miércoles, 5 de septiembre de 2018

A propósito de... hoy quiero hablar de espiritualidad




Hoy quiero reflexionar sobre un tema que me apasiona, aunque muchos no lo crean: la espiritualidad.

Todo ser humano anda en busca de espiritualidad. La mayoría buscamos y experimentamos la espiritualidad a través de una religión, si bien ésta no es la única forma de hacerlo. Algunos lo hacen durante toda su vida, otros sólo en momentos concretos. En ocasiones porque debemos enfrentar miedos o situaciones límites de la existencia, y necesitamos respuestas; en otros casos, por el deseo de saber si efectivamente hay algo más allá de lo perceptible. Pero, en cualquier caso, es muy difícil precisar qué es espiritualidad. La respuesta varía según las personas y las culturas de las que proceden. Posiblemente el único punto en común sea la búsqueda de un sentido a la existencia y la sed de saber.

Desdichadamente, mi experiencia y conocimientos en este campo son bastante limitados. Creo que la espiritualidad es algo muy personal. Para mí una doctrina moralista y represora, como aquella en la que a veces convertimos nuestra experiencia religiosa, no satisface mi necesidad espiritual; para mí, la espiritualidad está ligada a la belleza, a los sentidos, al placer, a la libertad, al sexo y la sensualidad, a la tierra, a lo más profundo de cada uno, a la generosidad, a la bondad, a la compasión, al amor, a la vida… en una palabra, a la realización y a la felicidad, personal y comunitaria. Existen miles de detalles en la vida y en la naturaleza que me indican que hay un ser superior y que parte de ese ser habita en nosotros y en todas las cosas: el aire, una hoja, una flor, la tierra mojada, una mano amiga, una sonrisa, una abrazo fuerte, una oración, una mascota, un amanecer, un bebé... Miles de cosas pequeñas, sencillas y simples que me hacen seguir creyendo.

Creo que el primer paso para hallar nuestro camino espiritual es liberarnos de la carga que suponen las religiones, los cánones, las imposiciones sociales, los reglamentos y normas, etc. Un individuo puede pasar toda su vida obedeciendo las enseñanzas y las creencias de una sociedad o de una religión sin encontrar jamás el camino apropiado para él mismo; el camino que le haga feliz y le permita realizarse. Por supuesto que hay ventajas en hacer parte de unas creencias comunes, pero somos seres en constante formación y evolución; por eso hay que dejar siempre las puertas abiertas para profundizar, para investigar, para aprender, para cambiar.

La verdad y las respuestas están en nosotros mismos. Según como nos enfrentemos a nosotros mismos nos enfrentaremos al mundo que nos rodea. Ello significa, entonces, poder disolver las rígidas y mecánicas estructuras impuestas por nuestro consciente. Nadie puede decirnos qué camino tomar. Lamentablemente, las sociedades y las religiones se basan más en el conformismo, la seguridad y el orden social que en la búsqueda de la verdad. Por eso, cada uno debe buscar y elegir lo que necesita y es bueno para él mismo. Y la única manera de hacerlo es desnudando el alma: enfrentarnos íntimamente incluso a la desesperación, a la soledad, a la ansiedad. Es así como llegamos al descubrimiento de quiénes somos realmente, a nuestro auténtico ser; sin otras implicaciones. Es una aventura y una opción personal. Hay que aceptar que las respuestas a todas nuestras preguntas están dentro de nosotros mismos. Si nos aceptamos, las respuestas vendrán solas. Aparecerán simples y mágicas.

Desde mi punto de vista, la espiritualidad es silenciosa dado que toda palabra es débil e imperfecta; por eso, deberíamos aprender a elevarnos en una adoración sin palabras. Una adoración basada en los sentidos, sentimientos, percepciones e instintos. Uno puede conectarse con lo divino de muchas maneras: actuando, meditando, cantando y bailando, gozando con el sexo, abrazando, acariciando, admirando la belleza natural, siendo generosos, sonriendo, amando desinteresadamente, etc.

Por eso, en últimas, creo que espiritualidad es reconocer que el mundo que percibimos es una mera ilusión; que el fin último de la vida es despertar nuestro auténtico ser, nuestras potencialidades; que este existir está profundamente conectado con toda la creación; que tenemos que disfrutar del don de la vida con plenitud; que la vida y la naturaleza son nuestra verdadera escuela; que somos buscadores permanentes de la verdad; que creemos en el amor incondicional. Ser espiritual es vivir en la belleza, en el equilibrio y en el goce, es ver con el corazón, es compasión, es convertir en sagrados todos nuestros actos y vivir en plenitud reconociendo que cada uno es su máxima autoridad.

lunes, 30 de julio de 2018

La amistad como seducción




Uno de los diálogos de Platón que más me impacta y seduce, por su tono dramático y al mismo tiempo su carácter lúdico, de humor intelectual, es el Lisis (Sobre la amistad). En él Sócrates despliega plenamente su capacidad de seducción filosófica.

¿Cuál es el escenario dramático? Dos jóvenes efebos, Ctesipo e Hipótales, amigables y despreocupados, son invitados por Sócrates para que lo pongan al tanto de cuáles son sus intereses en el gimnasio. Hipótales queda “fuera de base”, y se ruboriza ante la pasión que lo envuelve. Esto le da a Sócrates la oportunidad de presentarse a sí mismo como un experto en cuestiones de amor. Ctesipo sale al paso de su compañero y comunica a Sócrates el enamoramiento de Hipótales por Lisis, y de cómo aquél se desvela en arrebatos de inspiración poética. Sócrates aprovecha para dar la primera lección: que no conviene elogiar a la persona que se quiere seducir, pues: “el que entiende de amores no ensalza al amado hasta que lo consigue”. Así pues, para conseguir “ser grato a los ojos del amado”, Sócrates planeará una nueva estrategia para atraer la atención del joven Lisis. Y le aconseja a Hipótales ocultarse, mientras atrae a Lisis.

Cuando Sócrates queda a solas con Lisis, comienza un primer diálogo con el niño, que versará sobre su actual situación de subordinación, como hijo menor. Sócrates y Lisis acuerdan que la razón de que sus padres obren así es la consecuencia de su falta de capacidad y entendimiento, por su corta edad e inexperiencia. Cuando Lisis admite que poseer un saber práctico y útil es la condición, tanto de su libertad de movimiento como del aprecio de sus padres para con él, Sócrates amplía el horizonte de esta situación a niveles de mayor abstracción, para reafirmar su tesis fundamental de que la utilidad es el motivo más sustantivo para ser querido, induciendo al niño para que admita que la utilidad de su sapiencia será valorada también luego por los demás. Y concluye que para ser amigo de alguien y para que alguien sea amigo nuestro es necesario ser útil. Esta tesis central no será refutada como idea fuerza y atravesará todo el sentido del diálogo.

En este comienzo del diálogo se recalca la función educativa y de perfeccionamiento moral del amor y, a la vez, enseña (sobre todo a Hipótales que sigue de cerca la conversación) que al ser amado no se deben dirigir elogios, de modo que su orgullo lo envanezca, sino, por el contrario, se deben usar palabras que rebajen sus pretensiones de suficiencia, lo que debe dar como resultado un ansia natural de mejoramiento. Y con más razón si el amado es un joven cuya falta de experiencia se educa por medio del amor filial, según los cánones tradicionales.

En un segundo momento, ahora con Menexeno. compañero discutidor de Lisis, lo que hará Sócrates es justamente erosionar la evidencia de lo recíproco en la amistad mediante la dislocación del sujeto amigo, desde su rol activo, como amante, hacia el rol pasivo del otro sujeto como amado. La pregunta desencadenante es: Si un hombre ama a otro, ¿quién es el amigo, el que ama o el que es amado? Y el dialogo avanza al estilo socrático, desmontando poco a poco todas las respuestas que Menexeno va dando. Al retirarse este último, Sócrates vuelve ahora a la indagación con el pequeño Lisis. Sócrates sugiere a Lisis revisar las opiniones de los poetas. Y continuando el va y viene del diálogo socrático van concluyendo que son los opuestos y no los semejantes los sujetos más idóneos para tener relaciones de amistad basadas ahora en la complementación de una necesidad. Pero esta tesis de la atracción de los contrarios luego será refutada. Y Sócrates avanza con una nueva intención, consistente en introducir un tercer género, el neutral o intermedio, que sería lo amigo de lo bueno.

El logro inmediato de esta parte del drama es que el verdadero sujeto de la amistad es el ser humano, instalado entre los dioses y las bestias, entre lo perfecto y lo imperfecto. No obstante, y para llenar de contenido el sentido último de la amistad, hay que avanzar hacia la pregunta por el sentido último de la amistad en conexión íntima con la sabiduría existencial que Sócrates busca. Ahora Sócrates propone un cambio de punto de vista. Si alguien ama, o es amigo, debe ser por alguna causa y buscando algún fin. ¿Y será esto, con miras a lo cual un sujeto es amigo o amante de su amado, también algo deseado?

En términos sencillos se plantea que, en este proceso del deseo, no todo es apreciado por sí mismo, sino que algunas cosas lo son por otras que vendrán después; y como no se puede desear en forma indefinida, tiene que haber algo que es querido como fin último: este es el primer amigo u objeto último del amor en la cadena del deseo. Este esquema muestra un escenario teórico en donde se distinguen con claridad los medios y los fines. Si ese objeto superior existe, implica que todos los amigos queridos sólo son como fantasmas con respecto a lo verdaderamente querido, pues esto es esa cosa última, que no es deseada sino por sí misma. Sócrates identifica este primer amigo con el bienestar o felicidad, que en la perspectiva inmanente del diálogo equivaldría a aquello de mayor utilidad, cuestión que no se ha refutado hasta ahora en el diálogo.

Ahora bien, ¿si lo que amamos como fin último es el bien-útil?, la respuesta definitiva debe apuntar a la conveniencia como criterio decisivo. Pero ¿útil para qué, o mejor dicho, para quién? En este punto me parece que hay dos opciones posibles de adoptar, la primera es:

a.      El autoamor: no amamos el bien por sí, sino porque lo necesitamos nosotros mismos. Cada uno de nosotros es el verdadero y primario amigo, y siempre sería así, sin importar cuál fuera el bien querido. Se entiende que debido a que nos amamos a nosotros mismos, también queremos el bien (en cuanto útil), pues éste es el remedio contra el mal que impide que disfrutemos lo que somos.

b.      El amor a los otros: Para ello debemos recordar el planteamiento inicial del diálogo con Lisis: el joven será querido por todos en la medida en que su buena educación lo transforme en alguien provechoso crecientemente; si Lisis llegara a tener un saber útil para los demás, es decir, para sus padres, sus vecinos, sus conciudadanos, lo estimarían como un ser amable, como un sujeto provechoso en este esquema progresivo de una sociedad que se beneficiará con su sabiduría práctica. Ser útil para los demás es la posible salida al matiz egocéntrico del amor a sí mismo, que siendo verosímil resulta incompleto y narcisista.

Caigo ahora en el último giro de este dialogo, en donde se esboza una teoría general del deseo a partir de una nueva estrategia de refutación. Puesto que antes se dijo que el sujeto humano, que no es ni bueno ni malo, ama lo bueno por causa de lo malo, la falacia reside en que si el mal –ya sea del cuerpo o del alma– no existe más, entonces el bien ya no sería de ninguna utilidad; y aparece así que el bien ya no sería querido por sí mismo sino como una condición instrumental para conseguir otra cosa. Entonces resulta que la causa de que algo sea querido es el deseo, y –agrega Sócrates– uno desea aquello que le falta. Luego resulta que el amor, la amistad y el deseo  apuntan siempre a lo más propio y familiar, es decir, a lo que le pertenece a uno por naturaleza: lo que es connatural. Si Lisis y Menexeno son amigos, entonces lo son porque de algún modo son afines y se pertenecen el uno al otro, y nadie desea o ama a otro a menos que sea parecido a su amado. Se concluye que el verdadero y no fingido amante deberá ganarse el afecto de su amado.

La teoría de la seducción socrática consiste entonces en una inducción del amado para reducir su autoestima y así crearle la necesidad de una relación de maestro y discípulo. Ser amado equivale a ser necesario y eso implica estar inserto en un mundo, donde la función provechosa es un fenómeno dialéctico entre individuo y sociedad. Es la satisfacción amplia de sentirse parte de un todo, en donde se construye una forma de utilitarismo práctico y recíproco, eso sí, mediatizado por una educación de inspiración socrática, en la medida y proporción que le compete a cada miembro de la comunidad.


martes, 24 de julio de 2018

Ser un seductor...




Definirme como seductor es simple, aunque sea tautológicamente: Seduzco, atraigo o provoco fascinación, cautivo el ánimo… eso hace seductor a un hombre. Cézanne dijo que “La cosa más seductora del arte era la personalidad del propio artista”.

Con mis largos años de ejercicio de ese oficio necesario, pero imposible, que es el ser maestro lo he comprobado: el aprendizaje es seductor cuando el aprendiz capta la pasión del maestro por lo que le enseña (descubre que el maestro vive o intenta vivir lo que enseña; que vibra con lo que sabe y quiere trasmitir; que no está hablando de algo que él no haya experimentado antes; que puede ser un modelo de vida). Si el maestro no siente y expresa esa pasión, solo esta trasmitiendo información… y eso no seduce; es mas atrayente googlear y obtener la información que se desea.

Igualmente con muchos años de experiencia en liderar un proceso determinado, un equipo de trabajo, un programa académico, una facultad universitaria… y pensando siempre que no tenía habilidades para la gestión (por considerarme ante todo un académico), descubrí sin embargo que la clave estaba en empoderar, después de enseñarles el oficio, a quienes debía liderar; y empoderarlos de verdad, de tal modo que creyeran en sus potencialidades y solo recurrieran a mí cuando realmente ya no supieran que hacer, o la responsabilidad superara sus capacidades de ejercer poder. Y descubrí que ese “descubrimiento” me había convertido de verdad en un líder seductor.

Y si paso al campo de las relaciones humanas (amistad, complicidad, amor de pareja entre otras) pudo constatar lo mismo: sólo seduce quien es auténtico, quien se presenta tal como es, quien no oculta sus errores ni teme expresarlos, quien manifiesta toda su pasión, pero, sobre todo, quien de verdad hace sentir al otro como un rey, un príncipe o un ángel, como alguien especial…. Porque logró conocerlo tal cual es (e incluso mucho más de lo que ese otro pudo y quiso expresar de sí mismo), porque logró impulsarlo en todas sus potencialidades y valorarlo pese a sus debilidades, y, sobre todo, porque lo hizo sentir importante y necesario, y nunca coartó su libertad personal. Eso si seduce.

Seducir, lo sabemos, es presentarse como un alguien deseable para el otro. No necesariamente que uno ya sea lo que él desea sino porque uno se convertirá en lo que va a desear como fruto del proceso de seducción: alguien que lo hará entrar en el juego del deseo. Ahora bien, si la tentación es realista (porque sabemos que vamos a “caer” en ella aunque no queramos), la seducción no lo es: en ella no hay lugar para esa seriedad “racional” de quien sabe a qué atenerse sobre sí mismo y los demás, o de quien está “congelado” en su certeza de poseer ya la verdad y vivir correctamente.

Y es esa ambigüedad la que genera la seducción (“¿eres serio, o te estás burlando de mí?”, “¿Podré confiar en alguien como tú?”). En un proceso de seducción siempre están presentes: la puesta en escena, el doble o triple sentido, el artificio, la apariencia, incluso la misma mentira; pero esas “herramientas” no necesariamente tienen que ser negativas o maquiavélicas, todo depende de la intencionalidad con que se ponen a funcionar.

Y por eso es que todo lo que he escrito hasta aquí demuestra que lo que seduce no puede ser nunca lo que de antemano se desea. Nos imaginamos desear lo que nos está seduciendo, pero esto es falso: lo que nos está seduciendo hace de nosotros sujetos deseosos… y la cuestión de lo que verdaderamente deseamos queda abierta a lo desconocido, que nos hace reconocer que lo que nos sedujo fue la promesa. Ser seducido, es experimentar que uno no es realmente uno mismo sino hasta encontrar algo inesperado. Sin esto, se trata de otra cosa: nos gusta, nos tienta, pero no nos seduce.

A quien llegamos a querer de verdad (en esa multiplicidad de niveles y géneros de amor posibles para los humanos, tantos como la escala de grises existente entre el negro y el blanco), es a quien no habríamos deseado por nosotros mismos; porque nunca, por nosotros mismos, hubiéramos sido sujetos por ese deseo. Fue necesario el encuentro mágico y casual, intempestivo. Porque ser seducido, es ser desviado de una ruta que ya era una forma de desear, pero comprensible, común, compartible. Cuando se es seducido, nada de eso vale: ya no sólo el objeto es completamente injustificable ("Pero, en fin, ¿qué es lo que me atrae de esa persona? ¿qué veo en ella?"), sino incluso lo que el estar seducidos nos impulsa a hacer (que corresponde a un deseo que nunca habríamos sospechado que teníamos) nos es estrictamente incomprensible. ¿Qué podría ser más absurdo en efecto de que dejar todo, familia, posesiones, responsabilidades sociales, para seguir a una persona que no conocíamos hace una hora?  ¡La seducción está, sin embargo, en que lo hacemos! Y es que se actúa con la perfecta lucidez de no reconocerse a sí mismo (¡si me hubieran dicho, hace solamente dos días, que yo me actuaría así!), de no entender lo que se hizo, o condenarlo, y que eso sin embargo, no nos importe (¡sé que estoy haciendo la mayor estupidez de mi vida, pero no importa!).

En su Diario de un seductor, Kierkegaard expresa con destreza y pasión: “Toda relación amorosa tiene que vivirse de tal forma que resulte más tarde fácil para nosotros conservar un recuerdo que encierre toda la belleza”. Inquietante…pero realista: el amor se vive en el presente, plenamente, como si ese instante fuera una eternidad, sin lamentar el pasado ni soñar con un amor eterno que dure para siempre. Sólo así el recuerdo será siempre bello. Y luego Kierkegaard añade: “¡Como si el temor no hiciera interesante el amor!”. Ahí está el poder de la seducción: pese a todas las razones y temores… te aventuras y todo se vuelve interesante. Y remata con esta contundente verdad: “Para un hombre todo habrá acabado cuando se haya hecho tan viejo que ya no pueda aprender nada de un joven”. ¿Qué podría seducir más a un joven que las canas de la experiencia y la libertad de los años vividos? Y, ¿qué puede seducir mas a una persona madura que la irreverencia y locura juvenil?

La cuestión fundamental en la seducción es que el sujeto está dividido, se ha convertido en otro diferente a sí mismo, y sobre todo que él lo ignora. Y es a partir de esta ignorancia que la seducción aparece como un desvío y como un sometimiento: de quien me seduce yo me convierto literalmente en su sujeto, en el sentido de que quedo bajo su responsabilidad. (Tal vez solo la sujeción permite convertirse en sujeto en el sentido de responsable, si la responsabilidad necesaria requiere en su estructura que uno sea siempre responsable ante el otro).

Pero este sometimiento al seductor, que define la seducción, es en sí mismo ambiguo, susceptible de una doble comprensión cuya unidad podría constituir nuestra noción de seducción. Basta con contemplar algunos ejemplos. Una mirada cruzada en la calle, una figura esbelta vista en la multitud, una idea que surge de la pluma, una publicidad poco convencional, son realidades atractivas. Una mirada mordaz, una proposición lucrativa, el discurso de un demagogo, son realidades seductoras. Otras cosas pueden ser a la vez atractivas y seductoras como la mayoría de las actividades intelectuales (el estudio, la política, el arte) y, por supuesto, la filosofía que es atractiva cuando te abre a la alegría de pensar y a la felicidad de descubrir, pero que es seductora cuando se convierte en doctrina proveedora de certezas materiales o metodológicas para quien sólo tiene una vida de discípulo o imitador. Acabamos de decirlo: nada seduce si no es en esa ambigüedad donde ahora descubrimos que la seducción ocupa, paradójicamente, el primer lugar. Y seguramente ser seducido, es ante todo, siempre y primero, dejarse seducir por la seducción misma: la seducción es un concepto atractivo y uno se siente atraído por la idea de ser seducido - donde prima por supuesto el carácter representativo o, más precisamente, ficcional, de todo lo que conforma el vasto campo de la seducción.

Y en eso ficcional de la seducción hay mucho de locura, de irreverencia, de aventura, de complejidad. Unas frases tomadas de películas inolvidables me permiten culminar esa idea:

a.      “¿Te gustaría tener un encuentro sexual tan intenso que pudiera cambiar tus ideas políticas?”: John Cusack, en The Sure Thing (1985).
b.      “Tú me haces querer ser un mejor hombre”:Jack Nicholson en As Good As It Gets (1997)
c.      ¿Ese cañón dispara o es mi corazón que late con fuerza?”: Ingrid Bergman en Casablanca (1942).
d.      “Te quiero a ti. Quiero todo de ti. Tu y yo. Todos los días”: Ryan Gosling en The Notebook (2004).
e.      “Yo no muerdo, tú sabes…a menos que me lo pidan”: Audrey Hepburn en Charade (1963).

¿Seductoras? No hay duda. ¿Ingeniosas? Claro que sí. ¿Irreverentes? A mas no poder. ¿Locas y aventureras? Solo habría que pronunciarlas para comprobarlo. Porque en ellas están varias de las características del auténtico seductor. Un seductor seduce por ser quien es.



martes, 3 de julio de 2018

Lo difícil que es hacerse entender…


Realmente a veces es difícil lograr que nuestras palabras, gestos y lenguaje no verbal sean comprendidos plenamente o, al menos, que nos entiendan como queremos. Hay muchos factores que inciden en ello, algunos nuestros y otros de la persona que queremos que nos entienda. Factores como los estados de ánimo, las experiencias que acabamos de vivir, los problemas que nos aquejan,
etc.

Hoy se me presentó una situación donde lo que yo quería transmitir fue malinterpretado. Es un simple ejemplo de discrepancia entre lo que pretendí expresar voluntariamente y lo que fue percibido por la otra persona. Típica situación que genera más desgastes y discusiones que las que el tema merecía. Pero examinando ahora la situación, con un poco más de distancia, descubro que sencillamente fui víctima de mi propia ansiedad, de mi deseo de compartir lo que sentía.

¿Por qué nos es tan difícil entender y aceptar las cosas sencillas de la vida? ¿Por qué nos gusta sufrir cuándo en realidad hay cosas que podemos solucionar con facilidad, por qué malgastar nuestra vida y olvidar los regalos que se nos dan? ¿Será porque no valoramos lo que tenemos en realidad? ¿Cuántas veces hemos dejado ir alguien o algo que vale la pena y luego nos arrepentimos... y lo peor es que ya
nunca más volverá? Son preguntas importantes, pero no tengo la respuesta para ellas…

Lo mismo ocurre en el mundo de la educación en el que me muevo: cada vez más y más veo lo complicado, lo arduo, que es comprender lo que alguien nos quiere decir, sobre todo si es un punto de vista nuevo para quien nos escucha, y lo difícil que es hacerse entender cuando la otra persona no hace más que buscar en su mente ideas similares, compararlas y así creer que ya sabe de lo que hablo. 

En ese caso, si lo que decimos no encaja del todo con su idea preconcebida, entonces sencillamente dice que no está de acuerdo con nuestra idea. Así explicar algo, y hacerse entender, se vuelve una carrera de obstáculos. ¿Por qué será tan complicado hacernos entender?

Sencillamente tengo que decir que no sé la fórmula mágica para entender mejor a los otros, ni para hacerme entender con facilidad. Pero lo que sí sé, es que todo tiene que ver con escuchar a los otros con auténtica atención, sin comparar lo que está diciendo con lo que ya sabemos, o creemos saber… tratando de ver las cosas con sus propios ojos, captando su punto de vista.

jueves, 21 de junio de 2018

Un día más, un año más…



Un día más, un año más…
365 días de múltiples experiencias,
y un año más de caminar, dando pasos a veces inseguros,
en este mundo donde existimos juntos,
llevando sentimientos, emociones y vivencias
a diestra y siniestra, a unos y otros.

Un año más de vida, siempre aprendiendo,
buscando cada instante ser más humano, profundamente humano,
reconociendo errores, aunque casi siempre cueste entenderlos,
y valorando experiencias en todo aquello que parece y no es...
creyendo pese a todo, trascendiendo lo que parece simplemente inmanente.

Un año más de vida… y sigo caminando 
en ese andar pleno de tropiezos, pero también de momentos llanos y plenos,
que en verdad hacen crecer sin envejecer...
un año más en la cotidianidad siempre amando, amando todo siempre...
porque simplemente me siento amado.

Un año más para superar todo aquello que en la vida he encontrado, 
que me ha sido dado sin merecerlo,
sabiendo que aquí estoy de nuevo caminando y, ante todo, amando,
porque cada día siento más unido mi corazón a mis pensamientos,
mis emociones con mi corporalidad, mis sentimientos con mis cercanos,
mi existencia con aquello que me supera y me trasciende...
viviendo así un año más en medio de tantos caminos que se cruzan.

Y un año más en el que rindo mi amor y mi cariño
a todos los que han permitido con su cercanía,
que yo, hoy en este nuevo año de mi vida, siga aquí,
y pueda agradecer desde lo más profundo de mi corazón,
en el que llevo presente, cada instante, cada sentir y cada vivencia,
y donde tengo que agradecer por todo y a todos...

martes, 15 de mayo de 2018

En el día del maestro: ¿Nada se puede enseñar o todo se puede enseñar?


No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a descubrirlo en su interior”, dijo Galileo Galilei… Nothing can be taught. Oscar Wilde lo dice más contundentemente: “Nada de lo que vale la pena saber se puede enseñar”, que es como si dijéramos que lo que nos enseñan o aprendemos no siempre es lo más importante y pudiéramos prescindir de ello. Además, recuerdo aquella frase lapidaria de una maestra: "Lo que se enseña nunca es lo que se aprende", pues siempre se aprende algo, pero no necesariamente lo que el maestro, el libro o el sistema pretendían enseñar.

Por otra parte resalto que lo que es verdaderamente importante (¿Qué será eso?) está dentro de nosotros y sólo requerimos que alguien nos ayude a descubrirlo. Eso es que lo que los antiguos pensadores –podemos decir que de todas las culturas– enseñaron: “Conócete a ti mismo”, “Solo sé que nada se”, “El hombre es la medida de todas las cosas”, “Ama y haz lo que quieras”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.  Es que el conocimiento más importante es el de uno mismo, que supone el conocimiento sobre el propio quehacer, y por tanto, sobre el propio aprendizaje. Es decir, yo soy el único responsable de mi propio aprendizaje (así como de mi propia vida); lo que significa que debo ser consciente de lo que hago, de tal modo, que yo mismo pueda controlar eficazmente mis propios procesos vitales. Eso es lo más importante que tengo que aprender… o sacar  (¿parir?) de mí mismo con la ayuda de mis “maestros”. Eso es lo que me puede hacer sabio.

Creo que, o mejor he aprendido, que la vía principal para adquirir ese meta-conocimiento es la reflexión sobre la propia práctica situada en el contexto. Eso es lo que he llamado praxeología desde hace varios años. Lo que finalmente ella pretende es formarnos para lograr nuestra propia autonomía, independencia, y juicio crítico, y todo ello mediatizado por un proceso permanente de auto-reflexión y de narración autobiográfica. Es un proceso que realizo yo mismo, siempre con la mediación de mis maestros.

Ahora bien, en el ejercicio docente siempre existe el peligro de caer en una práctica unilateral y, a veces, rutinaria y mecanicista: el profesor actúa desde su posición de poder, en un extremo del aula, transmitiendo conocimientos e información a los alumnos quienes, en el otro extremo, pasivamente escuchan y tratan de interiorizar esos nuevos conocimientos, que luego el docente evaluará subjetivamente. No puedo sino lamentar y condenar esta práctica que es opuesta a mi modo de entender el proceso educativo. Creo que el ser un verdadero maestro implica una relación mucho más cercana y directa con sus estudiantes. Eso que en la teoría de la comunicación explican así: para que un orador capture la atención de su público y comience a ser escuchado debe ser capaz de sintonizarse primero con su audiencia, y luego seducirlos para lograr desencadenar en ellos el proceso de aprendizaje. Basta que pensemos en Jesucristo, quien enseñó su mensaje a sus discípulos de un modo radicalmente personalizado, conviviendo con ellos; para mí fue el primer maestro praxeólogo y holista de nuestra era.

Definitivamente, hay que pensar en estrategias de enseñanza y metodologías mucho más interactivas y personalizadas para realizar el oficio de maestro. ¿Podremos aprender a estar totalmente presentes con y para nuestros discípulos, en sus propias, diversas y originales vidas y quehaceres? Es difícil pero se puede. En el fondo sólo se necesita algo bastante arduo: aprender a escuchar de verdad, con atención y apertura, y generar siempre la esperanza de que se puede llegar y lograr las metas. No tener ideas preconcebidas sobre lo que está ocurriendo en y con los demás. Acercarnos con naturalidad. Mostrarnos tal como somos. Entregar lo mejor de nosotros, sin esperar nada a cambio para nosotros, pero si esperando todo para
nuestros discípulos.

¿Fácil o difícil? Sólo depende de nuestras reales intenciones al ejercer este oficio necesario, pero imposible, de ser maestro.






(Yo con mi profesor de español y literatura... el querido maestro, qepd, Gantiva)

lunes, 14 de mayo de 2018

Presente, pasado y futuro

Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarlo ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro; eso si, sin llegar a depender inútilmente de esos sueños que aún no se han realizado.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia a nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar sensatamente con los amores futuros. 

Momentos…
Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,
escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras,
viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.
Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida;
y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.
Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…
Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.



martes, 8 de mayo de 2018

Amar… Amor… ¿por qué (es… eres) tan complicado?



Sé que soy el único al que has amado; sólo que yo he recorrido más, porque antes
ya había amado; pero… ¿por qué no crees que hoy solo te amo a ti? … aunque los
recuerdos del pasado permanezcan. Y espero que, a pesar de esa diferencia, logres
comprenderme.

Sé que soy el único que hace latir tu corazón. ¿Y no comprendes que tú haces latir el
mío? Pero me desconcierto por algunas actitudes tuyas. Pero, poco a poco, voy aprendiendo
a esperar… silencioso… tu respuesta. Porque sé que estás viviendo algo que es
nuevo para ti… Y que eso no es fácil.

Sé que soy la única razón por la cual te levantas cada día. Sé cuánto me amas, lo he
experimentado muchas veces, tantas como las que siento que no me crees que de
verdad te amo.

Sé que sin mí no sientes seguridad de vivir. Y por eso no entiendo lo difícil que te es
aceptar mi apoyo y mi protección.

Solamente me gustaría que creyeras que yo siento igual, aunque soy diferente a ti.
Solamente me gustaría que no me vieras como algo irreal.
Solamente anhelaría que me dejaras hacer mi proceso para dejar el pasado atrás y
creyeras que lo estoy haciendo por ti.
Solamente desearía que te apoyaras en mí.
Solamente sé que te amo y no quiero perderte, aunque a veces me siento perdido contigo.
A veces no sé cómo tratarte.

Y me extraña que en ocasiones pienses que te dejo en tu soledad…. Cuando no he
dejado de ofrecerte mi apoyo y siento que tú te estás escondiendo de mí.
Y te he dicho y creo que te he mostrado que realmente no quiero llevarte por los
caminos que ya he pisado en el pasado.

Quiero construir algo nuevo contigo…. Pero sabes... a veces no sé cómo hacerlo y me
da miedo que me sienta de pronto cansado y no sepa qué más hacer.
Solamente deseo de corazón amarte, solo eso… amarte y solo estar junto a ti.


sábado, 5 de mayo de 2018

¿Qué es una vida realizada?

Como es claro, me gusta la filosofía… y por sobre todo, me gusta la idea de un pensamiento ampliado (a mi modo de ver el mayor aporte del pensamiento actual y del humanismo contemporáneo). Esta idea no es otra cosa que una nueva filosofía que comprende: una teoría que da a la autoreflexión el lugar que se merece, así como una ética abierta al universo globalizado al que hoy tenemos que enfrentarnos, y una doctrina post-nietzscheana del sentido de la existencia y de eso que llamamos “salvación”. Con este nuevo planteamiento del pensamiento ampliado podemos pensar de otro modo, superando el escepticismo y el dogmatismo, y la realidad enigmática del pluralismo filosófico (que, por lo general, produce o escepticismo o dogmatismo).

Podemos ser escépticos porque desde el principio las distintas filosofías se han disputado entre sí, sin llegar a un acuerdo sobre lo que es la verdad. Pero es que esa pluralidad irreducible es la mayor prueba de que la filosofía no es una ciencia exacta, de que en ella reina una gran confusión, y, en el fondo, una incapacidad de dar con la verdad. Y dado que existen muchas formas diversas de ver el mundo y no es posible llegar a un acuerdo, el escéptico tiene que admitir que ninguna de ellas puede pretender seriamente haber hallado una respuesta más verdadera que las otras. Luego, para él, la filosofía es inútil.

O podemos ser dogmáticos: cuando pensamos que existen muchas formas de ver el mundo, pero la mía, o al menos la que defendemos, es evidentemente superior y, por eso, más verdadera que las demás que, en últimas, no son sino una larga cadena de errores.

En cambio, la noción de pensamiento ampliado nos sugiere otra vía: descartando tanto el pluralismo como la renuncia a las propias convicciones, somos invitados a descubrir lo que pueda haber de justo y valioso en cada visión del mundo, sea para llegar a comprenderla, sea para, en el mejor de los casos, integrar elementos de ellas en la propia visión del mundo. Se trata de dejar de presuponer a priori la mala fe del contrario e intentar entendernos, hasta llegar a comprender que siempre hay algo del otro y de lo que él piensa, que puede seducirnos y convencernos. Así ampliamos nuestro horizonte y dejamos de tener un pensamiento y una cultura parroquial, local y circunscrita a lo folklórico de nuestro entorno; para abrirnos a lo universal, a lo que es válido para toda la humanidad. Así dejamos lo particular (concreto) y lo universal (abstracto) y los fundimos en lo singular, que es lo que nos hace únicos e irrepetibles, y por ende, felices y realizados.

viernes, 27 de abril de 2018

Presente, pasado y futuro


Umberto Eco escribió alguna vez una frase que me permite evocar muchas cosas: “Hacer que el pensamiento progrese no significa necesariamente rechazar el pasado: a veces significa volver a él; no sólo para entender lo que efectivamente se dijo, sino también lo que hubiera podido decirse, o al menos lo que puede decirse ahora (quizá solo ahora) al releer lo que entonces se dijo”.

Creo que vivir (y mucho más vivir a plenitud, con felicidad, a pesar de las dificultades) es toda una aventura. Como toda aventura tiene su cuota de novedad, de descubrimiento... pero también de riesgo, de cansancio y de incertidumbre. Ahora bien, vivir de un modo plenamente humano (sea lo que sea que eso signifique para cada cual) es una aventura inscrita en una historia, es decir, en un presente con referencia a un pasado y dirigido hacia un futuro.

¿A qué viene todo este párrafo de lenguaje filosófico? Simplemente a que, con mucha frecuencia, cuando vivimos (mucho más cuanto más jóvenes somos), sólo queremos ver y disfrutar la aventura del presente: actuar ya (sin pensar tanto), buscar los resultados ahora (sin medir sus consecuencias ni indagar sus causas). Y resulta que muchas experiencias del pasado, mucho de lo que dijimos o hicimos antes tiene significado ahora, al menos en tanto que nos permite entender porque somos así ahora, o porque actuamos de tal modo ahora.

Nuestro pasado es importante, es nuestro y solo nuestro; no tenemos porqué olvidarle ni mucho menos rechazarlo o temerle (haya sido como haya sido) y, casi siempre, volver a él nos ayuda a entendernos mejor hoy y a explicar mejor lo que fuimos. ¿No es cierto que hoy tenemos más elementos para entender lo que dijimos o hicimos ayer? ¿No es mucho más clara nuestra historia cuando la releemos con los elementos del presente? Volver a nuestro pasado (no para decir inútilmente que todo tiempo pasado fue mejor o para lamentar, más inútilmente, lo que no dijimos o hicimos, sino para releerlo con las categorías del presente) es también una aventura tan emocionante como lo es soñar con lo que queremos ser o decir en el futuro.

Creo que todo lo anterior es mucho más contundente cuando se trata del amor. El amor sí que es una aventura, una novedad siempre actual, un descubrimiento cada vez renovado. Y el amor sí que tiene que ver con nuestro presente, pero en referencia con nuestro pasado y orientado a nuestro futuro. Los amores vividos ayer siguen significando hoy; no hay porqué olvidarlos ni rechazarlos ni temerles; y con frecuencia volver a esos amores del pasado nos ayuda a entender y vivir mejor nuestro amor del presente y soñar con los amores futuros.




Si consiguiera volver a vivir otra vez mi vida
me esforzaría por cometer muchos más errores.
No trataría de ser tan perfecto, me desmediría más.
Sería mucho más tonto de lo que he sido, en realidad...
tomaría muy pocas cosas seriamente.
Sería menos puro. Asumiría más riesgos, viajaría más, observaría más ocasos,escalaría más montañas, me zambulliría en más corrientes.
Viajaría a muchos lugares donde jamás he ido,
saborearía más helados y menos verduras, viviría más inconvenientes reales y menos realidades imaginarias.

Yo soy de esas personas que vive cuerda y ferazmente cada instante de su vida; y he tenido períodos de alegría.
Pero si lograra volver atrás intentaría vivir sólo esos momentos buenos.
Si acaso no lo saben, la vida está hecha de eso, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo soy de esos que nunca va a ningún lugar sin planearlo, sin llevar lo indispensable;
Si pudiera vivir de nuevo, andaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir intentaría caminar descalzo.

Daría más vueltas, vería más amaneceres
y retozaría con más niños, si tuviera de nuevo la vida por delante…

Pero ya tengo muchos años y sé que me queda poco.  Pero eso si... los seguiré aprovechando hasta que pueda para ser feliz... y para seducir a otros a serlo... esa mirada lo expresa plenamente.

Estrada destacada

A pesar de todo...di sí a la felicidad.

  Recuerdo una estrofa común en ciertas canciones (con algunas variaciones): “ A pesar de todo; a pesar de todo, yo me enamoré ”, "A pe...

Estradas populares