Hoy
prima la concepción teórica -realista y metafísica- adoptada por la metodología
científica preponderante sobre el deseo (sobre todo en psicología y
psiquiatría, pero también en la política, la economía y la educación); por eso
creo necesario revisar en algo la historia de esta concepción sobre el deseo en
su relación con la persona (mucho más cuando asumimos una crisis del
sujeto contemporáneo), insistiendo en la relación entre deseo y libertad
individual, más que -como era tradicional- con lo moral o lo patológico. De ahí
los autores en los que voy a insistir en este texto.
Platón,
dada su innegable influencia en toda esta historia, capta la naturaleza ambigua
del deseo (entre privación y plenitud), y lo entiende como el impulso de toda
búsqueda, de donde brotará la filosofía misma, como amor a la sabiduría. Pero
¿se puede pensar el deseo más allá de términos como negatividad y carencia?
Spinoza, por el contrario, lo considera como un productor de valor, lo que
Deleuze retomará, destacando el carácter ingenioso y laborioso del deseo. Freud,
articulando deseo y prohibición, lo hará productor de fantasmas, porque se
desea menos el objeto deseado que la fantasía inconsciente del mismo. De hecho,
¿no es el deseo, básicamente, ansia de deseos? Para Lacan, quien antropologiza
el deseo (ubicándolo en el centro del debate sobre el sujeto) será el deseo del
otro, un deseo mimético. Lyotard (1989) nos acerca a la cuestión del deseo de
saber o de filosofar, y a su posible enseñanza. Baudrillard (2009) insistirá en
que en el deseo actual de consumo lo que deseamos es el consumo mismo.
Finalmente, ¿no es el capitalismo globalizado de hoy, la liberación del poder universal
del deseo humano? Pero ¿no posee el deseo otro poder distinto de aquel ofrecido
por la vida mercantilizada y desenfrenada de nuestro mundo globalizado, de modo
que no llegue a convertirse en un deseo mortal, y por lo tanto en la muerte del
deseo? Otros lenguajes, como el cine, el arte y la literatura, nos ayudan a
responder estas preguntas sobre esa fuerza de gozar y actuar que es el deseo.
¿Qué nuevo paradigma sobre el sujeto surgirá si pensamos que el deseo no es
divino ni natural, sino un rasgo único, definitorio y exclusivo del individuo,
algo profundamente humano?
El
deseo cruza misteriosamente nuestra existencia y cualquier filosofía que reflexione
sobre ésta tiene que abordarlo como problema que nos constituye sin que sepamos
realmente qué es ni adónde nos lleva. De ahí la gran variedad de nombres que se
le han dado: Eros entre los griegos, concupiscencia para los
cristianos, apetito en Descartes o Spinoza, tendencia o impulso
(como la libido) en Freud[1]. ¿Se trata siempre de lo mismo bajo esta
variedad de nombres, o es que el deseo, por su propia naturaleza, es variado y
cambiante, múltiple y emocionante, como lo describen filósofos, literatos,
poetas, psicoanalistas e incluso biólogos? Y al intentar sumergirnos ya no en
el discurso intelectual, sino en el lenguaje mismo del amor y del deseo, inmediatamente
lo vemos inadecuado, inoportuno, imposible, alusivo, relativo, cuando esperábamos
que fuera directo: el lenguaje del deseo y del amor es un ir y venir, un dis-curso que va de acá para allá, pleno
de metáforas. Por otra parte, es un lenguaje huérfano y desatendido por los
otros discursos (sobre todo, el político y el científico) o incluso llega a ser
proscrito, encubierto y evitado. Un discurso que parece hoy inactual, pero
siempre presente. Lo cual implica preguntarnos: ¿decimos lo mismo cuando hablamos
hoy del deseo en comparación a cuando leemos textos de otras épocas cuyo objeto
es el deseo, la pasión, el amor? Más aún, cuando estamos enamorados, ardientes
de deseo, ¿somos capaces de comunicar al otro algún significado? Me parece que
la experiencia amorosa pone a prueba el lenguaje, su supuesta univocidad, su
performatividad, su potencial referencial y comunicativo. ¿El lenguaje del
deseo cumple estos requisitos? A ciencia cierta no, y no los cumple por la alta
incertidumbre de su objeto, que nos remite nuevamente a las preguntas: ¿qué es
el deseo? ¿qué es el amor? ¿qué es la pasión? … en su relación con el
filosofar.
[1]
Según
la RAE “apetito” proviene del lat. appetītus.
1. m. Impulso instintivo que lleva a satisfacer deseos o necesidades. 2. m.
Gana de comer. 3. m. Deseo sexual. 4. m. p. us. Cosa que excita el deseo de
algo. Se puede establecer cierta relación entre el término latino y estos otros
que veremos en nuestra reflexión: Conatus
(Spinoza) –Begierde (Hegel)– Wille (Schopenhauer) –Wille zur Macht (Nietzsche)– Trieb (Freud), como si fuesen impresiones
históricas de un mismo fenómeno, si bien experimentado de modo diferente por estos
pensadores.
[2]
Del
lat. desiderium (deseo) y ésta del
verbo desiderare (desear), compuesto
por el prefijo “de-” y la palabra “sidus,
sideris” – “estrella, constelación”. El verbo latino tal vez proviene de la
expresión “de sidere” (“fuera de las estrellas”),
con el significado de “extrañar, echar de menos" o literalmente “esperar a
lo que las estrellas nos traigan”; y, por tanto, en sentido figurado “buscar,
desear”. En it. “desiderare”,
ing. “desire”, fr. “désirer”, cat. “desitjar”, port. “desejar”.