiere sentido el “a pesar de todo” con el que comencé: La felicidad sólo la encuentra quien aprende a vivir sabiamente. .. A pesar de todo.

 Y eso significa mucho: que sólo encuentra la felicidad… Quien construye relaciones sanas, coloca límites, acepta lo positivo y rechaza lo cuestionable. Quien se acerca a los demás sin sospechas, pero con prudencia; Y se aparta de quienes le hacen daño… sin lastimar, pero con sagacidad e inteligencia. Quien aprende a utilizar las cosas, pero no a las personas; quien no abusa ni admite el abuso. Quien sabe cómo evitar las heridas, y, cuando esto es imposible, sabe cómo sanarlas. Quien enfrenta los problemas cuando éstos llegan….porque sabe que siempre llegan. O busca ayuda rápidamente cuando no puede solucionarlos solo.

 Ahora entiendo la sabiduría como ese tratar de ver siempre el lado bueno de las cosas: Como la voluntad de ser feliz a pesar de todo. Como la decisión de dejar de buscarla afuera de uno mismo, para construirla desde dentro de nosotros mismos…a pesar de todo.

Si no vivo para ser feliz, ¿para qué vivo?

Sé que hay personas que pasan dificultades y la posibilidad de ser felices no figura en su horizonte. Sin embargo, creo que aunque parezca absurdo, aunque creamos que no lo merecemos o suene egoísta, la búsqueda de la felicidad siempre debe guiar nuestros pasos. Aunque todo nos parezca en contra; y veamos más sombras que luces y casi no nos queden fuerzas…. A pesar de todo, la felicidad debe ser siempre nuestra meta.

 En todo caso, tal vez la clave está que algún día digan de mí:  "Vivía lo que decía" y "Decía lo que vivía". Coherencia. 




 

lunes, 17 de febrero de 2025

Atrévete a volar


A veces sentimos que todo va mal, que nos hundimos en un abismo tan hondo y tan oscuro, que no vemos ni un rayo de luz. Es entonces cuando sólo hay que considerar todo lo que somos y tenemos, reunir nuestras fuerzas y persistir para salir adelante y triunfantes.

Tal vez ahí nos preguntemos si vale la pena seguir adelante o levantarnos de nuevo… Pero la verdadera pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Mi vida vale la pena? Y creo que siempre tendríamos que responder: Claro que sí… Y entonces aparecen las razones para levantarse y seguir avanzando.  Es que como señaló Hellen Keller, "La vida, o es una aventura o no es nada". 

Supongamos que lo que nos llevó a esas preguntas es el sufrimiento reiterado por amor: no logro entender por qué si amo tanto a esa persona, estoy sufriendo tanto… no logro entender por qué ella no me entiende (o yo no la entiendo a ella)… no logro comprender por qué lo que antes era romanticismo y felicidad, ahora es rutina y desazón. Pero eso no es tan importante como comprender que, de pronto, aunque haya sufrido, lo fundamental es que en realidad ha sido un aprendizaje de lo complejo que es amar o ser amado.

O supongamos que cometí un error y caí profundamente y ahora me encuentro en una total oscuridad. ¿Será eso en lo que debo pensar? ¿Será eso lo de que debe mortificarme? ¿Valdrá la pena pensar en que si hubiera actuado de otro modo todo sería hoy diferente?... O más bien lo que debo pensar es que ya no puedo ir más abajo… y de ahora en adelante todo va a ser hacia arriba hasta que vea nuevamente la luz.

 ¿Por qué no pensar… cuando tuve que llorar… que una lágrima vale la pena porque a través de ella me reconozco como frágil y me muestro tal como soy?

¿Por qué no pensar que valió la pena cometer esos errores… porque así adquirí mayor experiencia y más objetividad y equilibrio frente a los retos futuros?

Es que vivir vale la pena… sencillamente porque cada minuto que pasa es una oportunidad de volver a comenzar. Hay que pensar como Susan Sontag: "No he estado en todas partes, pero están en mi lista". Y deja de preocuparte por los baches del camino, sólo celebra que estás viajando.

Es que vivir vale la pena… porque cuando cierro los ojos un instante y comienzo a soñar… ese sueño se convierte en mi mundo real… un mundo en el que tengo alas y puedo volar.

Sólo tengo que dejar de lado los miedos, las ansiedades y preocupaciones, todo aquello que no me deja volar… y darle rienda suelta a los sueños que he escondido por tanto tiempo por no a atreverme a soñar.

Ten fe en ti mismo: vuelve a soñar, no mires hacia atrás, comienza a recorrer caminos desconocidos, atrévete, vive y actúa con entusiasmo y frenesí, no te rindas tan fácil ante las adversidades… y cuando lo hayas logrado, disfruta de cada uno de tus sueños, ahora convertidos en realidades, y deja una huella para que otros que aún no se han atrevido a volar, puedan hacerlo. "El Señor mismo irá al frente de tí y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes" (Deuteronomio 31,8)

viernes, 14 de febrero de 2025

¿Infidelidad o pérdida de la confianza?

 


El verdadero problema de una relación no es la infidelidad sino la pérdida de la confianza

Ambas palabras provienen de la palabra fe, que a su vez deriva del vocablo latino fĭdes, que significa: fe, confianza, crédito, buena fe, palabra dada. El campo semántico de la palabra fidelidad contiene especialmente el tema de la confianza, la fe y la palabra empeñada, por eso se alude a la infidelidad cuando existe una ruptura, ausencia o falta de confianza o fe.

Por lo general la mayoría de las personas considera infiel a quien, siendo consciente de sus actos, transgrede el compromiso de exclusividad sexual con su pareja. Así la infidelidad se considera algo intrínsecamente negativo, pues cuando se ejerce ataca mucho más a un ideal que a una norma social determinada. Hay muchas personas que piensan que si no hubo sexo no fue infidelidad, para ellos los besos no cuentan; otras creen que tan sólo basta con pensar en serlo o fantasear con otra persona para que haya infidelidad. Y algunas otras personas que, por ejemplo, se permiten seducir gente constantemente, llegando a entablar largas charlas, no lo consideran una infidelidad; u otros que piensan que tener relaciones sexuales sin comprometerse afectivamente no es infidelidad. Eso explica creencias como “Mientras no me involucre afectivamente… todo bien”, “El sexo es sexo y la pareja es otra cosa”, “Él/ella también lo haría”.  En cualquier relación siempre hay cosas permitidas y cosas prohibidas. Los problemas en las parejas suelen surgir cuando las reglas del juego no están claras, o cuando alguno las rompe o las infringe.

El problema en el fondo es ver que piensan de eso sus parejas, porque el tema fundamental para hablar de infidelidad es la ruptura del contrato que se había establecido, que suele ser tácito en la mayoría de los casos, y en el cual ambos miembros de la pareja acuerdan mantener un vínculo de exclusividad sexual y afectiva; por lo tanto, si el acuerdo era otro, si estaba permitido cierto tipo de contactos con otros; si se sabe y se dice… es posible que la confianza no se deteriore. Tal vez lo atractivo de la infidelidad es precisamente su condición de ser algo prohibido; por eso es algo deseado: se desea lo que no se tiene y que se supone que el otro/a se lo puede proporcionar. Además no podemos olvidar que el ser humano es por naturaleza trasgresor. Y tal vez por eso, se tiende a mantenerlo en secreto, lesionando la confianza en la pareja. Pero en el fondo, la transgresión de la infidelidad podría ser perdonada, si no ha comprometido ni compromete la confianza existente entre la pareja, así haya roto un supuesto o real contrato.  Por eso, insisto en que el problema real no es la infidelidad como tal sino la confianza existente y su posible pérdida.

Ahora bien, para la psicología social y la sociología, la confianza es una hipótesis – yo diría, una apuesta, en el sentido pascaliano-  que se realiza sobre la conducta futura del otro. Se trata de una creencia que estima que esa persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación. Por eso,  la confianza puede reforzarse o debilitarse según las acciones de la otra persona. La confianza se va construyendo o se va destruyendo. La confianza supone una suspensión, al menos temporal, de la incertidumbre respecto a las acciones del otro; mientras confiamos, aceptamos, no dudamos, no celamos. Cuando se confía en el otro, uno cree que puede predecir sus acciones y comportamientos; por eso la confianza es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que dicho futuro depende de la acción del otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo. La confianza, por lo tanto, simplifica la relación (y en el fondo todas las relaciones sociales).

La confianza es la que más sale perjudicada después de que una infidelidad es descubierta, la persona engañada tendrá dificultades en volver a creer, en confiar nuevamente pues no se cumplió con lo que se había pactado o convenido. Desde la sospecha hasta la certeza, poco a poco se va destruyendo la confianza de los integrantes de la pareja en la que se basó la relación. Y cuando se pierde la confianza, casi siempre es por agotamiento emocional, y como lo dice Baltasar Gracián, por descuido: “La confianza es madre del descuido”. Por algún motivo se descubre algo oculto y la duda entra en la relación, ya no se cree… se vive en la incertidumbre. Y como la confianza es como un cristal, si se rompe, por más que se vuelva a pegar nunca va a quedar igual.

Pero, claro que la confianza se adquiere con el tiempo y la experiencia. Francis Bacon, hace hincapié en uno de los rasgos que define la confianza: el tiempo transcurrido. Dice así: «La edad parece ser la mejor aliada en cuatro cosas; madera vieja es la mejor para quemar, el vino viejo es el mejor para beber, los viejos amigos para confiar y los viejos autores para leer»

La pérdida de la confianza termina con cualquier relación: el hijo que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a emborracharse, la pareja que sigue coqueteando con otros o el amigo que suele dejarnos siempre plantados. Todas esta conductas terminarán, tarde o temprano y dependiendo de nuestra propia tolerancia y paciencia hacia la irresponsabilidad, con la relación.

 

martes, 3 de julio de 2018

Lo difícil que es hacerse entender…


Realmente a veces es difícil lograr que nuestras palabras, gestos y lenguaje no verbal sean comprendidos plenamente o, al menos, que nos entiendan como queremos. Hay muchos factores que inciden en ello, algunos nuestros y otros de la persona que queremos que nos entienda. Factores como los estados de ánimo, las experiencias que acabamos de vivir, los problemas que nos aquejan,
etc.

Hoy se me presentó una situación donde lo que yo quería transmitir fue malinterpretado. Es un simple ejemplo de discrepancia entre lo que pretendí expresar voluntariamente y lo que fue percibido por la otra persona. Típica situación que genera más desgastes y discusiones que las que el tema merecía. Pero examinando ahora la situación, con un poco más de distancia, descubro que sencillamente fui víctima de mi propia ansiedad, de mi deseo de compartir lo que sentía.

¿Por qué nos es tan difícil entender y aceptar las cosas sencillas de la vida? ¿Por qué nos gusta sufrir cuándo en realidad hay cosas que podemos solucionar con facilidad, por qué malgastar nuestra vida y olvidar los regalos que se nos dan? ¿Será porque no valoramos lo que tenemos en realidad? ¿Cuántas veces hemos dejado ir alguien o algo que vale la pena y luego nos arrepentimos... y lo peor es que ya
nunca más volverá? Son preguntas importantes, pero no tengo la respuesta para ellas…

Lo mismo ocurre en el mundo de la educación en el que me muevo: cada vez más y más veo lo complicado, lo arduo, que es comprender lo que alguien nos quiere decir, sobre todo si es un punto de vista nuevo para quien nos escucha, y lo difícil que es hacerse entender cuando la otra persona no hace más que buscar en su mente ideas similares, compararlas y así creer que ya sabe de lo que hablo. 

En ese caso, si lo que decimos no encaja del todo con su idea preconcebida, entonces sencillamente dice que no está de acuerdo con nuestra idea. Así explicar algo, y hacerse entender, se vuelve una carrera de obstáculos. ¿Por qué será tan complicado hacernos entender?

Sencillamente tengo que decir que no sé la fórmula mágica para entender mejor a los otros, ni para hacerme entender con facilidad. Pero lo que sí sé, es que todo tiene que ver con escuchar a los otros con auténtica atención, sin comparar lo que está diciendo con lo que ya sabemos, o creemos saber… tratando de ver las cosas con sus propios ojos, captando su punto de vista.

martes, 17 de abril de 2018

Algunas cosas que he aprendido…. de tantos con quienes he compartido.



Alguna vez aprendí que somos animales y algo más, y que nuestros dramas suelen tener una de dos causas: desconocer que somos animales o no lograr comprender que somos algo más. ¿Y saben? Ese “algo más” es simplemente que también somos ángeles…. Y eso me lo enseñó un ángel terrenal, que para muchos no tenía nada de ángel….pero que para mí lo fue. 

La vida me ha enseñado que vivir consiste en hacer aquello que elegimos hacer; por eso “Soy el motivo de casi todo lo que me sucede”… Una manera más poética de decir que soy el único responsable de lo que soy, de lo que me ha pasado, de lo que me espera… y lógico, de lo que he ocasionado en los demás.

Compartiendo con uno u otro, con muchos y muchas, he comprendido que no puedo evitar que aparezcan los problemas, pues interactuar lleva implícita la “problematicidad” de la vida; pero nada me obliga a convivir con ellos – con los problemas – para siempre. Otra gran enseñanza de alguien para quien me convertí en un problema.

Los años me han enseñado que no tengo ninguna posibilidad de hacer que el tiempo retroceda; pero muchos de aquellos con quienes he tenido alguna relación me mostraron que tengo todas las posibilidades de aprovecharlo, de vivir el presente…. Obviamente, dejando atrás el pasado – y todas sus secuelas – y no quedándome en soñar con lo que aún no ha llegado.

Otra cosa que he aprendido es que mi corazón es libre; más aún, que está condenado a ser libre.  Pero que hay que tener mucho valor para hacerle caso: esa fue la enseñanza de quien siendo bastante racional, fue siempre – por lo menos conmigo – puro corazón. 

En mis recorridos por tantos ciclos y lugares he conocido muchas personas que, ante un problema, son especialistas en encontrarle una solución; de ellos aprendí que todo puede solucionarse, incluso lo que parece insolucionable. Pero también he conocido muchos que estando ante una solución, le buscan un problema; de ellos, no he querido aprender nada.

Alguien, que siempre me ha parecido que no es de este mundo, me mostró que a muchos nos tiene atrapados alguna “máscara” difícil de quitar… y que eso es lo que nos lleva a buscar ansiosamente quien nos ayude a quitarla…. Pero lo que realmente me enseñó fue que para dejar mi máscara, yo necesitaba silencio, conocimiento, voluntad y osadía. Que sólo podía salir de ella, cuando hubiera entrado en esos “estados”, cuando hubiera aprendido lo que es necesario aprender. Así…. que a tener paciencia.

Y en mi trasegar con tantas personas he comprendido que no hay mucho que una persona pueda hacer por otra, excepto ayudarla a ayudarse a sí misma. ¿No creen que eso ya sea mucho?
Pero el mayor aprendizaje de todos los que he tenido es que todas las personas que conozco son mejores que yo en algo. Y siempre ha sido en ese “algo” donde he aprendido de ellas.


Al amar no me queda más remedio que ser ese “creyente…aunque”, es decir, sin comprender.


Acabo de terminar de leer un pequeño libro, que según los críticos “ha provocado una conmoción en Francia”, donde se han vendido 150.000 ejemplares en diez días. Se trata del testamento espiritual del Abbe Pierre, un hombre libre, sacerdote francés de 93 años, fundador del movimiento Emaús de ayuda a los sin techo, quien se ha caracterizado por cantarle las verdades a gobernantes y papas. El librito se titula “Dios mío…. ¿por qué?” y en él, el autor plantea preguntas, convicciones e interrogantes con absoluta libertad de espíritu y una sinceridad conmovedora.

En este librito encontré unas cuantas ideas que comparto totalmente, y que quiero compartir con ustedes. Ellas son, entre otras:

  1. La finalidad de la vida humana es aprender a amar.  
  2. Amar consiste en que cuando el otro es feliz, entonces yo también soy feliz. Y cuando el otro sufre, entonces yo también lo paso mal.
  3. Es fundamental distinguir entre la felicidad y el amor, porque amar no excluye el sufrimiento.
  4. Hay que asumir la vida tal como es, y si no conseguimos impedir el sufrimiento, entonces más vale aceptarlo con amor antes que rebelarse o rechazarlo cerrándose en uno mismo.
  5. Como el sufrimiento hace parte de la condición humana, la clave está en cómo lo afrontamos: para el budismo, hay que hacer lo necesario para no sufrir más; entonces la finalidad de la vida se convierte en una ascesis y una ética exigente que pretende suprimir la causa principal de todo sufrimiento: el deseo. En cambio, para el cristiano el camino es otro: no se trata de eliminar el sufrimiento hasta suprimir todo deseo, sino de reaccionar frente a él mediante el compartir y la ofrenda. El sufrimiento siempre es un mal, y jamás debe buscarse; pero este mal, si llega, puede ayudarnos a ser más humanos, a compartir con los demás. 
  6. El deseo, en si mismo, no es un obstáculo para el crecimiento humano y espiritual. Lo que hay que hacer es aprender a orientar los deseos. Y sobre todo, cuando del deseo sexual se trata, que es uno de los instintos más intensos de la vida: si se vive de cualquier forma puede causar desastres; pero bien encauzado, es decir, vivido en una relación y un compartir auténticos, es muy positivo. Para quedar completamente satisfecho, el deseo sexual ha de expresarse en una relación amorosa, tierna, confiada.
  7. No hay que negar el pecado, pero se ha insistido excesivamente en el pecado como acto; no obstante, es mucho más significativa la intención con que se realiza y, sobre todo, la repetición intencionada del pecado (es decir, el hábito), El acto aislado no es de la misma naturaleza que la repetición de un acto que sabemos es negativo para nosotros o para los demás, y a pesar de ello, nos acostumbramos a realizarlo. Esto es necesario advertirlo para “desculpabilizar” a quienes cometen una trasgresión bajo los efectos de un dolor, de un error de juicio o de una pulsión, pero que después hacen todo lo posible para que no ocurra nuevamente.
  8. En sentido estricto podemos entonces hablar de “vicio”: así como la virtud nace de la repetición de una buena acción (se es virtuoso al realizar actos positivos), el vicio nace de la repetición de un acto reprobable. Y el verdadero pecado es el vicio, es decir, la persistencia en un comportamiento destructivo para nosotros mismos o para los demás.
  9. Entonces, en últimas, todo reside en la libertad de conciencia que poseemos como humanos que somos, y que es la condición misma del amor. Somos libres para elegir amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, o para destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Y somos libres también y, en últimas, para creer o no creer en el Amor Misericordioso que es Dios, quien nunca nos fuerza a amarlo, pero que siempre nos manifiesta su amor. Así, toda la grandeza del ser humano radica en poder amar a Dios en la fe, sin tocarlo, sin verlo, sin conocerlo directamente. Y en ese acto de amor, su libertad es completa.

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