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miércoles, 3 de octubre de 2018

Ser un maestro



El mito nos narra que los dioses, temerosos de que los mortales llegaran a conocer la verdad, y, por tanto, a ser como ellos, la escondieron, y para estar seguros de que no la encontraríamos, la ocultaron dentro de nosotros mismos. Bella imagen: quizás no exista un lugar tan inaccesible para el ser humano que su descuidado interior, donde reside su propia verdad.

Es comprensible que la figura del maestro se haya mostrado como necesaria para la búsqueda permanente de la verdad. Pero el maestro es, fue, y será siempre una figura difusa, que, como la belleza, parece residir más en quien la contempla, que en ella misma. Maestro, gurú, héroe, guía, modelo seductor, iniciador, orientador… sin duda las definiciones se escurren como agua en las manos de un niño.

Lo primero que puedo decir desde mi experiencia de varios años es que no hay un único modo de “ser maestro”; el auténtico maestro es un ser en constante transformación, que “cambia de piel” (asume diversas facetas de su profesión) según el fin buscado. “Lo que es el maestro, es más importante que lo que enseña”, señaló Karl Menninger. Aquí está la riqueza del oficio, pero al mismo tiempo su gran peligro. Tal vez si no olvidamos que el maestro no es una figura intelectual pura, sino que se parece a lo que tradicionalmente se ha llamado “sabio” (aquel que tiene un equilibrio perfecto entre conocimientos y experiencias, entre saber y coherencia de vida, para poder estar al tanto en cada momento, de los problemas con los que se enfrenta y la manera de hacerse comprender), podremos evitar los peligros de dicho cambio de piel.

William Ward (el pensador metodista, no el matemático católico) dijo que “El maestro mediocre cuenta. El maestro corriente explica. El maestro bueno demuestra. El maestro excelente inspira”. Y aún se discute sobre si es más importante que el maestro tenga conocimientos de la materia que imparte o posea el arte de “suscitar el aprendizaje”, enseñando adecuadamente. Ambas cosas son fundamentales. No es que uno conozca siempre la materia, sino que la conoce más que sus compañeros de viaje (sus discípulos) y lo que es más importante: que uno mismo está aprendiendo. No es que alguien tenga la capacidad óptima en el sutil arte de la enseñanza, sino que tiene un estilo y está firmemente mejorándolo sin cesar. Cuanto más conozca los antecedentes, capacidades, niveles de madurez, cualidades, y debilidades, talento e intereses de sus estudiantes, más capaz será el maestro de guiarlos, porque entonces podrá relacionar, en numerosas formas, su conocimiento.

Un maestro es muchas cosas: un guía, un seductor, un innovador, un puente entre generaciones, un modelo, un investigador, un consejero, un estimulador de la capacidad creativa, un formador de rutinas, un impulsor, un narrador, un actor, un estudiante, un emancipador, un evaluador, un realizador, una persona... Y entre esas muchas cosas, a mí me parecen importantes, para el quehacer del maestro, las siguientes:

  • Saber sacar eso tan positivo que convive en nuestro interior, ayudar a parir nuestras potencialidades. Porque no puedo enseñar nada a nadie, solo puedo hacerles pensar por sí mismos, ayudar a que cada uno saque de sí mismo todo lo que en él ya existe virtualmente, y lo vuelva acto.
  • Cultivar, labrar, con la meta de lograr que el estudiante aún semilla sea fruto, que él mismo se convierta en fuente de vida para otras vidas.
  • Ser instrumento de un ideal o utopía trascendente. El riesgo es claro: el maestro, que puede llegar a ser un liberador, puede igualmente convertirse en víctima.
  • Esculpir y forjar; más que hablar, actuar...y en esa gestualidad reposa la esencia de su oficio: toma una materia difusa, genérica, para otorgarle – como en la historia de Adán – un cuerpo, un nombre, una particularidad. Claro, con la aspiración de la perpetuidad, pero con el grave peligro de que sea “a su imagen y semejanza”.
  • Guiar: el maestro- brújula como orientación, punto de referencia, flecha indicativa del camino, ruta a seguir.
  • Producir catarsis...sale el maestro a escena, empieza la actuación: su palabra, sus gestos, su cuerpo, todo ello contribuye, nada es gratuito: ni el decorado, ni los efectos, ni el vestuario...todo contribuye a la acción dramática.
  • Proporcionar algo a alguien que no lo tenía o que ni siquiera sospechaba que existía.
  • Mediar, ser capaz de poner en contacto dos realidades distantes o extrañas; siendo apenas un facilitador, un instrumento para la comunicación o la comunión; un canal.
  • Custodiar: guardián del patrimonio más esencial de la comunidad.
  • Pero, sobre todo, generar placer y felicidad en el proceso de aprendizaje: Nunca olvidamos lo que aprendemos con placer. Al fin de cuentas, “la educación no es la preparación para la vida; es la vida misma” (John Dewey), y la finalidad de la existencia es ser feliz. 

El maestro, así entendido, apenas sugiere, no da todo, no ofrece soluciones, más bien multiplica las preguntas, afirma la duda, hace complejo lo que parecía simple; induce a pensar por sí mismo. El maestro debería ser capaz no sólo de enseñar, sino de proponer también modelos poéticos de vivir. Aquí el maestro es el “modelo a imitar”, el que nos induce a cosas grandiosas; aquel que nos lleva a lugares inimaginados, el que nos hace soñar, el que nos impulsa a la aventura de pensar.



El m

martes, 3 de julio de 2018

Lo difícil que es hacerse entender…


Realmente a veces es difícil lograr que nuestras palabras, gestos y lenguaje no verbal sean comprendidos plenamente o, al menos, que nos entiendan como queremos. Hay muchos factores que inciden en ello, algunos nuestros y otros de la persona que queremos que nos entienda. Factores como los estados de ánimo, las experiencias que acabamos de vivir, los problemas que nos aquejan,
etc.

Hoy se me presentó una situación donde lo que yo quería transmitir fue malinterpretado. Es un simple ejemplo de discrepancia entre lo que pretendí expresar voluntariamente y lo que fue percibido por la otra persona. Típica situación que genera más desgastes y discusiones que las que el tema merecía. Pero examinando ahora la situación, con un poco más de distancia, descubro que sencillamente fui víctima de mi propia ansiedad, de mi deseo de compartir lo que sentía.

¿Por qué nos es tan difícil entender y aceptar las cosas sencillas de la vida? ¿Por qué nos gusta sufrir cuándo en realidad hay cosas que podemos solucionar con facilidad, por qué malgastar nuestra vida y olvidar los regalos que se nos dan? ¿Será porque no valoramos lo que tenemos en realidad? ¿Cuántas veces hemos dejado ir alguien o algo que vale la pena y luego nos arrepentimos... y lo peor es que ya
nunca más volverá? Son preguntas importantes, pero no tengo la respuesta para ellas…

Lo mismo ocurre en el mundo de la educación en el que me muevo: cada vez más y más veo lo complicado, lo arduo, que es comprender lo que alguien nos quiere decir, sobre todo si es un punto de vista nuevo para quien nos escucha, y lo difícil que es hacerse entender cuando la otra persona no hace más que buscar en su mente ideas similares, compararlas y así creer que ya sabe de lo que hablo. 

En ese caso, si lo que decimos no encaja del todo con su idea preconcebida, entonces sencillamente dice que no está de acuerdo con nuestra idea. Así explicar algo, y hacerse entender, se vuelve una carrera de obstáculos. ¿Por qué será tan complicado hacernos entender?

Sencillamente tengo que decir que no sé la fórmula mágica para entender mejor a los otros, ni para hacerme entender con facilidad. Pero lo que sí sé, es que todo tiene que ver con escuchar a los otros con auténtica atención, sin comparar lo que está diciendo con lo que ya sabemos, o creemos saber… tratando de ver las cosas con sus propios ojos, captando su punto de vista.

martes, 15 de mayo de 2018

En el día del maestro: ¿Nada se puede enseñar o todo se puede enseñar?


No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a descubrirlo en su interior”, dijo Galileo Galilei… Nothing can be taught. Oscar Wilde lo dice más contundentemente: “Nada de lo que vale la pena saber se puede enseñar”, que es como si dijéramos que lo que nos enseñan o aprendemos no siempre es lo más importante y pudiéramos prescindir de ello. Además, recuerdo aquella frase lapidaria de una maestra: "Lo que se enseña nunca es lo que se aprende", pues siempre se aprende algo, pero no necesariamente lo que el maestro, el libro o el sistema pretendían enseñar.

Por otra parte resalto que lo que es verdaderamente importante (¿Qué será eso?) está dentro de nosotros y sólo requerimos que alguien nos ayude a descubrirlo. Eso es que lo que los antiguos pensadores –podemos decir que de todas las culturas– enseñaron: “Conócete a ti mismo”, “Solo sé que nada se”, “El hombre es la medida de todas las cosas”, “Ama y haz lo que quieras”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.  Es que el conocimiento más importante es el de uno mismo, que supone el conocimiento sobre el propio quehacer, y por tanto, sobre el propio aprendizaje. Es decir, yo soy el único responsable de mi propio aprendizaje (así como de mi propia vida); lo que significa que debo ser consciente de lo que hago, de tal modo, que yo mismo pueda controlar eficazmente mis propios procesos vitales. Eso es lo más importante que tengo que aprender… o sacar  (¿parir?) de mí mismo con la ayuda de mis “maestros”. Eso es lo que me puede hacer sabio.

Creo que, o mejor he aprendido, que la vía principal para adquirir ese meta-conocimiento es la reflexión sobre la propia práctica situada en el contexto. Eso es lo que he llamado praxeología desde hace varios años. Lo que finalmente ella pretende es formarnos para lograr nuestra propia autonomía, independencia, y juicio crítico, y todo ello mediatizado por un proceso permanente de auto-reflexión y de narración autobiográfica. Es un proceso que realizo yo mismo, siempre con la mediación de mis maestros.

Ahora bien, en el ejercicio docente siempre existe el peligro de caer en una práctica unilateral y, a veces, rutinaria y mecanicista: el profesor actúa desde su posición de poder, en un extremo del aula, transmitiendo conocimientos e información a los alumnos quienes, en el otro extremo, pasivamente escuchan y tratan de interiorizar esos nuevos conocimientos, que luego el docente evaluará subjetivamente. No puedo sino lamentar y condenar esta práctica que es opuesta a mi modo de entender el proceso educativo. Creo que el ser un verdadero maestro implica una relación mucho más cercana y directa con sus estudiantes. Eso que en la teoría de la comunicación explican así: para que un orador capture la atención de su público y comience a ser escuchado debe ser capaz de sintonizarse primero con su audiencia, y luego seducirlos para lograr desencadenar en ellos el proceso de aprendizaje. Basta que pensemos en Jesucristo, quien enseñó su mensaje a sus discípulos de un modo radicalmente personalizado, conviviendo con ellos; para mí fue el primer maestro praxeólogo y holista de nuestra era.

Definitivamente, hay que pensar en estrategias de enseñanza y metodologías mucho más interactivas y personalizadas para realizar el oficio de maestro. ¿Podremos aprender a estar totalmente presentes con y para nuestros discípulos, en sus propias, diversas y originales vidas y quehaceres? Es difícil pero se puede. En el fondo sólo se necesita algo bastante arduo: aprender a escuchar de verdad, con atención y apertura, y generar siempre la esperanza de que se puede llegar y lograr las metas. No tener ideas preconcebidas sobre lo que está ocurriendo en y con los demás. Acercarnos con naturalidad. Mostrarnos tal como somos. Entregar lo mejor de nosotros, sin esperar nada a cambio para nosotros, pero si esperando todo para
nuestros discípulos.

¿Fácil o difícil? Sólo depende de nuestras reales intenciones al ejercer este oficio necesario, pero imposible, de ser maestro.






(Yo con mi profesor de español y literatura... el querido maestro, qepd, Gantiva)

lunes, 14 de mayo de 2018

Presente, pasado y futuro

Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarlo ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro; eso si, sin llegar a depender inútilmente de esos sueños que aún no se han realizado.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia a nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar sensatamente con los amores futuros. 

Momentos…
Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,
escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras,
viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.
Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida;
y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.
Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…
Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.



sábado, 21 de abril de 2018

Rita y Merlí... o como aprender en Neflix


Hay dos series de televisión que he visto recientemente y que me han puesto a pensar mucho sobre lo que es ser maestro y filósofo (Hay que tener en cuenta que las nuevas tecnologías han cambiado la forma de ver televisión… ésta son series que he visto en Neflix).

La primera es una serie danesa, Rita (una maestra irreverente y políticamente incorrecta), que empezó como serie propia del mercado local escandinavo, pero que se ha convertido (con la ayuda de su difusión en Netflix) en un fenómeno global; ya va en tres temporadas. Esta serie aborda temas escolares muy complejos con gran naturalidad, sensibilidad y precisión. Rita es maestra de un colegio oficial (primaria y bachillerato), separada y con tres hijos entre la adolescencia y la vida adulta, con una personalidad compleja y complicada, que tiene una forma diferente de ver y vivir la vida, siendo patente su ¿incorrección política? como educadora y como madre. Excelente maestra, rebelde e incorrecta, tratará de resolver los problemas que se le van presentando a su manera. Rita es puro carisma e irreverencia; para mí uno de los mejores personajes femeninos de los últimos años. Cristian Torpe, creador de la serie, la muestra como una niña en el cuerpo de adulto; el situarla como maestra le permite hacer una disección, más allá de sus conflictos familiares, del sistema educativo público danés y de sus problemas (que en el fondo son los mismo del sistema educativo colombiano). Rita no sigue las reglas al pie de la letra en el trato con sus estudiantes que la adoran, mientras que siempre anda en conflicto con el resto de los adultos (maestros y padres de familia), excepto con la joven maestra Hjørdis de quien es mentora. Como autodidacta se puede decir que pierde la asignatura familiar y sentimental: el conflicto en su matrimonio le ha producido una cierta alergia al compromiso.

La vida familiar de Rita no es nada “normal”: alejada de su madre, intenta no cometer con sus hijos los mismos errores que su madre cometió con ella, comportándose más como una amiga que como una madre. Su hijo mayor Ricco parece el más desencantado con el comportamiento materno, se independiza pronto y se casa tal vez apresuradamente; Molly, la segunda, es tierna, pero con problemas en los estudios y dificultades para conseguir trabajo; el hijo menor Jeppe, inteligente y brillante, está descubriendo su homosexualidad de forma natural, siendo aceptado y apoyado por todos; es indudablemente uno de los mejores personajes de la serie. La interpretación extraordinaria de Mille Dinesen como Rita, me parece el eje de la serie: ella es un mar de contradicciones pasando de ser intuitiva, sarcástica, mordaz, sexualmente activa y anárquica, a meter las patas, mostrarse insegura, deslenguada e irresponsable, en cuestión de minutos.

Desde el punto de vista pedagógico, en cada capítulo de la serie se aborda a profundidad un tema de la cotidianidad familiar, escolar y social, mostrando sus pros y contras, evitando dogmatizar sobre cualquier postura, y llegando a un resultado que no siempre es el deseado por todas las partes. Sobreprotección de los padres, bullying y violencia escolar, familias desestructuradas, exclusión y marginación, problemas económicos, desprecio a los profesores, burocracia y politiquería, conflictos afectivos, drogas y sexo… son algunos de los temas exquisitamente tratados, con un debate claro y fácilmente extrapolables a nuestras escuelas colombianas.

La serie es un fiel reflejo del sistema educativo, eso no lo dudo, y solo por eso la recomiendo a quienes tienen interés en los temas educativos o pedagógicos, porque ofrece otra mirada, desde un ángulo diferente, que puede ayudar a comprender mejor nuestros problemas como maestros, como padres o como adultos, frente a los problemas de los jóvenes. La mirada de Rita va a ayudar… y mucho… en ese sentido.

La otra serie es catalana, Merlí, un profesor de filosofía nada convencional. Una serie que no es obvia, nada pretenciosa, que no busca imponer el contexto catalán por sobre la historia… sólo te deja pensando un rato. Ciertos críticos dicen que asemeja a La sociedad de los poetas muertos, pero creo que la película y la serie sólo tienen en común un profesor que le apuesta a la libertad del pensamiento y algunos estudiantes que saben aprovecharlo. Un profesor especial, que sabe conectarse con sus estudiantes, carismático, culto, seductor, sensible, pero también con muchos defectos, con una moral propia, y con permanentes conflictos con el resto del profesorado y padres de familia.

La serie plantea el método de enseñanza, poco ortodoxo pero muy estimulante, de un profesor de filosofía al que siempre lo impulsan los desafíos. Merlí (interpretado magistralmente por Frances Orella) tiene buen recorrido como docente, pero como muchos maestros, poca suerte y reconocimiento. A los 55 años, debe volver a vivir con su madre... junto con su hijo Bruno, adolescente y gay, al que debe empezar a cuidar y que además se convierte en su alumno. Y es dentro de esa casa de tres generaciones (abuela actriz, nieto contestatario y Merlí, un militante de la ironía), y en el aula, donde repiquetean los mejores diálogos de la historia. No hay concesiones, no hay deber ser: sólo hay honestidad brutal en la mayoría de las frases de la serie -que no sólo se dicen, sino que están ahí para ser escuchadas por cada uno de nosotros.

Francesc Orella interpreta muy bien a este vividor existencial que siente profundamente los principios filosóficos que imparte en sus clases, pero que luego demuestra incoherencias en su vida privada: es un referente para sus discípulos, a quienes llama “peripatéticos”, pero es incapaz de generar buen vínculo afectivo con su hijo Bruno, y predice un respeto que brilla por su ausencia en su relación con las mujeres con quienes flirtea. Cada personaje, entre los estudiantes, tiene un conflicto dramático que lleva a que la serie se adentre en temáticas sociales: Pol aprovecha su imagen de chico popular para disimular que en su casa el dinero no alcanza, Bruno está enamorado en secreto de su mejor amigo, Iban lleva meses sin salir de casa por culpa del bullying y Mónica, la nueva, descubrirá la cara negativa de la cultura del whatsapp y las redes sociales. Y muchos otros problemas de los jóvenes: la separación de los padres, el miedo al qué dirán, la mezcla entre ricos y pobres en una misma escuela, el desempleo y la inserción laboral, el fracaso escolar, la amistad, la rivalidad, los celos, la muerte de los mayores... Cada problema tiene una solución, aunque cueste encontrarla y los “peripatéticos” son un grupo disfuncional pero unido por fuertes lazos de amistad. ¿De vez en cuando algún puñetazo o robarle la novia de otro? Puede ser. Pero al final del día Merlí les ofrece una lección filosófica para afrontar sus problemas con una actitud positiva y crítica.

Pedagógicamente lo que marca la serie es la aplicación que Merlí logra de ciertos filósofos o sistemas filosóficos (como los peripatéticos, los sofistas, Sócrates, Nietzsche, Foucault o Schopenhauer, entre otros) a las cotidianidad vital y escolar de sus estudiantes... a quienes también ayudará con sus problemas, aunque sea de forma poco ortodoxa y hasta censurable. Se logra esa filosofía que supera el mero academicismo, para convertirse en “estilo de vida”. El “método Merlí” consiste en presentar al filósofo o sistema filosófico en el pizarrón, lanzar como maestro un par de coordenadas y, a partir de allí, ir construyendo con los estudiantes el episodio a fuerza de cotidianidad, ideas, cuestionamientos, resistencia y libertad. Merlí ayuda a contextualizar la filosofía como generador del pensamiento crítico, reivindicando su importancia en estos tiempos en que se pone en duda su papel en el sistema educativo. Merlí estimula a sus estudiantes a pensar libremente, con métodos poco ortodoxos, dividiendo las opiniones de la clase, el profesorado y las familias. La serie pone de relieve la importancia y utilidad de la filosofía en la educación.

Y, finalmente, Merlí aborda con genialidad la homosexualidad. Bruno, por ejemplo, no tiene el conflicto de siempre: no teme salir del armario a causa de presiones familiares (al contrario, Merlí y la abuela le apoyan sin ningún problema) sino que es él mismo quien tiene problemas con su propia sexualidad. Pero la mejor reflexión llega después cuando se reta la heteronormatividad, aún presente en la sociedad.

En fin, ambas series dan que pensar y ayudan mucho a reflexionar sobre lo que realmente es ser maestros, sobre las importancia de la filosofía para la vida, sobre la necesidad de "entrar" la vida cotidiana, con todos sus conflictos y bellezas, en el aula de clase; y sobre la importancia de "dar la palabra" a los jóvenes, a los sujetos con todas sus particularidades y diferencias, en pocas palabras, a la diversidad que caracteriza a los humanos.

miércoles, 18 de abril de 2018

Pasión por la lectura

Todos tenemos al menos una pasión en la vida, la mía es la lectura. Podría pasar todo mi tiempo leyendo. He aprendido, ya hace mucho tiempo, que hay muchos tipos de lectores: los que leen para aprender, los que leen de vez en cuando por placer y los que leen porque lo necesitan, porque no podrían vivir sin leer... bien creo que estoy en la última categoría, aunque la segunda la sigo aplicando…y bueno, la primera es también esencial, porque cada vez que leo… algo aprendo. 

Para que entiendan un poco el alcance de mi adicción...  voy a darles algunos ejemplos: 

  • Casi nunca salgo sin llevar un libro en mi mochila (nunca se sabe si uno sufra una crisis... y que mejor que un libro.
  • A veces leo en reuniones o sesiones de trabajo (Sé que no es correcto, pero algunas reuniones son realmente fatales e improductivas...)
  • Muchas veces he pasado una noche entera en vela para terminar un libro apasionante (¿acaso no todos lo hacen?)
  • Nunca logro dormirme sin haber leído al menos un capítulo.
  • Me puse el reto de leer los siete Harry Potter en una semana (Y lo logré!!!) Creo que es mi récord junto con Cien Años de Soledad que lo he leído cinco veces...y cada vez de corrido).

La lectura es uno de los mejores medios para desconectarse de la realidad (o conectarse con otra realidad... no importa): cuando he tenido un mal día agarro un libro; cuando tengo un buen día disfruto un libro; cuando estoy aburrido, me salta de repente un libro; cuando me siento perdido me encuentro un libro... Es que los libros hasta pueden darte consejos... Basta hacer un experimento: abre uno de tus libros al azar y lee la primera frase que salte a tus ojos... y todo cambia, para bien o para mal). De  hecho yo he tomado un libro en cierta circunstancia... y nunca me ha defraudado.

Obvio... hay libros que he comenzado y no he podido terminar... llega un momento en que dejan de ser apasionantes... Y he aprendido que nunca hay que leer por obligación... Al hacerlo no queda nada, ni se aprende nada... Solo te aburres.  En ese caso déjalo a un lado, de pronto lo retomas después y la experiencia podría ser diferente.

A veces penetro tanto en el libro que tengo la impresión de vivir las aventuras al mismo tiempo que los personajes; subrayo el libro, lloro, grito, me río, me enfado ... Y cada vez que termino un libro, me siento triste porque tengo la impresión de dejar viejos amigos. Por eso, aquellos libros que me han marcado profundamente los leo y releo para no perder el contacto con ellos, con sus personajes, con sus situaciones... Y cada vez es una experiencia diferente. Puede que les resulte extraño pero incluso los personajes ficticios pueden tener un lugar en nuestras vidas... A veces miro lo que está sucediendo a mí alrededor y me digo: es como en ese libro que leí o...Wow…  así es como me imaginaba esa hermosura.

Y más o menos sin  darme cuenta me van saliendo frases que me han gustado, y las uso en mis clases, en mis conversaciones, o en mis escritos... y luego me doy cuenta de que aunque no eran realmente mías... sino fruto de mis lecturas.... en realidad ya son mías (aunque no sea capaz de recordar la cita textual... y puedan decir que es plagio usarlas sin citarlas... en realidad me las he apropiado tan profundamente que en realidad ya son mías).

Sin embargo, los buenos libros por lo general son caros...y no siempre se pueden comprar. Así que ya hace cierto tiempo  encontré otra forma de desconectarme: me calme un poco frente a la lectura, y empecé a escribir; eso supone gastar tiempo, pero trato de alternar con tanta frecuencia como sea posible, y unas veces estoy escribiendo, otras leo y voy haciendo un plan (eso si no muy estricto... pues no me cuadran las normas fijas): al comienzo del día escribir y más tarde leer. La escritura se ha convertido en muy poco tiempo en mi segunda pasión. Y así la mayor parte del tiempo vivo en "otro mundo" por lo que no es raro que se me considere alguien "extraño" pero en realidad eso no me importa mucho. Y bueno… todo eso, leer y escribir implica gastar un tiempo suplementario para socializarlo, comentarlo con otros, hablar y hablar, publicarlo, subirlo a las redes sociales, etc. Pero nada de eso me parece tiempo perdido…  Todo eso es también aprender, todo eso es también apasionante, todo eso también genera deseos, es decir, vida.



Una bolsa de canicas

Cuando recientemente el cine francés quiere salir del vasto campo de ruinas en el que se había perdido durante mucho tiempo, genera películas memorables como "Les choristes", o esa otra completamente diferente "Intouchables" para no citar más. Si bien ambas películas son diferentes, tienen mucho más en común de lo que parece: la sencillez y la precisión del tema. 

Esto es precisamente lo que caracteriza a "Un sac de billes" (Una bolsa de canicas), una película centrada en la inocencia infantil de Mauricio (Batyste Fleurial), y especialmente el pequeño José (Dorian Le Clech), firmemente aferrado a su canica fetiche. Lo que es notable es que la película no fuerza nada, como si los dos jóvenes actores vivieran su propia historia. Su naturalidad y la genial cámara de Duguay nos hacen vivir su epopeya siendo niños, sobre un escenario marcado, una vez más de forma excelente, por la melancolía. Si el trabajo de los dos jóvenes actores es impecable, ciertamente se debe a la excelente dirección artística de los actores, pero también a cierta complicidad bien visible en la pantalla. Dorian Le Clech incluso imita a los adultos perfectamente, con un aplomo increíble (escena del mercado y sus pequeños tráficos)! 

La realización de Duguay, marcada por su virtuosismo, ciertamente hace significativo cada plano del film. ¿Un ejemplo? Bueno, la secuencia rápida (muy rápida, incluso demasiado ... pero justa), donde se ve la navaja de afeitar detenerse para quedar en suspenso, como si el mundo se hubiera detenido repentinamente, con la pronunciación sencilla (pero tan pesada) de la palabra "judío". Todo esto para decir que en esta cinta ningún plano es superfluo, y que la precisión de los encuadres nos ofrece una fotografía interesante, después de todo nada uniforme, oscilando entre disparos y una alegría ingenua de dos niños “en una aventura”. 

La película toma poco a poco densidad por los acontecimientos históricos que impulsan esta familia judía a separarse con la esperanza de reencontrarse en tiempos mejores ... Se entra así en el drama de la ruptura familiar con todo lo que implica como decisiones, nuevas reglas y costumbres y por supuesto peligros por venir ... la cámara se focaliza entonces en los dos hermanos más pequeños de los cuatro chicos, para seguir su viaje a la zona libre. El más joven de los dos, José después de un comienzo, que nos hace temer lo peor, termina asumiendo un cierto espesor que hace que uno se aferre a este niño, mientras que su hermano mayor le da toda su protección y amor, ... en este sentido, es una lástima que el director no se ha ocupado de mejorar los diálogos evitando expresiones que no tenían cabida en su momento como “¡déjame en paz!" por nombrar sólo uno de los muchos.  

Y luego está ese equilibrio frágil y permanente entre el drama y la ligereza. Con semejante tema, era fácil quedarse en cualquiera de estos dos enfoques, sobre todo cuando se está lleno de ternura. Afortunadamente este no es el caso, y eso es bueno, porque así es como el espectador siente los miedos y las esperanzas de estos niños que van a madurar durante su viaje. Guardando el curso de esta manera el director ha conseguido crear una especie de larga tensión en su película, gracias también a la ayuda de los actores, evidentemente, muy comprometidos, y a la música que acompaña muy bien todos los momentos de la película, que incluso se calla en algunas escenas específicas. Impalpable, esta tensión es omnipresente y encuentra su culminación en la escena de las bofetadas. Permanecerá como la escena de culto, ya que es el momento más fuerte emocionalmente, simplemente porque es el escenario de un acto de amor en un contexto de terror y brutalidad generado por los alemanes y sus comportamientos, por lo que los llaman "sales boches", y por la milicia francesa señalada de forma constante y heredada del apelativo poco envidiado de ser "colaboradores". 

Un acto de amor realizado por el valiente y recto padre de familia (Patrick Bruel), orgulloso y feliz de estar en lo correcto, pero un acto de amor que también es una lección de supervivencia. Una lección que será la línea de conducta expresada en toda la película. Incluso si él no sabe llorar cuando es necesario, Patrick Bruel sorprende al público por su compromiso total, mediante esta lucha dura de sentimientos que expresa su personaje. A su lado, la discreta mamá (Elsa Zylberstein) completa con convicción la imagen idílica de una familia unida. 

Pero Bruel no será la única sorpresa del film: Kev Adams (Ferdinand) y Christian Clavier (Dr Rosen) vienen aquí a cambiar radicalmente de papel para nuestra sorpresa. El primero muestra un real potencial en arte dramático hasta las lágrimas que gotean. El segundo muestra una fuerza coloreada tanto de convencimiento y persuasión en la mirada, como si el propio actor creyera firmemente en el contenido de los consejos dados por su personaje. 

Si la inmersión en esta aventura es posible, se debe también a la calidad de la reconstrucción escenográfica: la peluquería, los coches, el tren con sus máquinas de vapor, los trajes, y toda una serie de objetos de época contribuyen a hacernos fácilmente precipitar en la Francia ocupada en 1944. Sólo le falta un pequeño suplemento de alma, algo extra indefinible que nos lleve a expandir la emoción a lo largo de esta hermosa historia, eso que casi nos hace arrepentir de haber vivido el momento más intenso tan al principio de la película. De todos modos, "Una bolsa de canicas" es una muy buena película con una nota de modestia luego de la revelación final, lo que confirma que no siempre son necesarias las palabras para decir las cosas, aunque sólo sea por respeto y reverencia. 

Obviamente esta película no está libre de errores, como por ejemplo en el juego de cartas cuando vemos a Román (Patrick Bruel) decir "belote, rebelote et dix de der", mientras que en el plano anterior tenía en la mano tres cartas de diferentes colores ... (es un juego de cartas plenamente francés). Pero esto es muy anecdótico y se olvida rápidamente para seguir con gran interés y sin ningún problema los 110 minutos de esta película. Sé que "Una bolsa de canicas" ha hecho una buena carrera, aunque creo que no encontró con todo el éxito de las dos películas antes mencionadas; pero esta es la opinión de alguien que no ha leído aún la novela epónima de Joseph Joffo (y que es autobiográfica), publicada en 1973 (Joseph Joffo, Un sac de billes, Éditions Jean-Claude Lattès, 1973. Traducida en 18 idiomas, fue un suceso con 20 millones de libros vendidos en 22 países), que sustenta la realización de Duguay, y que tampoco ha visto su primera adaptación cinematográfica francesa realizada por Jacques Doillon en 1975, ni mucho menos conozco la adaptación a una serie de dibujos animados entre 2011 y 2014 en 3 tomos, realizada por Kris y Vincent Bailly. Habrá que ver y leer todo eso para tener un mayor acercamiento a este filme. 





Sobre las pasiones...


Algunas personas tienen miedo porque creen que es negativo que ser apasionado. De hecho, la pasión puede ser muy creativa o destructiva. Como lo dijo Rousseau: "Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan". Muchos hablan contra las pasiones, considerándolas la fuente de todo mal humano, pero se olvidan que también son la fuente de todo placer, y en mucho, de la felicidad.

¿Cómo definir la pasión constructiva? Es una gran energía creativa que da sentido y sensibilidad a lo que llevamos a cabo y que nos ayuda a alcanzar una meta con entusiasmo. Simboliza el fuego que nos impulsa a expresar nuestra verdadera naturaleza. Nos ayuda a vivir plena e intensamente nuestro momento presente.

Uno puede, al contrario, decir que la pasión es destructiva cuando es mal manejada. Se produce cuando una persona llega a ser tan obsesionada con el objeto de su pasión que nada más le importa  y se olvida de todo lo demás en su vida. Esto hace que muchos sufran, porque no permite el juicio ni el discernimiento hacia la meta.

¿Hay algo que anhelas de corazón en tu vida? ¿Una meta, un deseo que te apasiona? ¿O eres de los que no se atreven a expresar su pasión? Piensa en un deseo que hace WOW dentro de ti con sólo la idea de manifestarlo. Mientras más intenso es el WOW, más son las necesidades de realizar ese deseo. Porque "sin pasión, el hombre sólo es una fuerza latente que espera una posibilidad, como el pedernal el choque del hierro, para lanzar chispas de luz" (Amiel).

Para descubrir de que necesidades se trata, imagina la alegría de haber conseguido tu objetivo y mira cómo esto te ayudará a nivel de tu existencia. Si la respuesta tarda en llegar, comprueba cómo te sientes de llegar hasta allí. Sabrás cuáles son las necesidades de tu ser, tu espíritu estará satisfecho y esto te dará una buena motivación. Porque las pasiones son los "viajes" del corazón y en ultimas, solo las entiende, quien las experimenta
.

Ser apasionado requiere cierta dedicación, mucho trabajo, concentración y no tener miedo a fallar a menudo. Incluso, hay que hacer como don Quijote, que se inventaba pasiones para ejercitarse. Convertirse en una persona apasionada que sabe lo que quiere también puede generar emoción, alegría y un propósito en la vida, si se está listo para comprometerse con lo que es importante para uno. Si se desea ser apasionado, hay que saber lo que se quiere y trabajar duro por ello, incluso si eso significa hacer más de un sacrificio a lo largo del recorrido.

martes, 17 de abril de 2018

Algunas cosas que he aprendido…. de tantos con quienes he compartido.



Alguna vez aprendí que somos animales y algo más, y que nuestros dramas suelen tener una de dos causas: desconocer que somos animales o no lograr comprender que somos algo más. ¿Y saben? Ese “algo más” es simplemente que también somos ángeles…. Y eso me lo enseñó un ángel terrenal, que para muchos no tenía nada de ángel….pero que para mí lo fue. 

La vida me ha enseñado que vivir consiste en hacer aquello que elegimos hacer; por eso “Soy el motivo de casi todo lo que me sucede”… Una manera más poética de decir que soy el único responsable de lo que soy, de lo que me ha pasado, de lo que me espera… y lógico, de lo que he ocasionado en los demás.

Compartiendo con uno u otro, con muchos y muchas, he comprendido que no puedo evitar que aparezcan los problemas, pues interactuar lleva implícita la “problematicidad” de la vida; pero nada me obliga a convivir con ellos – con los problemas – para siempre. Otra gran enseñanza de alguien para quien me convertí en un problema.

Los años me han enseñado que no tengo ninguna posibilidad de hacer que el tiempo retroceda; pero muchos de aquellos con quienes he tenido alguna relación me mostraron que tengo todas las posibilidades de aprovecharlo, de vivir el presente…. Obviamente, dejando atrás el pasado – y todas sus secuelas – y no quedándome en soñar con lo que aún no ha llegado.

Otra cosa que he aprendido es que mi corazón es libre; más aún, que está condenado a ser libre.  Pero que hay que tener mucho valor para hacerle caso: esa fue la enseñanza de quien siendo bastante racional, fue siempre – por lo menos conmigo – puro corazón. 

En mis recorridos por tantos ciclos y lugares he conocido muchas personas que, ante un problema, son especialistas en encontrarle una solución; de ellos aprendí que todo puede solucionarse, incluso lo que parece insolucionable. Pero también he conocido muchos que estando ante una solución, le buscan un problema; de ellos, no he querido aprender nada.

Alguien, que siempre me ha parecido que no es de este mundo, me mostró que a muchos nos tiene atrapados alguna “máscara” difícil de quitar… y que eso es lo que nos lleva a buscar ansiosamente quien nos ayude a quitarla…. Pero lo que realmente me enseñó fue que para dejar mi máscara, yo necesitaba silencio, conocimiento, voluntad y osadía. Que sólo podía salir de ella, cuando hubiera entrado en esos “estados”, cuando hubiera aprendido lo que es necesario aprender. Así…. que a tener paciencia.

Y en mi trasegar con tantas personas he comprendido que no hay mucho que una persona pueda hacer por otra, excepto ayudarla a ayudarse a sí misma. ¿No creen que eso ya sea mucho?
Pero el mayor aprendizaje de todos los que he tenido es que todas las personas que conozco son mejores que yo en algo. Y siempre ha sido en ese “algo” donde he aprendido de ellas.


Al amar no me queda más remedio que ser ese “creyente…aunque”, es decir, sin comprender.


Acabo de terminar de leer un pequeño libro, que según los críticos “ha provocado una conmoción en Francia”, donde se han vendido 150.000 ejemplares en diez días. Se trata del testamento espiritual del Abbe Pierre, un hombre libre, sacerdote francés de 93 años, fundador del movimiento Emaús de ayuda a los sin techo, quien se ha caracterizado por cantarle las verdades a gobernantes y papas. El librito se titula “Dios mío…. ¿por qué?” y en él, el autor plantea preguntas, convicciones e interrogantes con absoluta libertad de espíritu y una sinceridad conmovedora.

En este librito encontré unas cuantas ideas que comparto totalmente, y que quiero compartir con ustedes. Ellas son, entre otras:

  1. La finalidad de la vida humana es aprender a amar.  
  2. Amar consiste en que cuando el otro es feliz, entonces yo también soy feliz. Y cuando el otro sufre, entonces yo también lo paso mal.
  3. Es fundamental distinguir entre la felicidad y el amor, porque amar no excluye el sufrimiento.
  4. Hay que asumir la vida tal como es, y si no conseguimos impedir el sufrimiento, entonces más vale aceptarlo con amor antes que rebelarse o rechazarlo cerrándose en uno mismo.
  5. Como el sufrimiento hace parte de la condición humana, la clave está en cómo lo afrontamos: para el budismo, hay que hacer lo necesario para no sufrir más; entonces la finalidad de la vida se convierte en una ascesis y una ética exigente que pretende suprimir la causa principal de todo sufrimiento: el deseo. En cambio, para el cristiano el camino es otro: no se trata de eliminar el sufrimiento hasta suprimir todo deseo, sino de reaccionar frente a él mediante el compartir y la ofrenda. El sufrimiento siempre es un mal, y jamás debe buscarse; pero este mal, si llega, puede ayudarnos a ser más humanos, a compartir con los demás. 
  6. El deseo, en si mismo, no es un obstáculo para el crecimiento humano y espiritual. Lo que hay que hacer es aprender a orientar los deseos. Y sobre todo, cuando del deseo sexual se trata, que es uno de los instintos más intensos de la vida: si se vive de cualquier forma puede causar desastres; pero bien encauzado, es decir, vivido en una relación y un compartir auténticos, es muy positivo. Para quedar completamente satisfecho, el deseo sexual ha de expresarse en una relación amorosa, tierna, confiada.
  7. No hay que negar el pecado, pero se ha insistido excesivamente en el pecado como acto; no obstante, es mucho más significativa la intención con que se realiza y, sobre todo, la repetición intencionada del pecado (es decir, el hábito), El acto aislado no es de la misma naturaleza que la repetición de un acto que sabemos es negativo para nosotros o para los demás, y a pesar de ello, nos acostumbramos a realizarlo. Esto es necesario advertirlo para “desculpabilizar” a quienes cometen una trasgresión bajo los efectos de un dolor, de un error de juicio o de una pulsión, pero que después hacen todo lo posible para que no ocurra nuevamente.
  8. En sentido estricto podemos entonces hablar de “vicio”: así como la virtud nace de la repetición de una buena acción (se es virtuoso al realizar actos positivos), el vicio nace de la repetición de un acto reprobable. Y el verdadero pecado es el vicio, es decir, la persistencia en un comportamiento destructivo para nosotros mismos o para los demás.
  9. Entonces, en últimas, todo reside en la libertad de conciencia que poseemos como humanos que somos, y que es la condición misma del amor. Somos libres para elegir amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, o para destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Y somos libres también y, en últimas, para creer o no creer en el Amor Misericordioso que es Dios, quien nunca nos fuerza a amarlo, pero que siempre nos manifiesta su amor. Así, toda la grandeza del ser humano radica en poder amar a Dios en la fe, sin tocarlo, sin verlo, sin conocerlo directamente. Y en ese acto de amor, su libertad es completa.

Enseñar la pasión por aprender


Estas ideas se inspiran en una re-lectura del capítulo “No hay docencia sin discencia” de la obra de Paulo Freire Pedagogía de la Autonomía, pensada como una herramienta para la formación de maestros críticos y reflexivos. Su planteamiento fundamental es que la praxis educativa requiere de saberes no abstractos y generales, sino saberes situados desde los temas, problemas y situaciones concretas que los maestros vivimos cotidianamente. Por eso es un libro construido desde el diálogo y para el diálogo entre maestros, pues conduce a que nuestro quehacer educativo sea la fuente y el destino de esta producción praxeológica de saberes.

Me impacta que todos los temas de los tres capítulos del libro se refieran a lo que “exige” el acto de “enseñar”, presentados como condiciones que posibilitan o no la enseñanza, y que existen “antes” de que la enseñanza se haga práctica. No son resultados de la enseñanza. No son aplicación de teorías o métodos de enseñanza. Al contrario: son requisitos indispensables para que se pueda enseñar algo a alguien. Y, por eso (y esto me parece lo fundamental de la enseñanza de Freire) no son una “receta” aplicable formal o mecánicamente. Son criterios, perspectivas, opciones, posiciones, convicciones, que dan sentido al enseñar, como “un momento fundamental del aprender”.

Y lo valioso es que este planteamiento freireano es radicalmente opuesto a lo que la mayoría de los maestros quieren: buscar y encontrar herramientas, técnicas y didácticas, con pasos claros, orientaciones listas para aplicar. Quieren algo “listo para calentar en el microondas y servir” y no algo que implique el esfuerzo creativo de “inspirarse para cocinar”.

Por eso, pese a que Freire tiene frases precisas, claras y contundentes (que usamos con frecuencia), no encontramos en ellas ninguna “receta”, sino todo lo contrario: afirmaciones, cuestiones, preguntas e inspiraciones que lo que hacen es problematizar nuestras prácticas y exigirnos, en un proceso praxeológico, construir  una nueva práctica educativa.


Por eso, estos “saberes necesarios para la práctica educativa” no son un rosario de técnicas u normas didácticas para aplicar, sino unos principios ético-políticos, epistemológicos y filosóficos que nos conducen a mirar con otros ojos y situados desde otro lugar, nuestra propia práctica educativa, llevándonos a buscar en las raíces de su sentido y a renovarla crítica y creativamente. Y siempre como un modo, tal vez el mejor, de formarnos como maestros: hombres y mujeres que nos formamos desde nuestras propias prácticas como sujetos capaces de generar y organizar procesos de construcción de saberes, o sea de enseñar, porque desarrollamos nuestras propias capacidades de aprender y somos capaces de trasmitir esa pasión a los demás.

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