Estas ideas se inspiran en una re-lectura del capítulo “No
hay docencia sin discencia” de la obra de Paulo Freire Pedagogía de la Autonomía, pensada como una herramienta para la
formación de maestros críticos y reflexivos. Su planteamiento fundamental es
que la praxis educativa requiere de saberes no abstractos y generales, sino
saberes situados desde los temas, problemas y situaciones concretas que los
maestros vivimos cotidianamente. Por eso es un libro construido desde el
diálogo y para el diálogo entre maestros, pues conduce a que nuestro quehacer
educativo sea la fuente y el destino de esta producción praxeológica de
saberes.
Me impacta que todos los temas de los tres capítulos del
libro se refieran a lo que “exige” el acto de “enseñar”, presentados como
condiciones que posibilitan o no la enseñanza, y que existen “antes” de que la
enseñanza se haga práctica. No son resultados de la enseñanza. No son
aplicación de teorías o métodos de enseñanza. Al contrario: son requisitos
indispensables para que se pueda enseñar algo a alguien. Y, por eso (y esto me
parece lo fundamental de la enseñanza de Freire) no son una “receta” aplicable
formal o mecánicamente. Son criterios, perspectivas, opciones, posiciones,
convicciones, que dan sentido al enseñar, como “un momento fundamental del
aprender”.
Y lo valioso es que este planteamiento freireano es
radicalmente opuesto a lo que la mayoría de los maestros quieren: buscar y
encontrar herramientas, técnicas y didácticas, con pasos claros, orientaciones
listas para aplicar. Quieren algo “listo para calentar en el microondas y servir”
y no algo que implique el esfuerzo creativo de “inspirarse para cocinar”.
Por eso, pese a que Freire tiene frases precisas, claras y
contundentes (que usamos con frecuencia), no encontramos en ellas ninguna
“receta”, sino todo lo contrario: afirmaciones, cuestiones, preguntas e inspiraciones
que lo que hacen es problematizar nuestras prácticas y exigirnos, en un proceso
praxeológico, construir una nueva práctica
educativa.
Por eso, estos “saberes necesarios para la práctica
educativa” no son un rosario de técnicas u normas didácticas para aplicar, sino
unos principios ético-políticos, epistemológicos y filosóficos que nos conducen
a mirar con otros ojos y situados desde otro lugar, nuestra propia práctica
educativa, llevándonos a buscar en las raíces de su sentido y a renovarla
crítica y creativamente. Y siempre como un modo, tal vez el mejor, de formarnos
como maestros: hombres y mujeres que nos formamos desde nuestras propias prácticas
como sujetos capaces de generar y organizar procesos de construcción de saberes,
o sea de enseñar, porque desarrollamos nuestras propias capacidades de aprender
y somos capaces de trasmitir esa pasión a los demás.
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